Anoche se emitía el decimotercer capítulo de Family Guy, que al contrario que la mayoría de las series todavía anda por el ecuador de su temporada. La cantidad de parones que está viviendo es exagerada, y si encima después de sus semanas sabáticas nos tratan de contentar con capítulos como este, no les puedo estar nada agradecido.
En Trading Places, después de que Peter gane una motocicleta en un concurso (anunciado en televisión por Tom Tucker (ebrio y nostálgico de Passions), Meg y Chris se la cogen sin permiso y acaban destrozándola. La situación enfada muchísimo a sus padres y después de una discusión, deciden llevar a cabo un pequeño experimento: Peter y Lois se cambiarán los papeles con sus hijos. Así, Peter (al que le cuesta un poco captar el concepto) y Lois volverán al instituto durante una semana, mientras Meg cuida de la casa y Chris ocupa el trabajo de su padre.
Como era de esperar, a los hijos les va mucho mejor: Meg tiene incluso tiempo para hacer un festín para cenar (y se explica con el hilarante "no sé cómo puedes tardar tanto en limpiar la casa, si es un área limitada"), mientras que Chris recibe incluso un aumento. A los padres, en cambio, no: volver al instituto les hace incluso vivir las cosas como adolescentes y rápidamente sucumben a la situación. Pero lo peor no queda ahí: cuando Peter y Lois deciden acabar el experimento, Chris anuncia que a Peter le han despedido y que a partir de ese momento él mandará en la casa porque es el que paga las facturas. El chico se convierte en un tirano adicto al trabajo de la noche a la mañana, y una noche, cuando todos sus familiares le piden dinero para diversas cuestiones, acaba explotando (y humillando a Meg, eso siempre) y teniendo un ataque al corazón. Al despertar, todo se soluciona y nos cuentan la preciosa moraleja de "la vida es una mierda de cualquier modo, pero es mejor si la vives en familia".
Definitivamente, no ha sido un gran capítulo. Después de tener esperanzas acerca de tener un capítulo a la vieja usanza de Family Guy con Peter y sus locuras como protagonistas, esta vez nos han entretenido con una vieja y repetida historia con el toque característico de MacFarlane. No ha estado mal, por supuesto, pero el atrevimiento se ha quedado un tanto oculto en esta ocasión.
A favor:
- El himno nacional a motor.
- Peter disfrazado de adolescente en dos extrañas y polémicas versiones.
- El school spirit de Peter.
- El gag del retratista racista y su veracidad.
- El spitball.
En contra:
- La innecesaria escena de la excavadora.
- Un Stewie en segundo plano pero que trata de llamar la atención.
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