True Detective, luz y oscuridad

La semana pasada llegó el momento de decir adiós a True Detective, después de ocho episodios que han encandilado a medio mundo, más que por su trama o su ambientación, por sus dos personajes protagonistas. Y es que siempre es un gusto encontrar personajes, o en este caso parejas de protagonistas, que se complementen tan bien en pantalla, y retratos psicológicos profundos y para nada maniqueístas como los dos que nos atañan. Si hace meses nos despedíamos de otra extraña y potente pareja televisiva como la de Walter White y Jesse Pinkman, ahora le ha tocado el turno a Rust Cohle y Martin Hart. Algunos dirán que es exagerado comparar ambos binomios, pero este juicio se basa en ese fenómeno tan poco frecuente y al que todos los guionistas aspiran: la química. En el caso de True Detective, quizá haya influido que los dos actores que daban vida a los policías fueran viejos amigos en la vida real.

Aparte de giros de la trama, matices de la narración, la fotografía, el opening y ese memorable plano secuencia del cuarto capítulo, lo más sublime de esta serie han sido sin duda los diálogos entre ambos investigadores, especialmente los que tienen lugar dentro del coche de Martin, donde se suceden la mayoría de los razonamientos del personaje de Matthew McConaughey sobre el sentido de la vida, la religión, la culpa o la moral... Rust Cohle ya puede unirse a ese escaso grupo de personajes depresivos, pesimistas, nihilistas o existencialistas, que son tan jugosos para la ficción moderna. Parece quedar claro que el desencadenante de su descenso a los infiernos fue la pérdida de su hija pequeña, momento a partir del cual su matrimonio se derrumbó y también la esperanza de volver a encontrar la felicidad. Después vino su época en narcóticos, donde el abuso de drogas le llevó a las alucinaciones, como la que sufre en el último episodio, antes de enfrentarse al Rey Amarillo. Aun así, según el guionista y creador de la serie, Nic Pizzolatto, Rusty parece hallar cierta liberación con el desenlace del caso, una vez que él y su compañero acaban con el asesino y pedófilo Errol William Childress, interpretado por el actor Glenn Fleshler, a quien reconocerán los fans de Broadwalk Empire. En este último episodio también hace aparición una secundaria de lujo, Ann Dowd, que encarna a la medio hermana retrasada del asesino. A ella también pudimos verla el año pasado en otra gran serie, Masters of Sex, como la madre del doctor Masters.

Precisamente estos dos personajes marginales, a quienes descubrimos realmente en el octavo episodio de True Detective, sirven para ahondar en el retrato que Pizzolatto teje de esa Lousiana pobre, casi analfabeta, marginal, extremadamente religiosa y depravada, donde los abusos y el incesto hallan su lugar. Desde el primer capítulo asistimos como testigos mudos a una sociedad cerrada en torno a sus ritos y tradiciones, en medio de un paraje casi inhóspito, donde reinan las marismas y los cañaverales. Una comunidad de la que el propio Cohle asegura en el primer capítulo que está tan encerrada en sí misma y aislada del mundo exterior como si viviera en la Luna. No es la primera vez que Lousiana es el escenario de una serie. Ahí tenemos Tremé, True Blood o la última temporada de American Horror Story. Sus raíces europeas, el mestizaje de su población, la herencia afroamericana y el primordial papel de la religión y los ritos ancestrales a lo largo de su historia lo hacen un lugar muy sugerente para desarrollar historias. Pero apenas vemos negros en True Detective (sólo a los agentes que auditan las acciones de los protagonistas), sino esa white trash o basura blanca a la que tanto se hace referencia en USA. Esa población pobre e inculta que nutre el ochenta por ciento de la superficie de este vasto país y que, como vemos en la serie, a menudo se refugia de sus problemas en el alcohol, las drogas o la religión.

Al parecer, Nic Pizzolatto se basó en un hecho real para crear esta historia, un caso de abusos y asesinatos con tintes satánicos y religiosos que él aderezó después con referencias literarias a los oscuros relatos de H. P. Lovecraft o la obra El rey amarillo de Robert William Chambers, de donde tomó el nombre para el enigmático personaje que se esconde tras los terribles sucesos que los protas de True Detective investigan. El creador de la serie, que tendrá una segunda temporada con otros personajes y una trama distinta (para la que se barajan ya nombres como el de Brad Pitt), adelantaba hace unos días que la segunda entrega del show contará con "mujeres fuertes y hombres malos", y desentrañará la "historia oculta del sistema de transportes de los Estados Unidos". Si en definitiva esta historia venía a hablarnos de la lucha entre el bien y el mal, la luz y la oscuridad (a la que hacen referencia Martin y Rust en la última escena bajo las estrellas, donde el segundo cuenta al primero su experiencia cercana a la muerte), parece que la próxima temporada también tendrá bastantes tintes oscuros.

Pese a que algunos fans han criticado el final de la serie, aduciendo que no está a la altura de la calidad de sus episodios precedentes, lo cierto es que para Pizzolatto, que uno de los personajes, o los dos, murieran, "hubiera sido el camino fácil, pero no hubiera dado una respuesta realista a las preguntas que se planteaban en la serie". Lo que sí resulta verosímil es que, pese a sus esfuerzos, los detectives no acabaran con los peces gordos que se escondían detrás de la trama (mientras Rust escucha las noticias en el hospital, podemos oir que el FBI descarta la implicación del senador Tuttle en lo ocurrido). "No llegamos a deternerles a todos, Marty", le dice su compañero, a lo que el personaje de Woody Harrelson responde "Este no es esa clase de mundo". Aun así, este final siempre será mejor que la alternativa de tipo sobrenatural que llegó a barajar Nic Pizzolatto en un arrebato creativo, según ha confesado a la prensa, en el que los dos policías "se desvanecían en lo desconocido" y nadie volvía a saber de ellos.