Hace dos días Rectify, la primera
serie de Sundance TV, echó el cierre a su segunda temporada. Durante 10
episodios, hemos ido descubriendo la nueva realidad de Daniel Holden, después
de su primera semana de libertad representada en la primera temporada. Ha sido una decena de episodios escritos a paso lento pero potente,
mejorando incluso la entrega previa. ¿Qué hemos visto? ¿Cómo ha
evolucionado la serie más indie del panorama televisivo actual? ¿Nos han
engordado las monturas de las gafas por verla?
Abríamos temporada retomando el cliffhanger del año pasado. Un Daniel literalmente destrozado, sumido
en un coma tras la brutal paliza promovida por el hermano de la chica que
presuntamente asesinó hace 19 años.
Una vez la trama del rechazo generalizado en sureño pueblo de Paulie hacia
Daniel explota por acumulación de la forma más macabra posible, la segunda temporada se centra en llevar a
los personajes a lugares más oscuros de sus diferentes tipos de duelo.
Hemos visto a Daniel salir del hospital con una necesidad imperativa de
huir de Paulie. Se embarca en uno de esos viajes
espirituales que tanto gustan en el género indie. Un extraño y peculiar
desconocido del que decides fiarte, un mundo nuevo, un tonteo con sustancias alucinógenas
y, al final del camino, quedarte sólo con tus pensamientos y tu
culpa, escuchando la voz de tu difunta novia de la adolescencia aún
atormentarte. Es esa gran ironía que envuelve a Daniel Holden: nunca va a ser libre, huya a donde pretenda
huir.
Por otro lado tenemos a Amantha. La hermanísima ha sido el otro pilar de la infelicidad crónica
de la familia Holden. Amantha sigue siendo miserable. Lo lleva intrínseco y sus
escenas esta temporada han enseñado a la perfección ese porte lúgubre que Abigail Spencer interpreta tan bien. Con ese
trabajo de cajera en el que vemos su incapacidad para poner una sonrisa si no
la siente, en su relación con Jon… Nos vuelve a dejar preguntándonos si algún
día conseguirá salir de ese descalabro emocional en el que pasa los días.
El resto del protagonismo se lo ha llevado el matrimonio mal avenido. Tawney y Teddy contra Daniel. O
viceversa. Cuando tu mujer se enamora del hombre que te ha atacado de la
forma en la que Daniel y Teddy se vieron las caras la temporada pasada, ¿cómo
sigues sintiéndote el hombre de la casa? La
de Teddy ha sido una historia de intentar buscar control tras ser
desquiciado por las técnicas de guerrilla psicológica que Daniel aprendió en la
cárcel.
Su tierna esposa, Tawney, tan pura y tan santa, ha pasado diez episodios en
una constante lucha deseo-deber bañada
por la tensión sexual que, cuando creemos que por fin se va a resolver,
acaba en una casta cucharita con ropa puesta en un motel. Además de que, a
falta de dar un paso adelante en su relación, se torna en un momento confesión
de cómo Daniel desequilibró mentalmente a Teddy para destrozar su matrimonio.
Pobre Tawney, siempre penitente, siempre
pensado que era su culpa. Entre esto y la pérdida del hijo que estaba
esperando, no ha ganado para disgustos.
Todos estos arcos han estado intercalados con la cuestión judicial de la serie. Es más, será la resolución del
pacto con la fiscalía el principal motivo por el que tenemos que dar gracias a
Sundance al renovarla por una tercera
temporada, independientemente de los números y las audiencias que ha cosechado.
Ya se sabe que la miel no está hecha para la boca del asno.
Sea como sea, esperemos que el verano que viene las tensiones de juzgado no
acaparen excesivo tiempo en pantalla y tengamos, como poco, seis episodios más
de introspección, metáforas y silencios que lo dicen todo. Aquí os esperamos,
familia.
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