Si
hay algún tópico sobre la televisión británica que nunca falla, es la calidad
de sus series de época: el cuidado por el detalle en la vestimenta, el ajuste
de las localizaciones e incluso la exactitud en el mobiliario o la comida son inigualables.
The Village cumple esta regla no escrita, pero también nos acerca al
ambicioso proyecto de Peter Moffat (autor de obras como Silk). Inspirándose en Heimat, una de las series más aclamadas de la televisión germana, el
guionista decidió usar el mismo método, recorriendo la historia de Inglaterra a
través de una pequeña localidad rural, en un total de 42 entregas.
La
primera temporada, situada entre 1914 y 1920, se caracterizó por adoptar un
estilo de entrevista en el que un anciano Bert Middleton recordaba su infancia
y juventud. La Gran Guerra centró buena parte de aquellos episodios, así como
el alcoholismo y la religiosidad de su padre, interpretado por John Simm (Life
on Mars, Doctor Who).
En
esta segunda parte se abandona ese formato por una simple voz en off (aunque el
viejo Bert hace una breve aparición en el último capítulo), mientras las luchas
obreras y la confrontación entre el viejo sistema social inglés y las novedades
que empiezan a llegar con los años 20 acaban provocando varios conflictos sobre
los que no habrá vuelta atrás.
Una madre de familia en busca de algo más
Aunque
la historia es contada a través de los ojos de Bert, su madre le ha robado todo
el protagonismo esta temporada: Grace Middleton no sólo ha tenido que hacer
frente a sus responsabilidades familiares sino que también ha sido tentada
tanto en el ámbito sentimental como en el de la política. Su relación con Bill
Gibby, candidato laborista, desarrolla con habilidad la frontera entre la
admiración y el amor pero su desarrollo falla cuando en el último momento se
escoge la vieja carta de “la familia es lo más importante” .
Aún
así, es una perspectiva interesante de la implicación de la mujer en la lucha
obrera y Maxine Peake, actriz fetiche de Moffat, ha vuelto a demostrar su
versatilidad. Es una pena que no se la conozca más fuera del ámbito británico.
El
recurso tópico de la importancia de la familia también afecta a la trama del
propio Bert: ansioso por marcharse de su pueblo natal para convertirse en
fotógrafo, finalmente elige quedarse, todo por una chica. Habría sido más
original que se hubiese arriesgado un poco para seguir sus sueños pero claro,
son los años 20 y también nos habríamos quedado sin serie.
El
personaje de Simm ha estado casi desaparecido hasta el final, manteniendo
además una actitud intransigente hacia su mujer e hijos, lo que hace todavía
más sorprendente las decisiones finales de todos ellos (por muchos golpes en la
cabeza que reciba el señor Middleton).
Política y escándalos en la Casa Grande
¿Y
qué ha pasado con la familia Allingham? Clem, la matriarca, ha intentado por
todos los medios recuperar la “antigua gloria” tanto de la casa familiar como
de su estirpe, después de lo sufrido en la temporada anterior. Y para ello no
ha dudado en seguir tradiciones absurdas (como una “caza del hombre”, todo muy british)
o mover los hilos necesarios para que su hijo mayor llegue a lo más alto y le
dé un heredero que perpetúe el clan. Por lo menos esto ha servido para volver a
ver a Julian Sands… ¡una oportunidad para él en un papel que no sea de villano,
por favor!.
Pero
las cosas se van torciendo poco a poco y sus retoños tienen planes propios:
Edmund aprovecha su boda de conveniencia para seguir siendo libre, George se
separa de su mujer y Caro decide madurar, exigiendo el retorno del hijo que le
habían obligado a dar en adopción.
Las
secuelas provocadas por la Gran Guerra han estado muy presentes en la casa pero
la actuación que más ha destacado ha sido la de Joe Amstrong. Interpretando al
sibilino Stephen Bairstow, en esta temporada nos ha dejado ver un poquito de
esa conciencia que parecía no tener. Incluso él tiene sus límites y empieza a
dudar en seguir jugando con los Allingham.
Un
pueblo en fase de cambio
El
pueblo también ha tenido sus más y sus menos con la Casa Grande, a causa de la
prohibición de transitar por caminos usados tradicionalmente por sus
habitantes. Todo ello acaba explotando en una pelea y un juicio que refleja el
cambio de actitud de la gente, que ya no está dispuesta a dejarse manejar por
la Gran Familia sólo porque sea lo que se ha hecho siempre.
La
sala de baile trajo un poco de la modernidad londinense a la aldea y los dimes
y diretes típicos han seguido pululando por todas partes. Entre todas las
tramas secundarias habría que destacar la relación entre el profesor Eyre y Martha
Lane, que se veía venir desde que él estuvo pocho con la Gripe Española. Pero
mujer, ¿en qué estabas pensando al casarte con George Allingham? ¡si ya le
habías dejado una vez! En fin, “si no se puede conseguir un divorcio, por lo
menos huyamos del país juntos”...
Quizá
ha sido una temporada con menos fuerza dramática (la Primera Guerra Mundial
siempre da para historias más atractivas) pero ha mostrado la complicada
situación de Inglaterra en los años posteriores al conflicto: tejemanejes
políticos, una sociedad cambiante, el ansia de nuevos derechos políticos y
sociales…
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