El episodio de esta semana ha significado un regreso a lo procedimental, con una trama curiosa, divertida y bastante friki. Vale: un caso chorra, pero entretenido.
Parece que esta semana olvidamos todo lo ocurrido las anteriores, al menos por ahora. Rick y Kate están deseando tener un momento de intimidad tras las últimas experiencias traumáticas que vivieron. Pero, como podíamos imaginar, la realidad siempre se entromete.
El caso de esta semana empieza con la muerte de Will, un hombre que se dedica a jugar al billar para ganarse la vida. Sin embargo, a medida que investigan, Castle y Beckett se dan cuenta de que se enfrentan a un homicidio peculiar, ya que la víctima aseguró haber hecho un pacto con el demonio antes de morir.
Castle en seguida empieza a teorizar sobre el posible asesino, asegurando que se trata del demonio, algo que parece confirmarse cuando los protagonistas son víctimas de un ataque invisible.
El hombre invisible les conduce hasta una propiedad del gobierno, donde Castle y Kate descubren que Will trabajaba allí como científico, ayudando a crear un traje "invisible". Al parecer, la víctima y su vecino decidieron experimentar con dicho traje pero se dieron cuenta de que un gran poder conlleva una gran responsabilidad y decidieron que no continuarían usándolo tras un desafortunado incidente donde el vecino hirió a otra persona.
Al final, solo queda una sospechosa: una amiga de Will que descubrió que este solo la estaba utilizando por su conocimientos sobre biología.
Por otro lado, descubrimos que Ryan ha conseguido un segundo trabajo como agente de seguridad de un club nocturno para hombres con el objetivo de poder pagar la futura carrera de su hija.
Finalmente, Kate y Rick consiguen su momento a solas, en el que ella aprovecha para mostrarle su traje invisible.
El próximo episodio no parece muy alentador en cuanto a profundidad se refiere. Castle en una escuela con niños. ¿Y qué hay de Montreal?
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