Tras una exquisita primera
temporada, Masters of Sex tenía una dura prueba que superar con la segunda, que
acaba de despedirse hasta 2015. Ha sido una season algo irregular
narrativamente hablando, desde el primer episodio, en el que se nos mostraba
qué había ocurrido tras esa última escena bajo la lluvia desde el punto de vista
de Masters y luego desde el de su compañera Johnson; hasta ese capítulo a mitad
de temporada en el que la historia daba grandes saltos hacia adelante en el
tiempo con sus correspondientes elipsis.
Esta tanda de doce capítulos bien
podría dividirse en dos, siempre con la complicada historia de su pareja
protagonista como hilo conductor. Si bien, en lo que a tramas secundarias se
refiere (la principal la analizaremos más adelante), la temporada arrancó con
los problemas de Barton para asimilar su condición sexual y su afán por
entregarse a sesiones de electro-shock, además de la aceleración de la
enfermedad de la doctora DePaul, con quien Virginia termina forjando una sólida
y bonita amistad, protagonista de uno de los momentos más tiernos de este año
seriéfilo.
Masters of Sex también incorporó
nuevos rostros, como el de Sarah Silverman, como ex despechada de la nada
convencional Betty Dimello (quien por cierto regresará a la soltería y se
reciclará como gran profesional) al de Betsy Brandt (Breaking Bad, El show de
Michael J. Fox), una atribulada secretaria que arrastra una honda herida
consigo.
No obstante, esta temporada todo
gira en torno a tres parejas: la de Masters y Johnson, la de Lester y Barbara
(con disfunciones incluidas) y la de Libby y Robert Franklin, hermano de su
niñera afroamericana y a quien se irá ganando poco a poco tras sus primeros graves
desencuentros.
Una de las cuestiones que más
explora la serie es el poder de las heridas psicológicas, y cómo estas condicionan
nuestras vidas y nuestras relaciones. Casi ningún personaje se salva, y todos
tienen su particular batalla que ganar, pero es Bill Masters el sujeto que más
sufre durante estos doce capítulos. Desquiciado y atrapado en una madeja de incomunicación,
falta de honestidad, trauma y rencor, se enfrentará a su mujer, su hermano y su
propia colega, con la que en principio acuerda seguir adelante con sus
prácticas sexuales en pro de la ciencia, lo cual vaticinamos que no acabará bien. Celos, pasión, mentiras, bloqueos y sinsabores se dan cita en
una habitación de hotel durante años, al tiempo que Bill Masters consigue abrir
su propia clínica ante los continuos rechazos de la comunidad científica y
amplía su familia con un miembro más.
Durante gran parte de la ficción,
Virginia es la que se erige en principal pilar del tándem científico, decidida también a ampliar sus investigaciones en busca de una
cura de la insatisfacción y disfunción sexual. Eso sí, finalmente la joven
médico se quebrará como un junco y verá su vida vuelta del revés en el último
capítulo de la serie. Puestas todas sus esperanzas de reconocimiento social y
éxito profesional en un documental que la CBS quiere hacer del trabajo de ambos, y en medio de una batalla por la custodia legal de sus hijos,
Virginia sufrirá un revés del que auguramos le costará recuperarse. De hecho, a
través de su personaje la serie nos muestra los castigos que sufrían
las mujeres que se negaban a aceptar el rol de esposa, ama de casa o acompañante.
Precisamente la devoción que Johnson siente hacia su trabajo y el compromiso
con su estudio, le pasarán una gran factura como era de prever. Mayor carga dramática aporta un
detalle final, conocido por los espectadores pero no por su personaje: la
responsabilidad de Masters en el fracaso de su proyecto televisivo, quien, sin
pretender dañar a su compañera, termina anteponiendo sus intereses
profesionales a los de ella. Una posible futura brecha en su relación de cara a la tercera temporada.
Otro ejemplo de sufrimiento
femenino es el de Libby, la esposa del doctor Masters quien, frustrada ante un
matrimonio fallido, una inexistente vida sexual y una vida doméstica que no le
satisface, decidirá seguir sus propios ideales y buscar algo de emoción a
través de su participación como voluntaria en un grupo de lucha por los
derechos civiles de los negros. Será allí donde se sacuda sus iniciales
prejuicios, se sienta por fin útil y llegue a intimar con el señor Franklin.
Desde la primera temporada se atisbaba ya su atracción y curiosidad por los varones afroamericanos, algo que irá in
crescendo hasta llevarle a abandonar sus inhibiciones y desatar una pasión que
la malograda esposa llevaba años refrenando. Además, Libby desvela en el último
capítulo que era bien consciente de
la aventura de su marido con su colega.
Estos dos últimos cliffhangers
(acompañados de la reaparición en pantalla de Barton y el joven doctor Ethan
Haas), convierten a este último episodio en uno de los mejores de la temporada,
sin superar por ello al tercero, Fight, un ejemplo magistral de interpretación
por parte de los dos protagonistas, a modo de pequeña obra teatral, que bien
merecería una futura nominación a los grandes premios de la televisión
americana.
Por último, la relación entre otros dos secundarios, el doctor Langham y la empresaria de píldoras adelgazantes que comparte oficina con Masters and Johnson, aporta las mayores dosis de comicidad a la parte final de la temporada. Y es que el adúltero y apuesto médico decidirá dedicar sus talentos a vender la fantasía de la perfección a las mujeres, para acabar envuelto en una especie de contrato sexual con su jefa del que no podrá escapar. El cazador cazado.
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