Esta semana ha
llegado a su fin la segunda temporada de una de las series australianas que
mejores momentos nos está dando últimamente: Please Like Me. Las desventuras
emocionales de Josh volvían a las pantallas oceánicas hace diez semanas tras
más casi año y medio de parón. Ésta ha sido una temporada muy, muy esperada y
que no ha decepcionado.
El planteamiento
inicial era complicado: Geoffrey ha salido oficialmente de la vida de Josh,
Claire se ha mudado a Alemania y Niamh no ha encontrado forma de estabilizar su
relación con Tom, que es la única persona que se mantiene estable a lo largo de
los años, porque la madre de Josh dista mucho de la estabilidad.
A cambio de todas
las salidas que antes o después harían breves retornos a la serie, nos han dado
a Patrick: nuevo compañero de piso de Josh y Tom. Patrick es otro de esos
hombres que nadie sabe cómo Josh con su saca de complejos caza, pero se los lleva
a la cama. Que realmente sabemos que algo tendrá que ver con el protagonista de
la serie siendo el guionista principal, pero si a Lena Dunham le consentimos
todas sus excentricidades a lo Lady Gaga, a Josh Thomas también.
Pero no sólo
Patrick ha pasado por el corazón de Joshie. Con el ingreso en un psiquiátrico
de Mama Rose, han sido introducidos un puñado de nuevos personajes con su
correspondiente expediente médico. Entre ellos, Arnold. Un joven homosexual con
serios problemas de ansiedad y autoestima que a primera vista suena a media
naranja para Josh, hasta que vemos que realmente son un caso del clásico “se
junta el hambre con las ganas de comer”.
Aquí viene la miga: ni con uno ni con otro hemos visto a Josh cambiar. Sigue siendo el mismo chaval autodestructivo, que ni se quita la coraza ni la camiseta para bañarse siquiera. Es un personaje fascinante desde el punto de vista psicológico. La distancia, la frialdad, la pasividad... Me pregunto si algún día llegará a desentumecerse emocionalmente.
El último
episodio dejó en el aire el porvenir sentimental de Josh. Inmerso en un
triángulo entre Arnold y Patrick y en vista de los movimientos de reparto entre
una temporada y otra, a saber quién se queda y quién se va. Lo que tenemos
claro es que hay una persona que va a seguir acaparando minutos en la comedia:
Mama Rose.
Ninguno
esperábamos que se centrasen tantísimo en su personaje. Rose es la auténtica coprotagonista. Sí, es una mujer
depresiva con tendencias suicidas, ¿pero realmente eran necesarios esos absurdos
28 minutos de viaje madre-hijo por Tasmania que no llevaron a ninguna parte?
Decisiones
creativas como ésta marcan la mayoría de contras de la temporada. Han tirado de
personajes con menos posibilidades y han dejado de lado a los que ya tenemos
comprobados como grandes reclamos cómicos, como el caso de Niamh y Mae. Sea lo que fuere,
lo hecho está hecho. Tras la larga espera, el balance ha sido positivo. Nos
quedamos con los momentos buenos como el musical de la nueva novia teenager de
Tom y esperamos que para la tercera Josh y compañía encuentren un poco más de
solidez para sus vidas. Qué gloria son los veintes bien narrados.
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