La quisieron llamar de todo: nueva Girls,
nueva Queer as Folk, Girls con gays, Queers a lo Dunham… Y al final ni Looking ni nada. Bienvenidos
al Show de Jonathan Groff.
La primera temporada de la serie nos llevó un San Francisco de casi ensueño
en el que a través de su fotografía que rozaba casi el nivel de Instagram nos
presentó a un grupo de tres amigos que, siendo
su orientación sexual lo más llamativo pero lo menos relevante, intentaba
sacarse las castañas del fuego lo mejor que podía en diversas parcelas de la
vida.
Al menos ése era el principal atractivo de Looking y lo que la hacía única respecto a las demás series de
temática homosexual: no todo giraba en
torno a los dramas y complicaciones de ser un hombre al que le gustan los
hombres. Sus problemas eran universales. Triángulo amoroso, relación en
fase terminal, galán entrado en años que te roba el corazón… Sus historias
hubiesen sido igual de válidas si se tratase de tres amigas perdidas en los
veintes, pero eso ya tiene nombre y dueña constantemente despelotada.
Igual por eso el inicio de la
segunda temporada fue quizás tan desacertado, cuando todo gira en torno a
una gran bacanal homosexual en mitad de los bosques californianos llamada “La
Tierra Prometida” y que estaba habitada por hadas y mariquitas y otros chascarrillos fáciles sobre esos
estereotipos caducos de la sitcom noventera que en teoría los guionistas se
propusieron desterrar allá por 2013.
No tardaron en reencarrilarse y centrarse en asuntos más trascendentales
que catalogar de 'bebé foca' al personal; y después del episodio de rigor centrado en
el SIDA, todo giró en torno a Patrick. Patrick
como concepto de “se puede ser más que gay y punto”. La decisión podrá ser
más o menos acertada en cuestión de los afectos y desafectos hacia el
personaje, pero como protagonista dio la talla: su indecisión, sus complejos,
lo cargante que puede llegar a ser, sus problemas familiares, su capacidad para
liarla pillándose una cogorza de campeonato… ¿Quién no es capaz de
identificarse con Patrick? Porque ahí está la clave de un protagonista.
Su relación con Kevin ha
sido el indiscutible pilar central de la temporada. No hay pegas de la ejecución hasta el episodio
final. Se han mantenido en una progresión correcta, tomándose su tiempo para
explorar las dificultades de ser lo que vulgarmente se conoce como “la otra” a
la vez que la sombra de la duda de Richie planeaba constantemente.
Mientras tanto, en un plano muchísimo más discreto, Agustin y Dom se
repartían las migajas del tiempo de pantalla que no devoraba Patrick. Agustin
empezó la temporada en una vorágine de sexo, drogas y autodestrucción que le
duró poco. Lo justo para toparse con
Damian de Chicas Malas y llevarle por
el buen camino del gremio y la solidaridad.
Con su relación pusieron a prueba no sólo los tópicos de las series de
homosexuales, sino de cualquier ficción sobre folleteos y líos de faldas, pantalones o bragueta cualquiera: hay amor más allá
de los abdominales. Y lo suficiente como para dejar a un lado las
enfermedades del otro, aunque sólo sea para demostrarse a uno mismo lo
tolerante que se es.
Y por último Dom, que con la tontería de tener a su madurito interesante
haciendo el NCIS Nueva Orleans (los
proyectos de HBO son lo interesante pero no pagan las facturas como un spin off
procedimental policiaco de esos de originalidad en números negativos) se ha
tenido que centrar más en su proyecto de la ventana del pollo.
Antes de cerrar el balance hay que hablar del final de la temporada y ese futurible pero inesperado (a estas
alturas) giro de guión y de personaje. Que en algún punto Patrick iba a volver
a intentarlo con Richie y recaer de alguna forma era de conocimiento popular.
La pregunta es: ¿era necesario precipitarlo tanto? La felicidad alcanzada es un estado perturbador, pero no tanto como
para huir con el escapulario en la mano tras tu primera pelea de enamorados.
Lo que hemos visto en el episodio de esta semana corresponde más a fan service y necesidad patológica por un cliffhanger
que a una planificación coherente de una trama. Hasta un determinado punto
podemos aceptar que Kevin, el novio perfecto, el yerno que toda nuera quisiera
tener fuese aficionado al sexo recreativo. El
argumentario de por qué una pajilla en la sauna no es para tanto se puede
llegar a comprar. Pero que Patrick lo único que haga sea buscar una salida
antes de darle una oportunidad al hombre que le revolucionó la existencia no
tiene mucha explicación. Salvo que al rodar Glee
los virajes existenciales de Rachel Berry resultasen ser contagiosos, pero yo
personalmente no lo termino de ver del todo plausible.
Hace dos días Michael Lannan, creador de la serie, en una entrevista se
mostraba optimista sobre la posible renovación de Looking. Cierto es que en HBO es costumbre no retrasar mucho el
renovar sus éxitos y, como era de esperar en vista de las cifras de audiencia
(por muy de modernos que vayan ciertos directivos diciendo que no lo son todo),
la guillotina cayó.
Ayer a media tarde salía la temida noticia, HBO no renueva a Looking por su tercera temporada, pero el lado positivo es que producirán una película para resolver la decisión de Patrick cuya fecha está más que en el aire.
Ayer a media tarde salía la temida noticia, HBO no renueva a Looking por su tercera temporada, pero el lado positivo es que producirán una película para resolver la decisión de Patrick cuya fecha está más que en el aire.
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