Liv sabe que necesita un descanso, pero no será un descanso de los de permanecer en cama más horas de las habituales. En un episodio de relleno, como los que había hace dos años y tanto nos gustaban, Olivia se pone a trabajar para olvidar. Para evitar enfrentarse al trauma, ha decidido seguir con su vida de fixer como si nada hubiera ocurrido. Primer paso, negación.
Y en plena negación se encuentra con Clarence Parker, un padre que acaba de perder a Brandon, su hijo adolescente y vándalo, a manos de un policía. Se presenta allí como fixer, pero le toca ser negotiator. Quizás es demasiado para ser el primer trabajo, ¿no? Aparece también Marcus Walker, un activista negro que quiere notoriedad y poder y cuyas aspiraciones chocan de frente con las intenciones de Olivia. Ella quiere ayudar a ambas partes pero sabe que la cosa pinta mal para el hombre que se sienta con su escopeta en plena calle. Pronto se da cuenta de que lo único que quiere la policía es esconder la verdad y desviar la atención de la prensa para poder disolver las manifestaciones por la fuerza, y decide cambiar de bando. Cruza la barrera policial de nuevo y comienza a protestar junto a los vecinos con su típica cara de preocupación.
El barrio entero está de parte de Clarence e incluso la Gobernadora de Nuevo México cuelga un vídeo en Internet apoyándole. La cosa se pone fea incluso para Fitz, que no sabe a quién nombrar Vicepresidente sin traicionar a Mellie. Si en vez de a un señor desconocido y sin carisma, nombra a esta chica por el bien del país, a la Primera Dama no le va a hacer ninguna gracia. Él mismo se encarga, entonces, de destruir a la Gobernadora filtrando información a la prensa. Mellie decide quién será la nueva Vicepresidenta: aquella señora poco agraciada y con facilidad para meter la pata que Olivia convirtió en Senadora rodando un anuncio con su hija de diez años.
Olivia va a rogar a David para conseguir la grabación en la que se puede ver el asesinato del chaval. David cree que este trabajo es lo último que ella necesita en su situación. Ella se derrumba y admite que creyó que moriría durante su cautiverio, del que se libró hace tan solo dos días. Pero es lista, lista tipo Annalise Keating, sabe cómo hacer las cosas y, mostrándose vulnerable, consigue tocar la fibra del fiscal. Baja a la calle con la grabación y convence a Clarence de comprobar los bolsillos de su hijo. Encuentran una navaja suiza.
En ese momento, Clarence apunta con su escopeta hacia la policía. Bueno, o a Olivia. Marcus ya no es el héroe que pretendía ser hace un rato y es Liv la encargada de hacerle recapacitar y bajar el arma. Ella ya está al borde del colapso.
Huck, Jake y Quinn consiguen averiguar por qué la policía no quería que la cinta de seguridad se viera. Es curioso que el agente Newton supiera que Brandon iba a sacar una navaja, porque no llegó a verla. Si lo sabe es porque él la puso allí. Olivia, David y toda la cúpula policial van a interrogarle y este se marca un discurso lleno de, por llamarlo de alguna manera, racismo basado en sus experiencias.
¿Qué fue antes, el huevo o la gallina, odiar a gente que no te respeta o no respetar a gente que te odia? Newton cree que Olivia, en vez de ayudarle, se puso de parte de la comunidad negra en cuanto tuvo la oportunidad, y que Brandon no le respetó y por eso está muerto. Pero Brandon solo quería sacar del bolsillo el ticket del teléfono que no había robado.
Newton acaba en la cárcel, David se compromete en público a investigar al cuerpo de Policía de Washington y Clarence, libre de cargos, puede conocer al Presidente de los Estados Unidos, abrazarle y compartir el dolor por la pérdida de un hijo.
Y volvemos al culebrón.
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