Ayer, Cadena Ser publicaba en su web un reportaje en el que explicaba por qué, pese a sus buenas audiencias, Bajo sospecha --una de las grandes apuestas de Antena 3 para esta temporada-- no ha renovado aún por una segunda temporada: el canal no está del todo contento con la serie a nivel creativo. La idea es que la ficción de Bambú sea una antología a lo True Detective, con un caso por temporada, pero no están seguros de que la marca sea tan potente como para que el público repita el año que viene con otra historia completamente distinta.
Lo más interesante del artículo es, sin embargo, leer que los diez episodios en los que estaba estructurada inicialmente la serie tuvieron que ser condensados en ocho para darle "dinamismo" a la historia. Sabiéndolo, es más fácil entender --que no disculpar-- algunos de los fallos que han lastrado Bajo sospecha casi desde el principio,
Anoche se emitió el último de estos ocho capítulos y descubrimos que el secuestro de Alicia Vega era en realidad una artimaña de ésta, su hermano Pablo y su prima Nuria para llamar la atención de sus padres, Roberto y Begoña --que tenían una aventura--, y evitar así que se fugasen juntos. La niña murio en un atropello accidental y, poco depués, Pablo mató a su prima con una linterna durante un forcejeo. Al final, nada es (directamente) culpa de nadie, y los espectadores nos quedamos preguntándonos qué aporta la resolución a la serie más allá de un cierre.
Que una serie como Bajo sospecha va a jugar al despiste haciendo que los detectives den palos de ciego es evidente, pero es vital hacerlo con gracia y contar algo medianamente estimulante por el camino. Broadchurch, uno de sus referentes directos, conseguía involucrar al espectador con los sospechosos al mostrar su lado más vulnerable; la serie de Antena 3, en cambio, se ha encargado de hacer que odiemos uno por uno a todos los miembros de la familia Vega, desvelándolos como un puñado de gentuza con muy pocas luces.
Pero, más que el comportamiento absurdo algunos personajes (algo que se puede tolerar), chocan ciertas decisiones narrativas: no sabemos nada de Pablo hasta el último capítulo (cómo le afecta a él el affair de su padre, por ejemplo); la serie solo sigue a los Vega y no se nos presenta Cienfuegos como comunidad, pese a que muchos personajes dicen querer marcharse de allí; nunca acaba de quedar claro por qué la familia confía tanto en Víctor; la relación entre los dos policías protagonistas --que podía haber sido verdaderamente interesante-- no avanza apenas desde el piloto, como tampoco lo hace la de Víctor y su padre; y la mitad de los personajes desaparecen por completo de la historia hacia el último tercio.
Lo más interesante, puestos a destacar algo, ha sido la amistad entre Carmen, la madre de Alicia, y Laura. Pero incluso en eso Bajo sospecha se queda corta: Blanca Romero --uno de los pocos puntos débiles de un reparto más que solvente-- no aguanta bien las escenas frente a una desgarradora Alicia Borrachero que merece mejores guiones, y en el último episodio solo le dedican un par de minutos a su relación.
Bajo sospecha no buscaba ser una revolución dentro de la ficción española (Desaparecida llegó primero y, además, lo hizo todo mejor), pero sí quería ser un thriller consistente. Lamentablemente, le han jugado en contra su realización decente pero plana, su final excesivamente machacón y un remontaje que seguramente le ha hecho más mal que bien. ¿El resultado? Un producto a medio gas que, eso sí, al menos nos ha tenido enganchados.
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