¿Qué ha pasado en el episodio Winning Ugly de The Good Wife? ¿nos han presentado la enésima secuela de Spider-Man o no? Eso veremos en la siguiente crítica.
No hace falta decir que soy un defensor acérrimo de la serie. Como tantos otros. El problema es que hasta el día de hoy no ha habido defensa alguna porque no hacía falta: The Good Wife, hasta ahora, ha sido casi perfecta. No obstante, ahora mismo se encuentra en una situación de la que ni el bufete de Alicia Florrick la puede sacar.
Al menos, es complicado.
Cuando The Good Wife se metió en el berenjenal de la carrera política de Alicia para convertirse en State Attorney no lo hizo con la intención de que Alicia acabara siendo, precisamente, la State Attorney —como decíamos la semana pasada, plantea algunos problemas logísticos—. The Good Wife, en un giro más o menos afortunado de guión, trató de ofrecer una nueva faceta de la abogada que ya conocíamos pero que hasta ese momento no se había presentado con la misma intensidad: la de su ambición. Su lado oscuro. Es esa faceta la que se ha explotado durante prácticamente toda la temporada y que ha alcanzado sus niveles más altos durante toda la campaña electoral de la protagonista.
Sí, puede ser que la maniobra fuera complicada, pero tenía sentido para el personaje: Alicia empezó la serie siendo una despechada esposa que retomaba su carrera como abogada para poder mantener a su familia. Pero Alicia es tan humana como cualquiera y la tentación de abarcar más escaños en la esfera legal de Chicago siempre estuvo en su mano; no fue hasta el caso Cary Agos —luego vamos a él— cuando se presentó la oportunidad de seguir creciendo profesionalmente, y erigirse la heroína de la ciudad a pesar de que tenía más trapos sucios y ambición que ningún otro. Unos trapos que, como llevo diciendo un par de semanas, no se han ventilado del todo ya que solo le ha salpicado su affaire con Will.
Pero no es lo único. Con el inicio de su carrera política, Alicia se vio obligada a tomar un bando político a pesar de que hasta este momento siempre había sido —si la comparamos con Diane— bastante neutral. Casualmente, cuando estábamos temiendo que la victoria de Alicia se tambalease después de los descubrimientos de Petra Moritz, su mayor amenaza no procedía de su vida personal, sino del exterior. Del propio proceso político.
Cuando se supo que algunas máquinas de votación habían sido manipuladas en favor de Alicia, temí que fuera Peter quien estuviera detrás de ello —sus razones tiene—, pero me equivocaba. Y ella, también. Nuestra protagonista tiene que defender su victoria a base de pruebas y acusaciones, y juega muy bien sus cartas. Lamentablemente, Alicia descubre que la victoria no está ni en sus manos ni en las de su votantes... sino en las de su partido. En las Elecciones no solo se votaron a los candidatos a State Attorney, sino a otros puestos y, efectivamente, algunas máquinas sí habían sido manipuladas pero no a su favor, sino a la de otro que nada tiene que ver con ella. ¿Qué puede hacer ella? Nada, simplemente.
Así acaba su carrera política: su Partido —demócrata, con actores invitados de lujo— le obligará a dimitir y ella tendrá que pasar por la humillación y la vergüenza —tanto de la dimisión como la de la ventilación de su vida personal, como ya hemos visto con Grace— con el único beneficio de conseguir un puesto político menor. Alicia no es más que la cabeza de turco de la campaña y ha tenido que aprender cómo funciona realmente la política a base de golpes.
Todavía queda saber si Alicia se ha rendido como bien indica su abrazo de desolación con Peter o si hará algo para atacar al Partido.
Ahora bien: ¿esto qué implica para el espectador? Después de una secuencia de tramas un tanto flojas, ¿por qué volvemos al punto de partida? Y no me refiero al comienzo de la temporada, sino prácticamente al de la serie, con Alicia como objetivo público empezando de cero en un sitio nuevo —recordemos que prácticamente tenía un pie fuera del bufete y que no estarán muy contentos de que vuelva a incorporarse al trabajo—. Personalmente, entiendo las razones por las que han hecho pasar a Alicia y a nosotros por esto, pero después de todo el recorrido la sensación que queda es de auténtico malestar.
Tanto, como el de la nueva película de Spider-Man, el sobrenombre que le han dado cómicamente en la serie al caso Cary Agos, desenterrado después de que el falso metadata de Kalinda salga a la luz.
A tres episodios del final de temporada, y tras preparar la bomba durante los últimos episodios, ésta finalmente ha explotado en el bufete. Diane se entera de que presentó una prueba falsa para defender a Cary, Kalinda reconoce que ha sido ella y todos acuden, en amor y compañía, a admitirlo ante la fiscalía para evitar que una futura investigación cause más daño del que ya le ha hecho a Diane.
Nuestra diva, que recordemos que pasa por un buen momento profesional después de adentrarse en la jungla republicana, podría —de hecho, esto lo dan por seguro— dejar de ser abogada por este crimen, e incluso ser condenada a prisión.
Eso... o entrega a Bishop, lo que nos llevaría al comienzo de todo —para que luego digan que las tramas están desconectadas—. Y qué queréis que os diga, pero esto no me produce la emoción con la que lo han planteado en la serie, aunque sí asegura una recta final de infarto si tenemos en cuenta que ahora Cary sí que está dispuesto a testificar para Geneva Pine con tal de que el nombre de Diane no sea manchado.
¿Y dónde pinta aquí Kalinda? Evidentemente, la teoría es que será ella la que dé el chivatazo y tenga que salir corriendo. ¿No creéis?
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