Mad Men continúa su trayectoria final con The Forecast, un episodio que hará las delicias de los seguidores más acérrimos de la serie al estar enfocado en las principales protagonistas de la serie: las mujeres. Mientras, Don sigue inmerso en su crisis existencial y no hay a la vista nada a lo que pueda aferrarse para salir de ella. Aquí nuestra crítica del episodio.
El apartamento de Don es un símbolo, doble, de su situación actual. Por un lado, vacío, sin adornos, sin muebles; vacío como su vida, cuya imagen es y ha sido siempre una fachada —You're just handsome!— pero cuyo interior es el de cualquier otro hombre que no ha sido capaz de encontrar la felicidad. Por otro lado, y de esto se da cuenta más tarde, como si de su apartamento se tratase, probablemente su vida sin "muebles"—o ataduras, como una casa, una familia— ofrezca un sinfín de posibilidades, pero todas ellas son más aterradoras que lo que tenía antes. ¿Es en el momento en el que Don sale de su casa, al mismo tiempo que está siendo vendida a otra pareja, cuando Don se da cuenta de que tiene que pasar página?
Los símbolos continúan en la oficina, cuando Roger le encarga que escriba una propuesta para McCann sobre el futuro de SC&P, y se da cuenta de que, al igual que en su propia vida, no tiene ni idea de cuál será. Puede preguntar a unos o a otros, puede revisar el pasado de la agencia y puede soñar todo lo que quiera, pero al igual que tiene que completar esta tarea, Don tiene que decidir quién será a partir de ahora.
Las mujeres de la serie, por otro lado, sí saben lo que quieren.
Peggy sí sabe lo que quiere. Es una mujer que lo ha dado todo por su trabajo y tiene todo el derecho a ser ambiciosa, a querer más. Tiene sueños y aspiraciones, y está dispuesta a seguir trabajando igual de duro o más para conseguir obtener lo que desea. El intercambio entre Don y Peggy acaba convirtiéndose en una de las grandes escenas del episodio, en la que Don básicamente quiere que Peggy le venda su sueño para aplicarlo a su tarea/su propia vida —sin éxito: él quería escuchar una cosa totalmente diferente—, mientras que la creativa siente cómo su ambición es pisoteada otra vez por su antiguo mentor: Why don't you just write down all your dreams so I can shit on them?
Joan también sabe lo que quiere. Hubo un momento en su vida en el que no lo supo, cuando creía querer lo que le habían enseñado que tenía que querer: aprovechar su espectacular físico, ocultar su vasta inteligencia, y atrapar al hombre que la hiciera feliz. Joan descubrió que había algo más allá de todo esto; que podía ser alguien más y tener lo que quisiera porque ella también tenía talento y podía trabajar duro. Porque es algo más que una pelirroja escultural.
Su vida se cruza con Richard en su viaje a la oficina de Los Angeles, dirigida por el odioso Lou Avery, Richard es un hombre atractivo, entrado en años, que la cautiva enseguida. Pero él también sabe lo que quiere, y lo que no. Y es ahí donde nuestra Joan se desinfla, donde le grita a su yo pasado —y a su hijo, todavía muy presente— por todas las decisiones que pudo haber tomado o no tomado. Pero es implacable; sabe quién es ahora el hombre de su vida, y aunque tenga momentos de debilidad, la trayectoria que ha escogido es la correcta y no se hubiera arrepentido de que la relación con Richard no hubiera salido adelante. Afortundamente, parece que habrá otra oportunidad para la pareja.
Sally también sabe lo que quiere: quiere centrarse en su cena y olvidarse de todo lo demás. O lo que es lo mismo, quiere que llegue el momento en el que sea finalmente adulta —aunque, a efectos, lo lleva siendo un tiempo— y poder escapar de su familia en todos los sentidos. Y no lo dice por un fervor adolescente, sino por conocimiento de causa: su padre y su madre, tan parecidos y tan diferentes, son los mayores representantes del egocentrismo. Como Don le dice, ella será muy parecida a sus padres: lo que se entiende, de otra forma, es que está en su mano ser capaz de dar un paso más, de ser algo más que la portada de una revista. Dudo que lo veamos, pero como perspectiva de futuro es suficiente.
Curiosamente, la rebelión de Sally coincide con la reaparición de Glen, ese crío cuya relación con Betty Draper siempre ha sido tan perturbadora y que ahora se ha convertido en un hombre hecho y derecho al que Betty dejaría volver entrar en su casa, e incluso dejarle soñar con que podría ser algo más que un invitado. Sally observa los ojos con los que Betty le mira ahora, y sabe lo que ello significa: el poder de la matriarca es capaz de eclipsarlo todo. No obstante, Betty no ha cambiado: siempre ha sabido dónde están los límites, y la forma en la que le rechaza demuestra que su férrea ambigüedad termina donde aparece cualquier amenaza que ponga en peligro su sueño hecho realidad.
Todavía quedan un puñado de episodios para que acabe la serie, y parece que se están cocinando a fuego lento. Sigo observando demasiadas tramas que probablemente podrían haberse obviado —a pesar de que la historia de Glen o los problemas de Mathis tengan su significado dentro de lo que se ha contado en el episodio— porque todavía queda mucho que decir.
Puede que las mujeres de la serie tengan claro lo que quieren, pero eso no significa que lo vayan a conseguir. Del mismo modo, los hombres andan perdidos en sus propias confusiones, y todavía tenemos que ver lo que Don, Pete o Roger van a hacer con sus vidas. Parece que el final de Mad Men apunta precisamente a eso: decidir qué es lo que los personajes quieren ser. Si no lo han sabido hasta ahora, veo complicado que lo veamos en los episodios que quedan.
No obstante, la vida es precisamente así: hay personas que las viven con excelencia... y otras simplemente las viven.
COMENTARIOS