Aún recuerdo las marquesinas de mi barrio cubiertas con la cara de Matt
Dillon apoyada en el asfalto augurando un pelotazo hace unos meses, el día
antes de uno de esos estrenos simultáneos que tanto gustan en las cadenas de
pago patrias últimamente.
En el mundo real —también conocido como Twitter y la blogosfera—, donde la
publicidad nos hace un poco menos de efecto, controlábamos ciertos datos que
jugaban tanto favor como en contra del último experimento de FOX. ¿Producida y
con un piloto dirigido por un nombre relevante de la industria del cine? ¡Qué
guay! ¿Que lleva casi un año en un
cajón? Bueno, eso no lo digáis muy alto.
Hoy ya entendemos por qué FOX la usó de relleno fuera de temporada. He aquí
las claves del despeñamiento de Wayward Pines.
Empecemos por M. Night Shyamalan. El hombre no tiene más culpa que cualquier
otro miembro del equipo. La responsabilidad realmente es nuestra por consentir
unas expectativas fundadas en un concepto fantasma: un cineasta ya no garantiza absolutamente nada en televisión, sea
cual sea su grado de implicación en el proyecto.
El piloto del señor
Shyamalan está perfectamente ejecutado y es lo que tiene que ser: la presentación de un
thriller de high concept que genere
ruido y ya si incita comparativas con Twin
Peaks, pues perfecto. A partir de aquí que gestione la cuesta abajo quien
la tenga que gestionar.
Segunda clave: el declive no es un
declive. Es una mutación. El primer episodio vende un misterio de tamaño
psicoesfera. ¿De qué va a ir la serie? De resolver la incógnita de qué es y qué
sucede en Wayward Pines, ¿no creéis? Y eso vemos hasta el episodio cinco, cuyas
revelaciones nos dejaron estupefactos y saltan el tiburón de una forma
inesperada. ¿Es necesario hacer un jump the shark en una miniserie de diez
episodios? En un proyecto tan medido lo realmente encomiable es la
capacidad de perder la dirección. Que no son 22 episodios después de otros 22 y
que mañana me encargan 22 más con un par de regalo porque estamos reventando
audímetros.
La segunda serie que compone Wayward
Pines es algo así como un híbrido
paticorto entre un ensayo social post apocalíptico y un drama familiar de esos que
incluyen niño al que echar a los leones. Si es que los leones no se han
extinguido en el siglo XLI. Los potenciales viajes espaciotemporales de Wayward 1.0 se quedan atrás, dejando
paso a una historia de facciones disidentes y científicos megalómanos con
instintos maquiavélicos.
Como premisa, los conflictos internos del último pueblo de la Tierra no
están mal. El problema reside en la ejecución. Si construyendo misterios e
incógnitas nos supieron dejar boquiabiertos, esta nueva trayectoria no es más
que una narración muy básica y con
personajes tirando a planos. El héroe es el héroe, la enfermera perversa ahora
es una Celestina más buena que el pan, la mujer cornuda lo perdona todo en
cinco minutos y los nuevos malos son unos superhumanos que han evolucionado en
máquinas de comer carne fresquita.
El último episodio, emitido el pasado jueves, cumple con su idea de gran final en lo que a acción y espectáculo se refiere, y
nos deja momentos de absoluto deleite para la crítica. La dinámica paternofilial
llevada a un punto de casi bochorno, el planteamiento del adolescente como un
salvador por herencia y el sacrificio completamente innecesario del protagonista
culminan con este experimento bífido. Últimos
coletazos efectistas bajo la amenaza de una segunda temporada para la que
los guionistas dejan la puerta más que abierta en un último giro de fundamento
cero.
Wayward Pines se va dejándonos una pregunta: ¿dónde está el error? ¿en querer contar
demasiado o en contarlo mal? Quién sabe si en otras manos hubiera sido el bombazo
veraniego que quisieron dar. Lo único que está claro es que Laura Palmer se
estará echando unas risas esté donde esté en vista de con quien la pretenden
comparar.
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