Si por algo se puede definir lo que llevamos de temporada, es que la quinta entrega de Homeland se está convirtiendo en una de las más complejas en lo que a tramas se refiere. Casi en cada episodio aparecen nuevos jugadores en el tablero, siempre con un misterioso pasado (y unas misiones aún más misteriosas) a sus espaldas.
En
esta ocasión se nos ha dejado ver algo más de Allison y su implicación con los
rusos. Ya habíamos intuido desde el principio que nos ocultaba algo pero, en
vez de ser el típico topo con un objetivo claro y una actitud fría y
calculadora, nos han mostrado a una espía con remordimientos. Implica a Saúl en
la muerte del general sirio mientras en su rostro se dibuja el dolor. Tiembla y
maldice cuando le enseñan la foto del cuerpo de Carrie, siendo ella la
responsable de su (fallida) ejecución. ¿Se puede ser una traidora con sentimiento de culpa?
Una
de las grandes escenas de este episodio ha sido ese encuentro, tan de la vieja
escuela, en un garaje de Berlín. Podríamos pensar que Allison está siendo
coaccionada hasta que de pronto hay ese contacto, ese “no le tengas miedo”, ese
“¿puedes quedarte un poco más?” acompañado de un cigarrillo compartido en las
tinieblas. Miranda Otto compone un personaje con una apariencia exterior muy
fuerte, que protege a una mujer acosada por el miedo.
"Las cosas que hago por amor" versión Homeland
Mientras
Allison empezaba la segunda fase de su plan, Carrie ha continuado con su
particular investigación demostrando de nuevo su capacidad para pasar
desapercibida entre las masas. Atrás quedaban Jonas y Quinn: el primero
totalmente confundido y superado por la situación, el segundo al borde de la
muerte. Ambos arrastrados por sus sentimientos hacia la ex espía, más
preocupada por reunirse con Saúl que por los pequeños desastres que va dejando
tras de sí.
Las
escenas finales de Quinn, intentando suicidarse para evitar que descubran a
Mathison —más o menos su equivalente a decirle “te quiero”— ha logrado algo que parecía imposible: poner un
poco más alto el listón de su obsesión particular. El capítulo pega un resbalón con ese Deus
ex Machina salvador: otro jugador más que, si nos fiamos por las promos, no
trae nada bueno para nuestro ejecutor favorito.
El episodio ha girado alrededor de unos personajes masculinos cegados por el amor (Jonas, Quinn e incluso el propio Saúl) o la amistad (con un Dar Adal que ha pasado de genio de la CIA a dudar de uno de sus mayores colaboradores). El continuo cruce de tramas y los giros constantes en las conspiraciones a veces resultan forzados, como buscando el impacto constante en el espectador por lo que al final se pierde el realismo. Pero esto es también una de las esencias de Homeland: la locura de sus guiones nos mantiene pegados a la pantalla durante 50 minutos con ganas de más.
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