Nos acercamos al ecuador de la séptima temporada de The Good Wife, y no sé vosotros pero yo tengo la sensación de que la serie ha perdido algo de garra. Eso, o que se la están reservando para dentro de unos meses. Aquí tenéis la crítica del episodio 10, en el que nuestros protagonistas tienen una victoria agridulce, y en la que una relación hasta ahora cordial se va a pique.
He de admitir que no recordaba el asunto del mensaje de Will, y eso que en su día (hace mil años, exactamente) se trató con todo el dramatismo posible. Ahora que Eli se siente dolido por el abandono de Courtney (¿por qué todas las relaciones románticas de este personaje son tan anodinas?), decide confesarle a Alicia lo que hizo años atrás, lo que le reconcome según él desde entonces, pero que hasta ahora no había dado señal alguna de que fuera así. Las intenciones de Eli son buenas, ya que no quiere que su amiga (que no lo es en absoluto, algo que Alicia no duda en reconocer con otras palabras) sea tan infeliz como lo es él. ¿La reacción de la abogada? Tan comedida como de costumbre. Tendremos que esperar a ver lo que sucede entre ambos en el futuro ya que, recordemos, están más o menos obligados a trabajar juntos.
Este era el giro que habían prometido las promos del episodio y, sinceramente, si esto es lo mejor a lo que podemos aspirar tenemos un problema muy serio. La séptima temporada de The Good Wife mantiene su esencia y su fantástico ritmo, pero parece que no acaba de despegar, y comienza a ser molesto.
Por ejemplo, todas las tramas de Lockhart, Agos & Lee parecen haber sido metidas con calzador. Salvo cuando se enfrentan abiertamente con Alicia (y en tal caso es demasiado obvio su papel), da la sensación de que estos personajes siguen habitando en la serie porque no hay forma de deshacerse de ellos. Cary es un simple peón, más que nunca; Diane va y viene, ya sea como reina o como plebeya, y su conflicto moral, el cual parecía que iba a ser el gran reto del personaje, continúa en un impasse. Por lo demás, las pullitas entre Lee y Lyman son lo único que mantiene vivo el cotarro. No voy a negar que la jugada en contra de los tránsfugas ha sido deliciosa y recordaba a aquellas míticas estratagemas del bufete, pero en todo momento daba la sensación de que los engranajes estaban oxidados.
En los juzgados, el gran atractivo que plantea hasta ahora el apartado procedimental de la serie en esta temporada es esa nueva dinámica de tira y afloja con el juez Shakowsky, el corrupto (hasta que se demuestre lo contrario) mandamás que tiene a Alicia continuamente contra las cuerdas, o todo lo contrario como en este caso. El duelo queda en el aire, pero algo me dice que nuestra Alicia saldrá escaldada. En todo esto, siempre esperé que Lucca jugara un papel más decisivo, pero hasta ahora únicamente (lo que no está mal) ha servido para suavizar algunas tramas y para dar otro punto de vista de las jugadas de Alicia. Los guionistas no están buscando ni una amiga ni una rival, sino una compañera que seguramente tenga más de un enfrentamiento profesional con Alicia en el futuro.
Por otro lado, nuestra protagonista vuelve a sentir una bofetada a su bien más preciado, su intimidad, cuando Courtney (motivada por Ruth) le quita a Jason durante una temporada. Por muy comprensiva que sea, el hecho de que alguien insinúe que no puede hacer lo que quiera en su vida privada, como acostarse con Jason (algo que no ha hecho, pero vaya si lo ha pensado), la enfurece como solo ella sabe. Su intimidad y sus hijos, dos cosas que en ocasiones van de la mano, son lo que más defiende por encima de todo.
Quiero creer que cuando la serie regrese en unas semanas estas tramas llegarán a buen puerto. Es evidente que el enfrentamiento entre Eli y Alicia tendrá que alcanzar una resolución más temprano que tarde, pero el asunto del juez Shakowsky, unido al nuevo interés de la NSA por nuestra protagonista, y la intermitente campaña de Peter Florrick, todavía tienen mucho que decir en la serie. No quiero alarmarme todavía, pero ya va siendo hora de que se pongan las pilas.
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