El juego del gato y el ratón ha dado otro paso más en Homeland, demostrando de nuevo que el personaje de Allison Carr es uno de los mejor construidos de este año. Miranda Otto no recibirá ningún premio por interpretarla —eclipsada por producciones con más tirón o fuerza publicitaria— pero su reina de hielo transformada en agente doble merece más reconocimiento.
Esta
semana Carrie y Saul han unido sus fuerzas para afrontar que el topo ha jugado
con ellos durante más de una década y que no será nada fácil atraparle. Como
dijo su contacto ruso, Allison está hecha para brillar bajo la tensión
permanente de ser descubierta. Conoce los juegos de la CIA a la perfección y
sólo se deja atrapar tras un pequeño empujón de Astrid (por una vez, un
servicio secreto ajeno a estadounidenses y rusos aparece como verdaderamente
competente).
La
huida de la espía les lleva hasta el piso franco de Ivan, que pierde los
papeles al verse atrapado. El hombre capaz de asesinar sin pestañear y borrar para
siempre a quien se ponga en su camino se da por vencido a las primeras de
cambio. Pero ahí está Allison para salvar el día. Ella, con sus dudas y sus
ataques de ansiedad, vive para estos momentos límite dándole el giro perfecto
a la historia: sabe que no tienen pruebas consistentes en su contra e intenta convencer a la Agencia de
que en realidad Krupin lleva trabajando para ella doce años.
Ante
la magnífica actuación de Otto poco pueden hacer los silencios de Mandi
Patinkin y los mohines ya cansinos de Claire Danes (el reencuentro con su
mentor al principio del capítulo pierde casi todo su impacto con los gestos
exagerados marca de la casa).
Quinn vuelve a ser el sufridor solitario
Y
mientras en la CIA luchan contra el topo y la infiltración rusa, Quinn sigue
abandonado a su suerte. ¿De verdad que a nadie le extraña no tener noticias de
él? Finalmente hemos visto que su viaje con los extremistas tenía cierta
justificación, como excusa para secuestrarlo y usarlo de conejillo de indias
para su ataque químico.
Aunque
consigue llegar a la conciencia de uno de los terroristas, lo único que logra es que le inyecte el antídoto antes de entrar en la cámara y dejarnos con un
terrible fundido a negro hasta la semana que viene. ¿Tenemos dudas sobre su
supervivencia? Por supuesto que no, la muerte por gas sarín no es lo suficientemente
épica para el mercenario mejor peinado de la televisión —puede ser torturado,
operado de urgencia o gaseado, pero su flequillo siempre estará perfecto—. La cuestión está
en las secuelas que le queden: en el mundo real probablemente lo dejarían
incapacitado durante días pero esto es Homeland y Quinn tiene un
atentado que detener...
Parece
que los últimos tres episodios de la temporada volverán a la acción pura y
dura, centrándose en la amenaza sobre Berlín. Sin olvidar que Düring y su equipo todavía pueden tener un papel relevante en todo lo que queda por delante.
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