El que reconozca esa manta, que tire la primera piedra. Pero aquí hay que
ir levantando la liebre y diciéndole a la tita CaShonda que igual ya toca echar el freno y dejar de estirar
el chicle de Derek episodio sí, episodio también. Que queda muy lucido, sí,
pero esta semana ha olido a que estamos sacando herencias de donde no las hay.
Los expedientes Meredith van bastante más allá de las herencias recibidas. Un postcoito atravesado que degenera en
trastorno obsesivo compulsivo. ¿Nadie va a diagnosticar esto? Que Meredith
meta la cabeza bajo tierra e ignore todos los problemas —especialmente los que
no son suyos, que la empatía nunca fue su fuerte— no es nuevo. La novedad es el
grado de intensidad hiperbólica para invitar a Thorpe a hacer un walk of shame.
El próximo episodio de catástrofe no va a ser un avión, un tiroteo o un
terremoto. Va a ser Inside Out en la
cabeza de aquí nuestra prima.
Conclusión: Will Thorpe regala la luna hasta cuando le está mandando a la
mierda la mujer de la vagina dentada. ¿Es
un pagafantas de campeonato o realmente quiere tentar a la muerte quedándose en
el banquillo hasta que vayamos flojos de tramas? Entre las temporadas 17 y
19 probablemente lo averiguaremos.
El segundo drama del episodio y el aún más peligroso que entablar una
relación moderadamente emocional con Meredith Grey: el bollodrama. No está el
panorama televisivo como para ser lesbiana y ejercerlo. Y menos en una serie
donde matan más que operan. Penny dice
te quiero el mismo día que trata de un chichón a la hija de Callie, cuando
Callie le da las gracias por el gesto y ya está. ¡¿Cuáles son las posibilidades
de tal incomodidad?! Hilar fino.
Ya no es sólo que Penny “se exceda” atendiendo la herida de muerte desde la
profesionalidad que le caracteriza, es el hecho de meter a Arizona en todo el jaleo para remover un poco el cajón de
mierda del Calzona y las maltrechas esperanzas de sus fans. Con las tres en
el punto de mira de la francotiradora Rhimes, temblamos.
Mención especial a los niños de la serie, que aparecen sólo para liar la de dios, romper un matrimonio o hacernos fruncir el ceño. ¿Por qué Amelia sólo aparece con dos de los hijos
de Meredith? ¿Dónde está el tercero? ¿Siguen siendo tres? ¿Lo había metido en
la lavadora en pleno zafarrancho de limpieza?
Las titas de dichos niños de indeterminado número tienen también su ración
de drama. O, como dicen ellas, sus “non-issues”. Hunt y Amelia son sin duda un no problema. Son la pereza, nada más
ni nada nuevo. Amelia no tiene necesidad de estar alrededor de la toxicidad
hepática de Hunt y nosotros tampoco, siendo honestos. Sus historias de cuñadismos
son toda la trama que necesita. Que le pongan un programa de entrevistas antes
que a este señor de pareja.
Otra víctima de la pereza es DeLuca. El
tierno gachón ha llegado a esa etapa de la relación en la que el cuerpo le pide
más oxígeno que tema que te quema. Se acabó la luna de miel. Y claro, en
cuanto a Maggie le explican que the New McDreamy está pasando de ella con
nocturnidad y alevosía, va a montarle el pollo. ¿Cómo de chungo lo tienen estos
dos ahora que se ha acabado el morbo del folleteo a escondidas? Mucho.
Y la última en discordia: Mama Avery. La uróloga del siglo llevaba
demasiado tiempo sin darle la vara a su hijo y, cual genio al frotar la lámpara, aparece para ajustar cuentas
en cuando Richard Webber se va de la lengua. De mujer a mujer, arrincona a
April y consigue que se abra a ella en su más vulnerable momento. ¿Cómo no te vas a fiar de la manipuladora
abuela de la criatura que llevas en el vientre? Catherine Avery, fichaje
estrella de la tercera temporada de How
to Get Away with Murder sacándose la carrera de derecho única y
exclusivamente para arrancarle las muelas a mazazos en un juicio a la Teniente Kepner.
A falta de Annalise Keating, la semana
que viene continuará Mama Avery haciendo de las suyas en un nuevo capítulo
de las sedantes desventuras de Owen Hunt y el señor nuevo que aún no ha hecho
nada memorable.
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