Uno de los mejores estrenos de este 2016 hasta la fecha ha sido El Infiltrado (The Night Manager), la miniserie producida por la BBC y AMC, que tiene como protagonistas a Tom Hiddleston y Hugh Laurie, basada en una novela de John Le Carré y dirigida por completo por la danesa Susanne Bier. Pasada la euforia inicial, toca hacer balance de sus seis episodios.
Desde el primer minuto se nota que El Infiltrado tiene el sello de la BBC, una producción exquisita donde la fotografía denota que detrás de la serie hay un presupuesto bastante elevado, y ganas de crear un producto de primer nivel desde el punto de vista estético. La dirección de Susanne Bier, tanto en cuanto a la planificación (perfecta) como a la dirección de actores es irreprochable, aunque la mayoría de ellos son realmente unos monstruos de la interpretación. La narración, muy sosegada, tiene pocos errores y nos va conduciendo con mesura hacia el punto álgido de la historia.
El guionista David Farr es el encargado de adaptar la obra de John Le Carré a nuestros tiempos, ya que el original se situaba en Centroamérica y la venta ilegal de armas se centraba en los narcotraficantes. Ese trasvase le ha sentado bastante bien, atrayendo la atención de un público cada vez más concienciado con la causa siria y paranoico por el terrorismo internacional. Esta aproximación al tráfico de armas, tan desconocido para el gran público, nos confirma que los estados conocen y, en ocasiones, respaldan este tipo de prácticas y cuando no, tienen las manos atadas para actuar en su contra.
Pero como ocurre con muchas series británicas, tanta perfección, tanto funcionamiento mecánico y tanta matemática en los guiones acaba con la espontaneidad que una obra cultural debe tener en mayor o menor medida. Es cierto que en una miniserie todo tiene que estar más medido pero los productos audiovisuales a veces necesitan irse un poco de las manos, ser libres en un espacio controlado. Si no, todo se vuelve más previsible, ya no parece tan bonita, ni los actores tan buenos, ni la historia tan novedosa. Con todo, no quiero decir que El Infiltrado no sea una buena serie, de hecho es una de las mejores de este 2016, pero podría haber sido más.
Aparte de como una adaptación de John Le Carré, que atrae por sí sola, la serie se nos ha vendido como un duelo entre dos actores de nivel como Hugh Laurie y Tom Hiddleston. En efecto, en esta parcela no decepciona lo más mínimo porque ambos se lucen de todas maneras posibles, además de estar apoyados por unos secundarios de lujo como Olivia Colman, Tom Hollander, David Harewood, Tobias Menzes y nuestro Antonio de la Torre. Sin embargo, la primera se ha colado en esta fiesta para dos y se adueña de El Infiltrado desde que Angela Burr empieza a cobrar importancia. La británica cuaja la brillante interpretación de una obstinada espía embarazada, un rasgo que completa su carácter y que es clave para todo el trabajo de campo de Jonathan Pine. Su secuencia final escapando con Jed (Elizabeth Debicki) y su cara a cara con Richard Roper son una recompensa que el espectador agracede más incluso que el enfrentamiento entre los dos protagonistas.
El Infiltrado funciona muy bien gracias a su formato de miniserie, sólo seis capítulos para contar una historia muy concreta ajustando así el presupuesto, pero esta característica le impide profundizar en el tema desde una perspectiva más social. Se queda a medias a la hora de denunciar el tráfico de armas –quizás por falta de tiempo o quizás por no meter el dedo en la llaga demasiado–. A pesar de ello su valentía es digna de mención, sobre todo desde dentro de una televisión gubernamental, algo impensable en otros países.
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