Seríamos exquisitos, estaríamos demasiado experimentados en el noble arte de
alargar tramas hasta que el clímax se prestase. Sea de quien fuera la culpa,
hoy hacemos balance de la primera temporada de El Show de Priyanka haciendo el Chorra.
Lo malo
Siempre negativo, nunca positivo. ¿Qué es lo que más factura le ha pasado a
Quantico? Por raro que suene, cumplir sus promesas. La primera mitad de la
temporada persiguiendo el futuro y el interrogante de quién de todos ellos
reventaría Grand Central era la clave. El problema reside en que condenando a Elias, saltaban el tiburón. Y de ahí en adelante siempre es cuesta abajo.
Una mente perversa que manejase al pobre rubio como una marioneta permitía
alargar el misterio. Alex y compañía resuelven una incógnita sólo para darse de
bruces con otra que les devolvía al punto de partida. Esta vuelta al cole venía
aderezada por una nueva remesa de
potenciales pseudoagentes muy pobremente introducidos que venían a cumplir
una función: jugar a ver quién es el sospechoso de la semana.
El background familiar de Shelby, la nula necesidad de Caleb para meterse
en camisas de once varas, la rebeldía del hijo de Miranda y toda la relación de
Alex y Perales (#Peralex). Todo tenía un
tufillo a “tenemos que hacer tiempo” que echaba para atrás más que la falta de
combinatoria entre los personajes.
Lo bueno
Si de la inconsistencia narrativa hay algo que podamos extraer, son las
risas que nos echamos. Quantico se ha
ido moviendo entre el folletín de instituto con pistolas y una pasarela de
modelos de ropa interior. El hate watching como salvación de
audiencias. La incompetencia de las fuerzas de seguridad estadounidenses,
los postizos de todos los colores y longitudes… ha sido una serie completamente
apta para amenizarte las lavadoras.
Rescatamos del descoñamiento formal uno de los más importantes aspectos por
los que aplaudir a Quantico: no ha entendido de razas, ni de géneros ni
de sexualidades. Eso es algo que no podemos negarle y que debemos alabar a
los productores. No habrán construido el thriller del año, no, pero han sido
capaces de aportar su granito de arena a que la televisión sea un lugar más
justo. Que el varón blanco heterosexual sea lo más pánfilo del mundo y sea Ella
quien salve el día y el culebrón.
Tanto el dolor infinito del sacrificio de Simon como el desquiciamiento
mental de Liam nos llegan justificados. Hay
una solidez en las motivaciones suficiente para que compremos la tragedia y el
impacto de cargarse a dos personajes principales. No hay gratuidad en el
desenlace, y después de ocho episodios de bandazos sin sentido, no podemos
evitar ver que todo luce más.
*
Ahora la pregunta es: ¿te quedas a ver por qué clase de equipo ficha la
Parrish o te das por graduado del máster en pelucas?
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