Oliver Queen no es un superhéroe, pero a Arrow nunca le ha dado miedo incorporar todo tipo de elementos de ciencia ficción a Star City. Las cosas no han cambiado demasiado desde "la cura" que le inyectaron a Slade Wilson: una nueva droga, polvo de estrella, es la culpable de que haya un nuevo superhombre en la ciudad con muchas ganas de construir su propio ejército.
En efecto, el tercer episodio de esta quinta entrega de Arrow va de ejércitos y la confianza que los sustenta. Si bien el de Sampson (el nuevo superhombre) se convierte previsiblemente en un plan fallido, no será así en el caso del Equipo Arrow, Bratva o John Diggle y sus fantasmas. Aunque no sin la tradicional carrera de obstáculos.
Uno de los superpoderes de Green Arrow, como bien sabemos, es la desconfianza. No importa cuánto nos quieran vender que Bratva es una hermandad y que son unos mafiosos "con principios", que ya sabemos que Oliver no salió de allí muy equilibrado mentalmente que digamos. No es de extrañar, entonces, que le cueste un poco confiar en su nuevo e inexperto equipo. Y, siendo justos, los recelos de Oliver no son nada infundados: Wild Dog tiene de precavido lo que Roy tenía de carismático. Al nuevo niño difícil no se le ocurre una manera mejor de llamar la atención de Oliver que liándola parda y tirando a Sampson en la marmita de polvo de estrella que lo convierte en el nuevo superhombre. Nominado ya, Wild Dog.
No obstante, esta temporada Oliver parece estar empeñado en darle oportunidades a la gente. No sólo no desmantela el equipo, sino que les abre las puertas de la Batcueva cueva-búnker y se los lleva en una primera excursión donde triunfan y frustran el plan de Sampson de construirse un ejército de superhombres. Pero el sabor de la victoria no dura demasiado, ya que Felicity decide lavar su conciencia y decirle a Ragman que ella es la responsable de que su ciudad natal fuera volada por el misil de Damien Darhk.
Mientras, a pocos kilómetros de allí, Diggle ha vuelto y sufre las consecuencias de que el Ejército le haya traicionado. La trama de Diggle esta temporada es de las pocas cosas realmente interesantes que he podido ver hasta ahora. Y el motivo es simple: cierra el círculo de manera satisfactoria. Si alguno andaba tan despistado como yo y no entendía el porqué de su vuelta a lo militar, este episodio nos ha vuelto a aclarar que, cuando se trata de Diggle, todo encuentra origen en su hermano. Aquel ejército en el que Andy se echó a perder vuelve a mostrarnos su cara más corrupta, pero Diggle decide que el castigo le viene como anillo al dedo: necesita expiar el asesinato de su hermano, y la cárcel parece un purgatorio tan bueno como cualquier otro.
A ello se suma la engañosa reaparición (aunque no por ello menos disfrutada) de Deadshot, el que durante tanto tiempo fuera el presunto asesino de Andy. No sé si habré sido la única que por un momento ha creído que su resurrección era parte de las consecuencias de Flashpoint, pero no me importaría tampoco que se convirtiera en un desvarío recurrente de Diggle, y que al final se le acabaran pegando un par de cosas. Después de todo, Deadshot constituye la ironía más amarga y perfecta: que John pasara tanto tiempo buscando al asesino de su hermano para al final convertirse en él.
Si a esto sumamos que Arrow ha hecho sus deberes una semana más en cuanto a acción se refiere, regalándonos momentos tan emocionantes como cuando Oliver aparta el arco y decide ir a por Sampson con sus propias manos, podríamos decir que esta semana, Arrow ha cumplido.
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