Hablemos del algoritmo de Netflix, de ese cálculo que nos dice en qué momento y capítulo nos enganchamos a una serie. Esa cantidad de números que le hace saber a sus dueños qué tipo de ficción demanda el público según sus gustos o lo que ve. Tan sólo es darle a un botón y 'click', serie creada.
Algunas veces me imagino ese algoritmo como un monete tecleando botones sin parar, una sala de chimpancés guionistas. Otras veces, me imagino al arquitecto de Matrix realizando complicados cálculos, dando someras palizas lingüisticas al que pasa por ahí explicando por qué ha decidido realizar esta o aquella serie, sin que se produzca un error en la ecuación. Pesadito él. Muchas veces, incluso, me imagino un botón al que le das y de la nada te saca una obra maestra.
Con la serie Easy me decanto por el algoritmo del monete. Es muy gracioso verle teclear, pero al final me acaba aburriendo.
Michael Chernus y Elisabeth Reaser poniéndose a tono |
En mi condición de treintañero, puedo (podría) verme reflejado en algunas de las tramas que quiere contar la serie: infelicidad laboral, conciliación de la vida matrimonial/laboral/sexual, padres jóvenes con bebés... Material suficiente para que de una forma u otra muchos nos veamos retratados en su guión. Su problema es que es demasiado superficial, vacía, opaca y sin capacidad de conexión alguna. Una serie "fácil" de abandonar.
Lo siento pero no voy a llegar a ver a Malin Akerman y Orlando Bloom |
Quiero entender que, para la plataforma, Easy es un contenido loable y de relleno para su catálogo romántico. Un producto que el algoritmo te recomendará para una tarde de sábado mientras te tomas tu latte macchiato y te encuentras muy indie con tus gafas de pasta y camisa de cuadros.
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