Ya está aquí, ya llegó. No viene con el bronceado caribeño que vaticinábamos, pero sí que ha vuelto con una excusita debajo del brazo. Arizona Robbins por fin ha hecho su regreso triunfal. Ni estaba muerta ni estaba de parranda, estaba en el piso de Callie en Nueva York, porque lo normal justo después de divorciarse una pareja, es hacer juntas la mudanza y asegurarse que la niña está bien arropada durante 14 noches y 14 siestas.
La de los patines ha venido con no otra función que la de manifestarse en el Alexgate. Nos sorprende que no haya traído el voto de Callie y el de Sofía también. Y ya puestos, una ouija notarial para preguntarle a Mark cómo está viendo el asunto desde el otro barrio. El sermón de Arizona llega dos semanas tarde, pero oye, ¿quiénes somos nosotros para criticar la redundancia?
De su trama salvamos el momento DeLuca. Esas largas miradas con nuestro sex symbol del hematoma favorito, ese abrazo victimista, esa tensión de ascensor que parece que va a hacer temblar las aceras de la nación. La clave es: emancipa a una bisexual, bisexualiza a su amante lesbiana, pero que no ejerzan sáficamente en televisión si no quieres que se mueran. Esto es 2016, andarse con ojo.
El cirio de Riggs sigue luciendo. Esta semana se incorpora al follón Amelia, otra emancipada de la vida, que no sólo disimula muy malamente el embarazo de su intérprete (ojito a la coreografía estilo Mira Quién Baila que se marca en la salita de descanso con la bata y las sillas), sino que sirve para prolongar el absurdo secretismo del folleteo que se trae Meredith con el nuevo. Amelia, la Kelly Rowland de la serie que salió de su hermandad antes de que Beyoncé diese la patada, se lleva el episodio vía caso médico multitudinario.
Destacamos la discreción de Meredith. Ella sigue en sus trece de ni como ni dejo comer, pero nos entretiene con sus flirteos de quinceañera por el instituto de los bisturíes. Sí, la trama es previsible como ninguna otra y, sí, lo repetiremos semana a semana hasta la siguiente pandemia nuclear que se lleve a Riggs por delante, pero no vamos a negar que de ridícula la situación se hace chiste. Que el tío deje de lavarse los dientes durante un mes en lugar de contar la verdad. ¡Ésa es Meredith Grey! Como se nota que el sarro no lo iba a llevar ella.
En el sector triste de las tramas C y D, tenemos a la siempre socorrida Miranda Bailey que ha sufrido el espeluznante trance de tener que castigar a su hijo durante nada más y nada menos que dos semanas sin teléfono móvil, y a April Kepner, que huele a depresión posparto que da gusto con ese traspaso de niña y esa caidita ensordecedora de bolsa de los pañales. No está claro el lapso de tiempo durante el que la pequeña Harriet —no, no mejora el nombre con los episodios— estuvo rotando por los brazos de enfermeras varias del hospital, pero si a los padres no les importa, a nosotros menos.
Reservamos el párrafo de honor de la despedida para Richard Webber, un personaje al alza que no sólo se supone que tiene una dilatada carrera en la medicina, sino que se jacta de defender los milagros de Santa Teresa de Jesús como principal origen de la resurrección espontánea de una señora en el hospital, razonamiento científico ya comunicado. En ABC hay diversidad de todo tipo y se representan minorías de cualquier nivel de discurrir mental. Es bonito.
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