En la cocina está claro: a veces los ingredientes son de primer nivel, la presentación es exquisita pero el conjunto no sabe bien, no cuaja y, o bien el plato se ha pasado o se ha quedado a medio hacer. Es lo que siento cada vez que me acerco a una nueva temporada de American Horror Story.
Está claro que sus artífices, Ryan Murphy y Brad Falchuk (quienes llevan casi una década como tándem creativo) son unos genios del audiovisual contemporáneo, unas brillantísimas mentes capaces de inventar escenarios y personajes peculiares, histriónicos y muy bizarros. Eso nadie lo niega. También se rodean de un equipo fantástico que orquesta algunas de las mejores promos de la televisión estadounidense, carteles que son obras maestras y avances que van aumentando la emoción y las expectativas del público como la bola de nieve que rueda montaña abajo.
Pero, entonces, ¿por qué todo este universo parece resquebrajarse al poco de empezar los capítulos de cada temporada? Soy consciente de que hay más espectadores que, como yo, cada año dan una nueva oportunidad a la serie de terror con mayúsculas para luego verse lidiando con la desgana y el tedio que provocan sus tramas una vez comenzadas.
He de confesar que sólo terminé de ver la primera temporada de American Horror Story y que con las siguientes, excepto con Freak Show (que abandoné a la mitad), sólo pude ver un par de capítulos antes de sentir que era un rollo macabeo aderezado con una atractiva y seductora parafernalia cuyo efecto mágico se desvanecía fotograma a fotograma. Visualmente la serie es potente y los actores, en su mayoría, exquisitos. Entonces, ¿qué es lo que falla en sus guiones? ¿Cuál es la razón de que este a priori fascinante conjunto haga aguas a la primera de cambio?
Los autores de American Horror Story saben muchísimo de cine, son expertos en el dominio de los recursos y referencias al género, y poseen un refinado humor que a menudo mezcla la cultura pop, el universo millennial y el metalenguaje cinéfilo. Las ambientaciones son siempre sorprendentes, pero luego los sustos no lo son tanto. Los giros, muchas veces previsibles. Y hay escenas que ya hemos visto antes. Si uno de sus objetivos es provocar escalofríos, reconozco haber pasado más miedo con ciertos episodios o secuencias de The Walking Dead que con la serie de Ryan Murphy.
Su otra producción de (pretendido) terror, aunque mucho más delirante y desfasada, Scream Queens, también agotaba la paciencia del espectador a los pocos capítulos. No obstante, saqué tiempo y paciencia para ver su primera temporada entera, sobre todo por sus cameos y diálogos de brillante ingenio y comedia, pero sin el menor interés ya por saber quién se escondía tras el disfraz del Diablo Rojo.
Lo mismo me sucede ahora con el Green Meanie. Aunque en este caso es peor, porque no llega a interesarme desde el minuto uno. Eso sí, me encantó la campaña promocional de la primera temporada de Scream Queens, de lo mejor que he visto en estos años. Los carteles eran magníficos y las píldoras audiovisuales geniales, contribuyendo eficazmente a aumentar el hype.
Eso sí, he de romper una lanza a favor de Glee, que prácticamente hasta su final me conquistó y emocionó, siendo fiel seguidora de sus tramas y versiones musicales, muchas de las cuales aún tengo recopiladas en una lista de Spotify.
Pero la que me parece más redonda es American Crime Story, la producción de Ryan Murphy sobre el caso de O.J. Simpson. Aparte del interés de la propia historia, la serie tiene geniales interpretaciones, sublimes escenas dramáticas y planos de gran virtuosismo. Además, alienta debates relacionados con el género, la raza, el sistema judicial y el poder de los medios de comunicación.
Sin embargo, en mi opinión, ninguna temporada de American Horror Story está a su altura. Seguramente habrá espectadores que piensen diferente, así como otros seriéfilos que sientan la misma desazón que yo con esta serie. Por ese motivo, os animo a todos a verter vuestras impresiones, argumentos y opiniones en el blog o en nuestras redes sociales, siempre de forma respetuosa y constructiva.
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