Showtime aún no ha anunciado si renovará o no Masters of Sex por una quinta temporada. Normalmente no habría de qué preocuparse, pues la cadena es conocida por renovar todas sus series hasta el infinito (Dexter, Weeds, Homeland...), pero las audiencias no han acompañado y este año no le ha temblado el pulso para cargarse Roadies y poner punto y final a Penny Dreadful (supuestamente, por decisión de su showrunner). Por eso, Michelle Ashford ha tenido que escribir un final "por si acaso", de esos a los que nos acostumbraron Fringe o Chuck en su momento pero que no son tan comunes en el cable. Lo vamos a comentar, por supuesto, con spoilers.
En el último episodio de la cuarta temporada, Bill y Virginia se dan el "sí, quiero" en una ceremonia íntima, a la que solo asiste (en calidad de testigo) el nuevo recepcionista de la clínica, Guy. Era un momento que muchos fans estábamos esperando: por más que Masters y Johnson pasaran a la historia como un matrimonio de investigadores, parecía que el momento no iba a llegar nunca.
Se casan después de una larga temporada en la que, primero, Virginia ha tenido que hacer las paces consigo misma y aceptar que quiere a Bill y, segundo, él ha tenido que perder el miedo a que Gini vuelva a destrozarle emocionalmente. Ha sido en la evolución personal de ambos personajes donde más ha brillado la cuarta temporada: si en la tercera entrega de la serie parecía que los guionistas trataban de mantenerlos separados solo para hacernos sufrir (y así poder seguir estirando la tensión romántica), en la cuarta han sabido contar de maravilla las inseguridades de cada uno, con calma y sin caer demasiado en lo obvio.
El más beneficiado ha sido, sin duda, Bill. El doctor Masters ha quedado retratado como un insensible o un cabezota que no atiende a razones varias veces en el pasado, pero poco se le puede reprochar este año, en el que ha empezado a responsabilizarse de sus hijos, ha aceptado su divorcio con madurez y ha estado ahí para Burton o Betty cuando le han necesitado (aunque, siendo justos, siempre ha sido un buen amigo). Virginia, en cambio, ha perdido los papeles en más de una ocasión y ha tomado alguna decisión cuestionable. Nada que no podamos perdonarle, eso sí.
Aunque es ella la "culpable" de que los espectadores no hayamos disfrutado tanto de esa boda como nos hubiera gustado. Los guionistas han dejado claro que, si bien quiere a Bill, también está muy contenta por la buena prensa que les va a traer el haberse casado. Siempre ha sido una mujer ambiciosa, cosa que por supuesto no es mala, pero en el final de temporada lo es hasta tal punto que está dispuesta a plantear terapias de conversión para homosexuales (esas en las que cree el nuevo vicepresidente de Estados Unidos) con tal de mantener sus contratos editoriales.
La etapa en la que Masters y Johnson empezaron a aplicar estas terapias es, probablemente, la más negra de su historia. Algunos pensábamos que la serie iba a pasar de puntillas por esos años (al fin y al cabo, la mitad de los empleados de Bill y Virginia son homosexuales), pero todo apunta a que, si hay una quinta temporada, esta será la trama principal que aborden. Aunque tal vez es un camino demasiado turbio, y un poco incoherente con el retrato que han hecho de los protagonistas hasta ahora, es innegable que puede dar momentos interesantes.
Los secundarios, los grandes perjudicados
No ha sido, aun así, una temporada redonda, sobre todo por el torpe desarrollo de las tramas secundarias. Ha sido una gozada ver cómo Libby ha aprovechado su divorcio para liberarse de todas sus ataduras, y Caitlin FitzGerald ha estado mejor que nunca dando vida a la exmujer de Bill, pero es inevitable la sensación de que el personaje no ha hecho más que dar bandazos. Tras tres años de sufrimiento constante, estaba dispuesta a probar cosas nuevas, desde reuniones feministas hasta un estilo de vida hippie, pasando por el nudismo, para finalmente apuntarse a la escuela de derecho y convertirse en abogada. Cada una de estas subtramas nos ha dado momentos muy bonitos, pero su evolución, aparte de menos obvia, podría haber estado mejor hilada.
Peor ha sido lo de Betty. La recepcionista de la clínica interpretada por Annaleigh Ashford ha tenido menos tiempo en pantalla que nunca, y solo ha aparecido para sufrir. La trama que se planteó el año pasado para ella tenía mucho potencial, pero en lugar de contarnos cómo ella y su novia trataban de criar a una hija juntas en los setenta, han preferido marcarse un bury your gays y cargarse a Helen, la enésima lesbiana muerta en televisión este 2016. Probablemente sea el momento más bajo de la temporada por el maltrato innecesario a Betty: los abuelos del niño, que no aceptaban la homosexualidad de su hija, le quitan la custodia. La serie, además, ha dejado en el aire si podrá recuperarla o no.
Tampoco han cuajado demasiado los personajes nuevos. Art y Nancy, con ese matrimonio abierto y la intención de convertirse en los nuevos Masters y Johnson, han tenido momentos interesantes, pero el retrato de ella ha sido demasiado simple y maniqueo como para sentirla como una persona real. Mucho mejor ha estado Art con sus estudios de la escala de Kinsey, y es una pena que no vayamos a seguir viéndolo el próximo año, pues hubiera sido un fichaje interesante para la clínica.
Pero por la contundencia con la que han escrito la relación de Bill y Virginia (ese polvo y ese "te quiero" disfrazados tras el cristal, esa brillante pedida de matrimonio), apoyados por las grandes interpretaciones de Michael Sheen y Lizzy Caplan, y por lo interesantes que han sido los casos que han tenido en la clínica, el balance de final de temporada es muy notable.
Hay quien dice que este es un final de serie perfecto, pero solo por ver cómo son Masters y Johnson como matrimonio y averiguar cómo resuelven la trama que han planteado en este final, yo cruzo los dedos por una quinta temporada que nos deje un final mucho más dulce y menos agrio.
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