Crazy Ex-Girlfriend es una de
esas rarezas televisivas que es casi un milagro que existan. Su primera
temporada fue irregular, pero con muchos más altos que bajos y momentos
realmente brillantes. Su creadora, Rachel Bloom, tiene una visión muy clara del
mundo, y sabe plasmarla incluso a través de los ojos de un personaje tan
perturbado como Rebecca. Por suerte, The CW renovó la serie y este año hemos
podido disfrutar de otra entrega, en la que sus creadoras no han hecho más que
pulir los guiones, confirmando que esta comedia musical no era flor de un día.
En primer lugar, la serie tuvo
que afrontar la salida de Santino Fondana (Greg). El actor aceptó otros
proyectos en mayo, cuando la renovación de Crazy Ex pendía de un hilo, y solo
pudo rodar unos pocos episodios al principio de esta temporada. Para los fans
es especialmente dolorosa esta salida porque todo apuntaba a que Greg sería el endgame de Rebecca y (la mayoría)
estábamos muy conformes con ello. Josh, por definición, es una obsesión malsana
de la protagonista que necesita superar (y más tonto que una piedra, eso
también).
Pero, a la larga, esta ausencia
ha sido más beneficiosa que otra cosa. La serie tuvo que poner el foco en otros
aspectos, y decidió centrarse en las amigas de Rebecca. Durante la primera
mitad de temporada, vimos cómo la relación de la protagonista con Paula, su
fiel escudera en esto del stalkeo, se resquebrajaba. Rebecca tuvo que buscarse la vida y formar una squad que ni Taylor Swift con su vecina Heather y con Valencia, demostrando que la serie estaba por encima tópicos como el de la rivalidad femenina. No solo eso, sino que su relación con Paula acabó refortalecida tras los baches y, aunque la serie vaya sobre la obsesión de Rebecca por Josh, sus otras relaciones ahora son tan importantes o más que esta.
Además, no quedó más remedio que buscar un sustituto para Greg, y en este aspecto también etsuvieron acertados fichando a Scott Michael Foster. En lugar de vendernos su relación como una historia de amor o un plan B frente a Josh, lo de Nathan para Rebecca ha sido poco más que un calentón de momento. Y ya sea porque cualquier cosa es mejor que Josh, porque el actor tiene carisma o porque han sabido equilibrar bien el hijoputismo del personaje con ciertos rasgos que le dan humanidad, nos han convencido. Esperemos que este híbrido entre Will Gardner de The Good Wife y Harvey Specter de Suits se convierta en regular en la próxima temporada.
Mientras que, superficialmente, la serie seguía poniéndose de parte de la protagonista y poniendo el foco en Josh y esa boda que sabíamos que acabaría mal, de fondo estaba allanando el terreno para un final de temporada espectacular, en el que la decisión de Josh por entrar en el seminario es lo menos impactante. Mucha más fuerza tiene ese plano final, con Rebecca al borde del acantilado, decidida a destruirlo con Heather, Paula y Valencia de su lado; y la revelación de que la enfermedad mental de esta la llevo a pasar un tiempo en un psiquiátrico con lo que parece ser un trastorno disociativo.
Tomarse en serio los problemas mentales de Rebecca pese a ser una comedia es lo que hizo que Crazy Ex-Girlfriend nos enamorase en un primer momento y está bien que vuelvan a ello. La tercera temporada, ya confirmada (CW, te queremos), promete ser un descenso a los infiernos apasionante, y nosotros solo tenemos dos peticiones: más tiempo en pantalla para Darryl y White Josh, que han estado en un segundo plano toda la temporada, y más temazos como Santa Ana Winds, You're My Best Friend, Friendtopia o You Go First. Porque, debemos reconocerlo, en su primer año tuvieron más números excelentes que este. ¿Qué os ha parecido la temporada?
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