Las expectativas con los flashbacks de esta quinta temporada de Arrow están más altas que nunca. La serie lleva jugando con la idea de que Oliver se codea con mafiosos rusos desde la primera temporada y, sin embargo, a solo unos meses de que les pille el toro y se acabe el tiempo para terminar de explicar los orígenes de nuestro vigilante más expresivo (guiño, guiño), seguimos sabiendo tan poco como el primer día.
Que el Equipo Arrow viaje a Rusia a mitad de temporada y Oliver se reencuentre con Anatoly tampoco ayuda, es más, se carga todo el misterio de un plumazo. No porque lo reciba con un puñetazo cuyas motivaciones también nos desvelan (si es que no nos dejan nada para el postre...), sino por el mero hecho de estar vivo. Por cierto, que levante la mano quien tenga el menor interés por ver cómo Oliver finalmente mata a Konstantin Kovar. Lo veo difícil, porque si este episodio ha demostrado algo, es que nada de esto se relaciona en absoluto con la construcción de The Hood; si acaso, una vez más, la vocecilla instigadora de Talia, pero poco tiene eso que ver con Bratva.
De vuelta al día presente, el equipo vuelve a Star City con bajas. Los ropajes molones de Rory pierden sus poderes al parar el misil del general Walter, cuyo propósito como personaje ya ha visto su cénit: esta vez el discursillo oliveriano del "no matar" cala en Diggle, quien se encuentra en la misma encrucijada en la que antaño se viera con su propio hermano Andy, y decide ser mejor persona esta vez. No así Felicity, quien, a su manera, también está explorando su lado más "oscuro" y sucumbiendo ante el poder de Pandora - lo más interesante que le ha pasado al personaje en mucho tiempo.
Oliver y Susan consuman su "amor" mientras ésta prácticamente averigua la doble identidad del alcalde de Star City, y Quentin recibe clases de dicción y protocolo de (nada más y nada menos) René "Wild Dog". Ningún sentido.
Las sorpresas con René no acaban ahí. En Spectre of the Gun, Arrow nos regala su hora más paradójica y surrealista con un episodio centrado en el control de armas, y un Oliver con cara de "Tierra, trágame" cuando una periodista le pregunta su postura ante el asunto. "Complicada", dice el majete de nuestro señor alcalde, y procede a redimirse de su gusto por la violencia haciendo un alto el fuego durante 40 minutos. Porque a parte de Green Arrow, es Oliver Queen, el del don de la palabra y las ofertas difíciles de rechazar.
Ahora en serio, Oliver decide afrontar el tema desde su papel de ciudadano y alcalde, porque un tema tan candente como el del control de armas en EE.UU. necesita una aproximación de a pie, humilde y honesta. No nos engañemos, ha habido muchos momentos inverosímiles (el discurso de Oliver para evitar el suicidio del malo de turno, o que René no sólo sea, de repente, asistente de Quentin, sino que además elabore la nueva ley para el control de armas mano a mano con Oliver), pero, sorprendentemente, estos tienen más que ver con los personajes que con la tesis del episodio mismo, la cual se sostiene con nota.
Contra todo pronóstico, esta semana Arrow ha logrado construir uno de los pocos episodios que no me han tenido mirando el móvil cada diez minutos. Eso sí, de Bratva o Thalia Al Ghul ni mu, pero no me ha importado en absoluto. Este no ha sido el típico episodio semanal de Arrow, sino algo muy especial y que nunca antes se habían atrevido a hacer: dejar toda la trama a un lado para mirar a la cara a un drama cotidiano y urgente, sin miedo a ponerse políticos (aunque sin pasarse).
Además, los flashbacks sobre el origen de Wild Dog tienen su aquel y eran necesarios. Llevo desde el principio de temporada preguntándome por qué darle tantos pases a un personaje tan imprevisible e irresponsable como René, y, aunque la respuesta haya llegado tarde, al menos ha llegado.
Ojalá más episodios como éste, Arrow.
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