Volvemos a la carga. Ahora sí, de verdad, hablando de y viendo los asuntos que nos importan, no las complicaciones cigóticas de una presidiaria adolescente. Vuelve Grey, poquito a poco, de cuerpo moderadamente presente y no solamente dejando el voiceover grabado vía nota de voz del WhatsApp. Eso sí, seguimos fascinados por lo barato que tuvo que salir el episodio de la semana pasada.
Arizona Robbins se venga de esos dos episodios que se perdió al inicio de la temporada y vuelve a capitanear la acción. A cargo del previsible caso ginecológico (en serio, ¿no podían tumbar a la preñada en la parte de atrás del coche en vez de poner las pezuñas en el salpicadero? Las luces), la de los patines se distrae de las últimas 48 horas vividas. Arizona sigue reponiéndose de tener que asomar la patita, o falta de la misma, el otro día. Y de lo de Alex también. Pero no vayamos a pensar que lo de Alex es algo relevante. Por favor. Qué osadía.
A Arizona se le atraviesa el quiqui. Está de mal humor, y no es para menos. Su participación en el Frente de Resistencia Senil está alterando ese elegante cortejo que lleva realizando la amiga Eliza Minnick desde su llegada. Entre eso y que ignora los ojitos sabrosones que le pone Leah Murphy por encima de la mascarilla, por poco pensamos que Sofía iba a tener un hermanito concebido en la escalera. ¿Cómo de homoflexible es Arizona? ¿Existe el concepto "homoflexible"? ¿Nos lo puede confirmar alguien? ¿Podrá resistir el inconmensurable encanto de Andrew DeLuca consolándola al volver a casa? Muchas preguntas, muy pocas respuestas.
Pese a lo penitente que se levantó la anónima, tampoco movió un dedo por saber dónde estaba su ex. Tiene que ser Meredith quien abandone su puesto de señora bien servida para perderse en el denso sistema burocrático penal del estado de Washington. Meredith deja de lado temporalmente el ejercicio de la medicina para buscar a su myperson. Myperson que no estaba muerto, estaba de siesta. ¿Giro sorprendente? ¿Con un regusto a pérdida de tiempo? Digamos que en un término medio.
La que desconoce los términos medios es Amelia. Amelia se presenta, contra todo pronóstico, a figurar. Ha sido realmente impactante verla más de dos minutos. Robándole yogures a su pupila y escondiéndose del tedio pelirrojo que tiene por marido. No sabemos hasta cuándo mantendrá los hilos cortados con su familia y su profesión, pero se la ve relajada con la vida monacal. Nadie la culpa.
El resto de supuestos profesionales de la sanidad se dedican a jugar al escondite con las operaciones, negarle la palabra y llevarle cafés probablemente envenenados. Hombres y mujeres hechos y derechos, ahí donde los ves. A excepción de April Kepner, que flojea un poco en el departamento de la relevancia esta semana. O esta temporada. Destacamos la aparición de Nathan Riggs, en cuya existencia nadie había reparado durante los últimos dos meses. Así a modo de apunte amable.
La semana que viene, tras una larga espera, la dueña del cortijo vuelve a su tanatorio para poner orden. O al menos para hacer acto de presencia, que últimamente no es poco mérito.
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