El fin del mundo ha llegado. Y como casi todo lo malo: llega pronto y sin avisar. Sabes que va a suceder, eres plenamente consciente de ello, pero a la vez tienes dudas y piensas que de alguna manera, casi mágica, todo se va a solucionar. En el caso de The 100, en buena parte de las ocasiones los problemas han fluido positivamente hacia su extinción, o han desaparecido con poca resistencia. Pero en esta ocasión las palabras y las intenciones no van a bastar. Con la perdida del combustible para ir al espacio y el incendio de Arkadia, los Skaikru se han quedado sin opciones. La única vía para sobrevivir es que la sangre de Luna corra por las venas de todos los habitantes del planeta antes de que la Praimfaya llegue a su punto de mayor esplendor. Pero para que eso sea posible deben recurrir a los mismos métodos que Mount Weather trató de usar sobre los 100. Unas prácticas que tanto han condenado aquellos que vivieron en esa montaña. ¿Y cuál es la diferencia ahora? Aparentemente la respuesta a esa pregunta no se basa en el cuál sino en el quién. Ya que ahora son ellos los que necesitan sobrevivir.
Abby tiene una solución alternativa al problema espacial: la médula de Luna. Solo ha de ser inyectada a la población para que puedan generarla. Un esfuerzo que resultará inútil si no saben si realmente funciona. Y ahí es donde surge el verdadero problema: han de testar sobre alguien la teoría de Abby, y para ello han de someter a ese voluntario a niveles de radiación extrema. En conclusión: deben torturar a una persona para salvarnos a todos. Muy bíblico. Esta idea llega a oídos de Emory, quién se ve inmediatamente convertida en rata de laboratorio. Esto dice mucho de la imagen pública de los Skaikru. La joven grounder no lo duda, y basándose en las enseñanzas de su novio decide seleccionar ella misma al candidato a salvador, dejando que sea Clarke la que finalmente proponga la condena. Murphy no podría estar más orgulloso de su padawan, ni más enamorado: están hechos en el mismo molde.
Mientras tanto los hermanos Blake disfrutan de su propia miseria apocalíptica. Bellamy sigue tratando de reconciliarse consigo mismo y lucha contra la frustración que siente al no ser capaz de conseguir el perdón de su hermana. Hay que reconocerle el esfuerzo, aunque el resultado no sea positivo. En esta ocasión Bellamy trata de rescatar a un padre y su hijo que sufre graves heridas tras la lluvia ácida. Todo intento será en vano, ya que finalmente no logra llegar a ellos antes de que mueran. Pero lo peor es que mientras lucha contra la frustración que siente al no poder salvar a Peter (otro individuo random que podría jurar que nunca ha sido mencionado previamente) está escuchando las palabras de consuelo de Marcus Kane, quién a pesar de haber cambiado mucho, no deja de ser la misma persona que condenó a muerte y ejecutó a su madre. El sol no brilla en villa Bellamy.
Tan sombrío está el día como lo está el alma de Octavia. La menor de los Blake goza de un estado anímico parecido al de su hermano. Lleva meses tratando de no sentir nada. Incluso se había apagado a sí misma, dejando que Skairipa tomase el control de su cuerpo. Sin embargo, las palabras de Marcus despiertan el dolor por la muerte de Lincon, un sentimiento que la despiadada asesina que vivía en su cuerpo trataba de bloquear. Un recuerdo que vuelve a su mente fresco como el primer día y para acallarlo usará a Ilian. No podría afirmar al 100% si Octavia usa a este joven oportunista porque está allí, porque no puede soportar escuchar más su triste historia (que a nadie le interesa, de verdad) o porque realmente se siente atraída por él. Parece que el granjero es experto en fuegos (de muchas clases) y logra calmar a Octavia, que necesita recordar que es capaz de sentir algo más a parte de dolor. La respuesta a mis dudas llega tras una despedida breve e increíblemente incómoda cuando el joven trishanakru desaparece de la cueva. Un lugar que se convierte inmediatamente en la tumba de Skairipa cuando Octavia abandona sus armas y decide acompañar a Ilian a su hogar.
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