Dejamos a un lado el respeto, la solemnidad y las defunciones maternas del personal de la semana pasada: hoy volvemos al cachondeo. Tenemos muchos palos que tocar, entre ellos que Camilla Luddington está a punto de explotar debido a cuestiones neonatales y la desaparición de Jo es más que evidente. Jo, qué pena.
La ausencia de la Bonita deja hueco para la expansión del resto de residentes, internos, becarios y demás proletarios del hospital. Edwards y DeLuca invierten la mañana en hacerle bullying a Cross, pese a que nadie tiene claro sus respectivos rangos, cuántos años llevan haciendo las prácticas ni por qué tanta crueldad y condescendencia con el Nuevo O’Malley, que aún está peleando por su puesto en el plantel protagónico antes de que descienda la siempre futurible guadaña.
Edwards está gestando lo que se conoce como un reventón. Va de mala praxis en mala praxis, en constante cuestionamiento de sus talentos quirúrgicos. ¿Predecible? Bastante. Estas carencias morales no se evidencian de casualidad a cinco episodios del final de la temporada y a puntito de anunciarse series nuevas para el año que viene. Lo dicho: ascenso para el albino torpón que se va a la India de colonias un mes y nadie se entera.
Los amantes de Teruel siguen dándole vueltas al asunto del divorcio o no divorcio o algo que ni ellos ni Shonda se ven capaces de gestionar. El ingreso en el hospital de una amiga de Hunt por lo visto le da derecho al pelirrojo a forzar a Amelia a hacer visitas de cortesía. Porque una neurocirujana de renombre no tiene otra cosa mejor que hacer que repartir Ferrero Rochers a los coleguitas militares del macetero con el que se casó por error. Por supuesto.
Mientras tanto, el hermanísimo de dicho macetero —posteriormente némesis a muerte y actualmente amigote de nuevo—, Nathan Riggs, se ha salido con la suya. O casi. Cuando por fin consigue una cita con su pretendida, a última hora la todopoderosa condesa del hospital le aborta la misión por baja emocional del 33% de las Destiny’s Child. Qué casualidad que pase justo cuando su historia empieza a salir a la luz. ¿Podríamos decir que el equivalente americano de que te mire un tuerto es que te eche una maldición gitana una coja? Arizona Robbins, curiosamente defensora número uno de la memoria de Derek Shepherd, salva la flor regenerada de Meredith Grey. Grande. Diva.
De ese 33% tenemos que hablar más. La rápida recuperación —quizás precipitada por el hecho de que este episodio se haya emitido una semana antes de lo debido, por lo que la próxima semana nos depara pegote autoconclusivo rellenístico duro— de Maggie centra sobre ella la trama médica de turno. Vamos a obviar toda la parte del luto y los peligros de llevar a dos bichos amargos y cínicos como son Meredith y Amelia de escolta a un cementerio y vamos a hablar de lo que se avecina: ¿por qué parece que Jackson podría haber colado preservativos entre las páginas del informe de la madre de Maggie como proposición indecente?
El último apunte que podríamos hacer es el de los carros y carretas que tiene que aguantar Miranda Bailey y el plazo aproximado de canonización. Tener un mentor que te está echando en cara tus propios logros día sí y día también es de Vaticano como poco. O de juzgado de guardia. Pero la senectud del revenido patriarca ya la tenemos muy discutida y aquí hemos venido a reír, no a que nos entren ganas de dinamitar la hucha de las pensiones.
Como adelantábamos anteriormente, la semana que viene nos espera uno de esos episodios que auguran de todo menos una crítica amable. Griggs: The Movie. Éste nos va a tocar verlo con vino. O aguardiente.
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