Hoy, 1 de abril, se cumplen diez años del estreno de The Tudors, la mítica serie de Showtime que nos cautivó con su retrato del fascinante reinado de Henry Tudor, Enrique VIII para los amigos, y sus muchas y muy variadas reinas. Conocida en España como Los Tudor, la miniserie supuso el principio de un formato de telenovela palaciega que ha creado escuela, y sin el que otras series como The White Queen, The Borgias o incluso Reign, no podrían entenderse (salvadísimas las distancias).
Pero si bien Los Tudor alimentó nuestro interés por retratar uno de los períodos más fascinantes de la Historia europea, plagado de cismas religiosos, transformaciones ideológicas y ambiciones imperialistas, la serie terminaba reduciendo el origen de dichas problemáticas al culebrón, convirtiendo esta época de cambios en una serie de conflictos de poder de orden personal y sexual. Y en ello radicaba su error, su encanto y su brutal capacidad de enganche.
En ello y en su cantera de actores, claro está. Porque hoy la conoceréis como Margaery Tyrell, pero Natalie Dormer ya había protagonizado las fantasías de muchos y muchas como Anne Boleyn (la Bolena, para que nos entendamos) y puede que aún lo haga. Como no se puede traicionar la Historia demasiado, sólo disfrutamos de sus duelos titánicos de actuación con Jonathan Rhys-Meyers durante dos temporadas, pero la química y la presencia de estos dos parecía incombustible. De hecho, ninguna de las siguientes reinas lograron cautivarnos del mismo modo.
Otro que por entonces no era muy conocido y ahora lleva la capita de DC es Henry Cavill. Porque el pillín de Charles, primer duque de Suffolk, nos sedujo mucho más de lo que el buenazo de Clark Kent jamás podrá, sin importar cuánto se pete o lo ajustadas que sean sus mallas de Superman. La avaricia y picardía de Charles nos conquistaron, mientras que su lado angustiado y torturado por las masacres que se vio obligado a cometer en nombre de su rey hicieron que soñáramos con poder consolarlo. Y ya son más registros de los que le hemos visto a Cavill desde entonces.
Pero aunque ya hubiera dado el do pecho con la fantástica Match Point, Jonathan Rhys-Meyers despuntó por encima de todos en The Tudors con su actuación como Henry, ese rey ambicioso que pasó a la Historia por lograr dar una justificación teológica a sus caprichos. Si bien, en mi humilde opinión, resultó un poco sobreactuado, Jonathan nos dejó bien claro que Henry era una persona temperamental, intensa y tan persistente como cambiante en sus apetitos.
Con cada nueva temporada y su correspondiente intro, en la que Henry siempre estaba más feo y Charles más guapo, nos anunciaban a nuestra nueva reina: desde la española Catalina de Aragón, a la Bolena, a Jane Seymour (también conocida como la única que realmente quiso a Henry), a Anne de Cleves, hasta las dos últimas Katherines, merece especial mención ese matrimonio truncado y por conveniencia con la alemana. Joss Stone hizo sus pinitos como la de Cleves, esa reina cuyo rostro Henry no podía conocer hasta el día mismo de la ceremonia, y cuyo feeling alcanzó mínimos extraordinarios mientras compartieron alcoba pero no una vez divorciados, curiosamente. A Anne siempre le tendremos especial cariño por ser la única en atreverse a despotricar contra la pierna llena de pus de Henry y su olor. Gracias, Anne.
No menos interesante que el desfile de reinas era el de las manos derechas del rey, principales tejedores de las intrigas de corte y europeas que tanto nos gustaban. Desde el cardenal Wosley (un magnífico Sam Neill) hasta el pacientísimo Cromwell (grande James Frain), o los cameos clericales de Peter O'Toole y Max von Sydow, siempre recordaremos la serie porque pese a su nada menospreciable ambición de retratar una época que ha sido adaptada a pantalla hasta decir basta, tiene el gran mérito de haberse convertido en el principal referente para adaptaciones futuras de la misma. Porque ya no se hacen como Los Tudors, sino mucho mejores (The Crown) o mucho, mucho peores (Reign), y la historia de Henry se quedará como algo que no envejece. Un guilty pleasure instructivo de los que no quedan.
COMENTARIOS