El de American Gods ha sido un desarrollo largo con avaricia. Desde 2011 se está hablando de la adaptación de la novela a televisión. Ha pasado por manos de cuatro guionistas, dos cadenas y seis años hasta que el producto finalmente viese la luz este mismo fin de semana. Y tanto para una temporada de ocho episodios. Podríamos estar ante un caso similar al del casting de True Detective, pero sin el pinchazo posterior. El concepto highly anticipated que tanto le gusta a la prensa americana se queda incluso corto después de semejante proceso.
En honor a todos aquellos que pasaron los primeros 15 minutos del episodio completamente desubicados y los que podrían sufrir la misma suerte, presentemos debidamente nuestro nuevo fetiche. American Gods se centra en Shadow Moon, un delincuente que tras salir de prisión acaba envuelto sin darse cuenta en un conflicto de dimensiones ancestrales entre los dioses antiguos y los modernos. Un punto de partida basado en la habitual técnica del pez fuera del agua para guiarnos a través de sus ojos por la que promete ser una de las grandes épicas del año.
Este ambicioso juego de mitologías no es otro que una muy necesaria inyección de savia nueva en el maltrecho imaginario de la fantasía catódica, que no solamente vive de dragones y vampiros de mejor o peor trazado. Y con sus correspondientes garantías de autor.
El responsable de esta adaptación es Bryan Fuller, conocido y muy reconocible en este primer episodio por Hannibal. Tras su lamentada salida de NBC, Fuller se lleva consigo el detalle visual más sanguinolento que caracterizó las tres temporadas de la versión televisiva del Dr. Lecter. La fijación por lo onírico y su representación en crípticas visiones se confirma como seña de identidad. O que nos expliquen esa obsesión por los rumiantes de noche, desprendan o no fuego por los ojos.
Al nombre detrás de la cámara se le suma el plantel coral que han conseguido reunir a lo largo de esta dilatada producción. Ricky Whittle (The 100) consigue defender el papel principal contra nuestros pronósticos, siempre teniendo en cuenta que tiene a un Ian McShane (Deadwood) como co-protagonista. Un "duelo interpretativo" —¿se puede considerar duelo siquiera en vista de semejante desequilibrio?— en el que siempre sale ganando el veterano encarnando a un carismático dios estafador frente al apuesto novato que no negamos venga a cumplir la cuota de eye candy.
Al dúo raíz se le une el siempre agradecido Pablo Schreiber (Orange Is the New Black) y un alargado catálogo de personajes recurrentes con actores de la talla de Kristin Chenoweth, Gillian Anderson, Jonathan Tucker o Cloris Leachman, entre otros muchos. En su mayoría suponemos que irán haciendo su aparición a lo largo de la temporada, porque de momento los guionistas han optado por la introducción paulatina en lugar de saturarnos con una treintena de caras a las que identificar de entrada, lo cual apreciamos encarecidamente.
La primera impresión de American Gods ha sido positiva sin lugar a duda. Una apuesta ambiciosa, fotográficamente atractiva. Unos valores de producción dentro del nivel de una Starz que siempre deja el regusto de inferioridad respecto a la marca HBO, pero sin por ello desmerecer el esfuerzo. A lo gráfico de lo visceral que comentábamos antes se le suma la clásica sexualidad escandalosa del cable premium. La falta de censura combinada con las posibilidades de lo bizarro que permite la olímpica premisa deja imágenes de calificación desafiante pero que abrazamos con gusto. Y sumándose las siempre socorridas referencias a felaciones fatales para darle ese toque de humor negro de rigor.
Objetivos, conflictos y bandos encima de la mesa a la espera de ver las proporciones que tendrá esta guerra en ciernes. Las expectativas son altas. Esperamos una serie tan elaborada como su puesta en escena. Los mimbres están dispuestos para al menos regalarnos un par de temporadas con gancho y con el suficiente interés para que no terminemos ante otra producción de Bryan Fuller que acabe antes de tiempo.
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