Anoche se emitía el cuarto capítulo de la serie estrella de Antena 3 para esta temporada, La Casa de Papel. Después de su espectacular estreno ante más de 4 millones de espectadores, la ficción que ya ha sido denominada como la heredera de Vis a vis comienza, lamentablemente, a decaer. El penúltimo capítulo, Pegatinas de colores, resultó, en términos de acción, bastante plano.
Como bien comentó su creador Álex Pina (Los Serrano, El Barco), La Casa de Papel es la primera serie española que se centra en la historia de un atraco. El llamado “Profesor” reúne a los mejores ladrones de España para atracar nada más y nada menos que la Casa de Moneda y Timbre. Sí, ese misterioso lugar en el que se imprimen billetes no se sabe muy bien para qué.
En principio, la idea me pareció potente, original y hasta idealista, hasta que se acabó el piloto y me pregunté: “Pero ¿por qué no han salido de ahí? ¿De verdad tienen la intención de quedarse ahí dentro durante 18 capítulos?”. Entonces me dí cuenta de que la televisión española me la había vuelto a jugar. De nuevo, se había creado una serie con una gran y sonora premisa pero con el contenido y las historias de siempre, aunque aderezado con una buena fotografía, puesta en escena y grandes actores.
La ficción plantea una serie de ideas que la dotan de aparente profundidad, como “¿Se es humano antes que criminal?”, y habla de temas actuales como el maltrato, las redes sociales y la situación de la mujer trabajadora. Sin embargo, tiene diálogos demasiado simples y tramas un tanto predecibles, por no hablar de las siempre repetitivas tramas amorosas, elemento básico de cualquier serie comercial española del que nunca nos podremos librar, por lo visto.
Los personajes están bien definidos pero solo se da protagonismo a unos pocos, lo que es una pena. La estructura resulta clara aunque los flashbacks se introducen de manera confusa (yo habría añadido algún elemento visual más para dejar clara esta diferencia). La tensión y el ritmo están bien trabajados pero todo a muy corto plazo, pequeños contratiempos y el clásico cliffhanger al final para que veas el siguiente capítulo.
Como era de esperar, la verosimilitud brilla por su ausencia. Que “El profesor” sea un supuesto genio que lleva años preparando este gran plan para que luego se tire dos capítulos casi sin enterarse de lo que pasa dentro de la fábrica, o que la ladrona malota que pasa de todo se juegue la operación por un chico no me cuadra mucho, la verdad.
Dicen que el guion del piloto fue reescrito más de cincuenta veces. Qué pena que no hiciesen lo mismo con el resto de capítulos porque la diferencia se nota. Y no solo la noto yo, afortunadamente también el gran público, un público que, a pesar de que Antena 3 insiste en tratarlo como lerdo e ignorante, ya no se traga cualquier cosa (por muy bonita que la pongan). Los datos hablan por sí solos. En dos semanas, la serie ha pasado de tener un 25% de share con el primer capítulo a un 15%, y estoy segura de que bajará más.
La Casa de Papel fue vendida como una ficción “revolucionaria” y “muy cinematográfica” y, después de tres capítulos, nos estamos dando cuenta de que se trata de una estafa más. Tal vez sea la culpa de los creadores, que creen haber dado con la fórmula definitiva del éxito, o de la televisión, que fuerza a explotar al máximo sus productos. Pero, sin duda, no es culpa de la audiencia, quien demuestra, semana tras semana, que la era de las series de envoltorios sofisticados y contenidos vacíos está a punto de acabar. Corta vida a La Casa de Papel.
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