Una inevitable despedida que contaba no sólo con las expectativas de una serie, sino con la carga de dos sobre sus hombros. Damon Lindelof se jugaba tanto coronar The Leftovers como se merecía al mismo tiempo que el resarcir de la herida del cierre de Lost. The Book of Nora pone un punto y final sencillo, sentido y, contra todo pronóstico, iluminador.
Tras una temporada de salida contrarreloj, la carrera de Kevin Garvey, su evangelio y el fin del mundo, el episodio de esta semana queda como un universo aparte. Una decisión sin duda arriesgada la de centrar un fin de serie en el co-lead en lugar de en el protagonista, especialmente cuando esta historia tiene una cabeza tan pronunciada. Nora toma control del epílogo para darnos una lección: la de ser capaces de pasar página.
Desde la conmovedora despedida de Matt hasta el aterrizaje de las palomas, el misterio de la futura Nora se declara como una terapia a ciegas que roza peligrosamente la comedia romántica. Una Nora que tras llegar a su extremo más oscuro y más desesperado durante esta temporada se reencuentra con el espectador en el exilio. La supuesta aleatoriedad con la que Kevin llega a ese páramo austral nos deja durante gran parte del episodio ante las diferentes posibilidades: viaje en el tiempo, realidad alternativa, todo siendo un delirio de sufrida madre de familia…
Quizás más tiempo del necesario invertido en esa suerte de cortejo pseudoamnésico, pero clara representación del espíritu de la serie: teorizad todo lo que queráis, mortales, que es más sencillo de lo que os pensáis, y lo que pensáis tampoco importa mucho. Importa lo que os hagamos sentir.
Es nuestro reencuentro y el de Nora con el auténtico Kevin el que desata el verdadero potencial de esta despedida, dejando a un lado las cabras simbólicamente cargadas. El Kevin desgarrado y sin mesura que nos confirma que sólo han pasado dos buenos puñados de años, que todo sigue en pie, el dolor incluido. La caída de la careta deja a Kevin a la altura del secundario inconforme mientras que Nora, curada de todo y de espanto, se limita a aceptar la conversión de su historia de duelo en un mito sobre dos amantes divididos por el tiempo. ¿Por qué queda ese regusto de que han querido teñir The Leftovers de color de rosa amargo en su epílogo?
Para equilibrar el pH está el otro punto relevante en este final de serie: el hecho de que nunca hemos visto The Leftovers como un thriller de misterio e investigación, pero aun así nos han regalado un aparente razonamiento mediante el motor de esta tercera temporada. Violando completamente la máxima del show, don’t tell, Carrie Coon se enfrenta a un monólogo magnético que la encumbra en su ya aplaudida andadura por Nora Durst.
Durante 7 minutos ininterrumpidos, la Coon dibuja con perfecta ejecución una respuesta prácticamente sacada de un episodio de Fringe para la pregunta raíz de The Leftovers. La agradecemos, sí, aunque ni la esperábamos ni la necesitábamos como el aire. Un plano paralelo en el que reside ese 2% de la población mundial que no representa la ascensión al cielo que predijeron muchos, sino un auténtico infierno en el que han perdido al 98% de los suyos.
Un reverso que, sin ver, Nora nos transmite como más que suficiente para aceptar la derrota. Un relato que nos deja al filo del sofá, con la boca abierta y con la duda perenne de si realmente pasó o todo es un mecanismo de autodefensa psicológico, cual lector de retinas/penes. Y, quién sabe, quizás simplemente una sanación omitida disfrazada de explicación para los más reacios al simple —y poderoso— leitmotiv existencial de la serie.
Sea como fuere, invitados estáis a compartir vuestras cábalas con nosotros sobre un adiós satisfactorio y redentor, jugado dentro de los límites y las promesas de su narrativa, no como en el antecedente isleño. Tan abierto a debate como aquél, eso sí, pero con el consenso de haber experimentado una serie única, rompedora y, ante todo, brillante en el retrato de la sensibilidad trágica.
Querido Lindelof y querido Perrotta, gracias por las dulces mieles de estas miserias.
Querido Lindelof y querido Perrotta, gracias por las dulces mieles de estas miserias.
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