Mirar atrás de golpe, en ocasiones, nos hace sentir viejos. Hace 10 años, GLAAD, la Alianza Gay y Lésbica Contra la Difamación, publicaba su 11º informe sobre la representación de los personajes LGBT en las series del prime time norteamericano. Hace una década, existían en la pequeña pantalla 14 personajes. Solo había gays y lesbianas, no había rastro de bisexuales, transexuales u otras personas de géneros y sexualidades diversas. Los personajes LGBT suponían un 1,3% del total en los canales en abierto. Actualmente, la situación dista mucho de aquella temporada de 2006-2007.
En 2016-2017, existe un 4,8% de personajes LGBT en series en abierto, que se traduce en un total de 61 personajes. En las series de cable, la cifra aumenta hasta 142. ¿Qué hay de las plataformas de streaming? Amazon, Hulu y Netflix cuentan con 65 personajes LGBT, entre regulares y estrellas invitadas. Hay razones para ser optimistas, puesto que la producción televisiva en Estados Unidos ejerce una influencia muy importante en la audiencia del resto del mundo. Nos llegan sus series en cantidades ingentes a través de plataformas de pago o canales en abierto nacionales. Los Emmy o los Globos de Oro también retumban en nuestros medios de comunicación patrios, que relatan en abundancia lo que se cuece y enriquece en EE.UU..
Aunque no existen demasiadas asociaciones en el resto de Occidente que trabajen tan exhaustivamente con la representación cultural del colectivo, es evidente que tenemos nuestros particulares ejemplos en el lado derecho del mapamundi. Skam (NK3), Merlí (TV3), El Ministerio del Tiempo (TVE), o Humans (Channel 4) son algunos títulos que han contando con personajes LGBT de una repercusión importantísima alrededor del planeta. Insistir continuamente en la existencia de estos personajes no atendía únicamente a un deseo de igualdad y diversidad; también atendía a algo tan sencillo como que cualquier espectador pudiera sentirse mínimamente representado, identificado o reflejado en algunas de las historias que se contaban. Nos sentimos viejos hablando de 2007, pero hasta hace no mucho los personajes LGBT no existían en pantalla. Solo existía la heterosexualidad y, por extensión, una única visión sobre la sexualidad y la identidad de género. Lo demás era tabú y estaba silenciado.
Esta situación general, en la que posiblemente se pierdan matices y afloren las contradicciones, revela que el porcentaje de representación de personajes LGBT aumenta cada año. Cada vez más series incluyen en su reparto algún personaje o trama de género o sexualidad diversa. Está claro que los números crecen en positivo, ¿pero es acaso lo que necesitamos? En dibujos animados, por ejemplo, está claro que sí, puesto que los referentes de los más peques brillan por su ausencia y sólo surgen los habituales como Steven Universe u Hora de Aventuras. Pero ¿qué hay del drama y la comedia de acción real? Es evidente que la cantidad ha sido muy necesaria para la visibilización del colectivo, pero en 2017 deberíamos impedir el estancamiento y escalar un peldaño más.
No tiene sentido forzar a que todas y cada una de las series incluyan necesariamente a un personaje LGBT. Los relatos son universales y atienden a aquello que precisamente reivindicamos: la diversidad. Necesitamos multitud de ficciones que cuenten su historia (con la era del Peak TV, tenemos para aburrir). Con un poco de perspectiva, deberíamos pensar en los relatos como piezas que se complementan las unas a las otras, puesto que la cultura seriéfila es garante de una diversidad conjunta (etnias, razas, géneros, sexualidades, clases sociales, profesiones, enfermedades).
Sin embargo, exigir que cada serie atienda a todas las causas, minorías y problemas sociales es, simplemente, inabarcable. Millones de personajes y temáticas están esperando a ser contadas y escritas. Aunque la ficción televisiva es un espacio perfecto para concienciar, sensibilizar, naturalizar o visibilizar ciertas realidades, las series no deben concebirse como la única herramienta para protestar o reivindicar y deben estar legitimadas para no ser nada de esto. Para la causa y el activismo, también existen otros formatos y otros lugares más que necesarios.
Quizás aquí puede radicar la mayor contradicción, puesto que las sexualidades y las identidades de género son materia de conflicto en la realidad (agresiones, estigma, discriminaciones, autorrechazo, asesinatos, falta de leyes, falta de cumplimiento de los derechos...). Es la persona creadora de ficción la que debe elegir si quiere representar este conflicto, desgranarlo y lucharlo o hacerlo desaparecer, para dar a la realidad social un pequeño empujón y mostrar aquello que deberíamos vivir y, por suerte, vivimos en ciertos lugares y entornos. Cada opción tiene pros y contras, ¡incluso se pueden combinar! Sin embargo, desde la cultura popular (y seriéfila) se necesita abandonar la tibieza y no dormirnos en los laureles.
No tiene sentido forzar a que todas y cada una de las series incluyan necesariamente a un personaje LGBT. Los relatos son universales y atienden a aquello que precisamente reivindicamos: la diversidad. Necesitamos multitud de ficciones que cuenten su historia (con la era del Peak TV, tenemos para aburrir). Con un poco de perspectiva, deberíamos pensar en los relatos como piezas que se complementan las unas a las otras, puesto que la cultura seriéfila es garante de una diversidad conjunta (etnias, razas, géneros, sexualidades, clases sociales, profesiones, enfermedades).
Sin embargo, exigir que cada serie atienda a todas las causas, minorías y problemas sociales es, simplemente, inabarcable. Millones de personajes y temáticas están esperando a ser contadas y escritas. Aunque la ficción televisiva es un espacio perfecto para concienciar, sensibilizar, naturalizar o visibilizar ciertas realidades, las series no deben concebirse como la única herramienta para protestar o reivindicar y deben estar legitimadas para no ser nada de esto. Para la causa y el activismo, también existen otros formatos y otros lugares más que necesarios.
Quizás aquí puede radicar la mayor contradicción, puesto que las sexualidades y las identidades de género son materia de conflicto en la realidad (agresiones, estigma, discriminaciones, autorrechazo, asesinatos, falta de leyes, falta de cumplimiento de los derechos...). Es la persona creadora de ficción la que debe elegir si quiere representar este conflicto, desgranarlo y lucharlo o hacerlo desaparecer, para dar a la realidad social un pequeño empujón y mostrar aquello que deberíamos vivir y, por suerte, vivimos en ciertos lugares y entornos. Cada opción tiene pros y contras, ¡incluso se pueden combinar! Sin embargo, desde la cultura popular (y seriéfila) se necesita abandonar la tibieza y no dormirnos en los laureles.
¿Cantidad o calidad?
La cantidad o la calidad no tienen por qué ser opciones incompatibles. No obstante, lo que nos encontramos en el panorama seriéfilo actual es una creciente necesidad de tener a un personaje LGBT. Da igual cómo, pero tiene que estar. Cantidad y presencia como prioridad. Numerosas series y canales se han subido al carro de lo LGBT-friendly y ya no sabemos discernir entre el interés monetario, la concienciación o la responsabilidad social. Mostrar géneros y sexualidades diversas lleva a que una serie reciba la palmadita en la espalda, sea alabada y aprobada en redes sociales o sea seleccionada como estandarte de lo positivo. Crítica y público aplauden al unísono. Muchos somos partícipes de ello sin darnos cuenta de que, en realidad, varias de esas series sólo trabajan el "mostrar", con un desarrollo vacío, torpe y poco profundo de sus personajes. Para estas ficciones (y sus respectivas cadenas), queda marcada la casilla LGBT y queda asegurado un volumen de público fiel que ha vivido durante décadas sin verse representado en las series de televisión.
En la actualidad, la calidad se está abandonando (o no se ha terminado de alcanzar) en paralelo a la servidumbre del marketing y la audiencia; a unos objetivos de volumen, cantidad y cumplimiento. Multitud de personajes LGBT son anecdóticos o están relegados a un plano secundario, son asesinados, convertidos en una parodia de ellos mismos o, sencillamente, están mal representados en función de su sexualidad y/o su género. Manolete, si no sabes torear, ¿para qué te metes? Con alguna de estas características surgen nombres como Charlie de Sé quién eres, Cameron y Mitchell de Modern Family, Aaron y su pareja de The Walking Dead, Alba Recio de La que se avecina, Courtney y Ryan de 13 Reasons Why, Kevin de Riverdale o Logan de Westworld.
¿Es suficiente con que existan o deberíamos exigir un poquito más de compromiso y complejidad en sus realidades? Si profundizamos en ellos, ¿tiene que ser a través de su orientación sexual o su identidad de género? Si son secundarios, ¿es posible dicha profundización? ¿Cuál sería su trama prioritaria si tienen tan poco tiempo? ¿Quiere decir esto que debe haber más presencia LGBT protagonista? ¿No se contradice esto con los párrafos anteriores? Demasiadas preguntas y muy pocas respuestas.
La visibilidad no es suficiente, ¿y ahora qué?
Una manera muy útil de ganar en compromiso es tener claro que, en 2017, lo importante no tiene que estar únicamente delante de las cámaras. También está detrás. Es necesario que la industria de la ficción televisiva haga un hueco significativo a personas creativas (directores, productoras, actrices, guionistas) que forman parte del colectivo LGBT. Poseemos una visión única, privilegiada y poderosa en cuanto a nuestra realidad. No tenemos que esperar a que otra persona la cuente por nosotros. Desde el exterior nos han definido, nos han rechazado y nos lo hemos creído. Ahora tenemos que definirnos a nosotros mismos y aceptarnos por completo. Para ello, debemos usar las series como vehículo y herramienta (ya sea creándolas o viéndolas) y conseguir que las historias sean reivindicadas y convertidas en referentes para el colectivo y para el resto de personas.¿Referentes de qué? De una realidad diversa, significativa, de importancia, sin estereotipos y sin clichés. Historias que cada vez estén menos ancladas a la salida del armario, a la búsqueda de la pareja como único motor de la sexualidad, a la transición de un género al otro o al descubrimiento repentino de la sexualidad. La visibilidad ya no es suficiente: hay que exigir calidad tanto para los personajes que ya existen, como para los que están por venir. Debemos profundizar en los personajes LGBT y darnos cuenta que, como las personas del mundo real, la orientación sexual o el género no son elementos determinantes para su construcción. Las series deberían aspirar a contar con personajes gays, lesbianas, bisexuales o transexuales que sean más que eso; que sean profesores, risueñas, músicas, encantadores, psicólogas, castaños, médicos, abogadas, madres, padres, electricistas... ¡Incluso villanos o personajes detestables!
Personajes como Clark de Legion, Darryl y Maya de Crazy Ex-Girlfriend, Cosima de Orphan Black, Trevor de Shameless, Jesus de The Walking Dead, Annalise Keating de How to Get Away with Murder, Clarke de The 100, Arizona de Anatomía de Grey, Nomi de Sense8 o Buck de The OA, han evolucionado como personajes que dan un empujón a esta lucha conjunta por los derechos y las libertades. Y lo han hecho siendo individuos llenos de conflictos y contradicciones, como su representación y como este debate. Es por ello que, en medio de la búsqueda de respuestas, el esfuerzo debe concentrarse en la construcción de un personaje por ser quien es; por ser persona, en este caso ficticia, que bebe de la realidad en la que después vamos a vernos representados.
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