Sabíamos que no iba a ser un final de temporada al uso, en clásico modo aftermath más o menos relajado tras la batalla de rigor del 9 con un cliffhanger al término y un plano potente para hacer de bonito. Los broches y tal, que para algo nos despedimos con lágrimas en los ojos. El extendido episodio nos resulta más fraccionado de la cuenta, pese a la relativa bajada de revoluciones del motor, encabezado por esa escena de reunión masiva en Pozo Dragón. El multitudinario gabinete de crisis se va formando poco a poco como un retrato de cena de Nochebuena en la que demasiada cara conocida con demasiado antecedente se junta: Bronn, Brienne, Podrick, el Perro, su parcialmente difunta hermana Montaña, Theon, Euron… Y, en particular, los siempre bienaventurados Lannisters de los que hablaremos más adelante.
Llega la reina aspirante con su aterrizaje de CGI brutote (ya los dineros se iban agotando para pulir bien al dragón), se conocen las divas, se miran mal, se desprecian. Feud, Ryan, Feud. Qué harto inútil el paripé mortal de la caza del caminante si al final toda la tregua se la carga Jon con sus morales. Él, que es muy sacrificado y del bien común, prefiere ser fiel a su crush rubio teenager de pasillo de instituto a mentir un poquito por la causa. Menos mal que siempre está ahí Tyrion dispuesto a jugarse el pellejo por todos nosotros. Interesante el papel de la Montaña como amenaza constante con control remoto. ¿Y si le llega a echar leones Cersei y se carga al chiquitín? Qué de sufrir.
Qué tierno que sólo el argumento del embarazo haga, supuestamente, a Cersei cambiar de opinión y aceptar el armisticio. Pero, pregunta: si ya tenías la huida cagona de Euron orquestada, ¿por qué necesitabas hacerte la remolona y la difícil y encima hacernos pensar que el resalado enano al que desprecias te ha hecho replantearte el dilema? Cersei y sus tejemanejes de palacio, que es donde mejor se desenvuelve ella, ya dejan su destino sellado de cara a la octava temporada: ella sola contra el mundo —por mucho que clame al cielo que de ella no se aparta ni Dios—, con sus dineros, y con su pretendiente calamar baboso. Porque Jaime luchando junto a Jon, Daenerys y su hermanito es algo que tenemos muchas, muchas ganas de ver.
Y fin del primer capítulo.
Capítulo 2: la manada de lobas. De teatros anda la cosa en este final de temporada. Muy tonta nos estaba pareciendo Sansa para ir cayendo en las redes de Meñique con tanta facilidad. Muy tonta y muy Revenge 2011. La semana pasada se acusó a Arya largo y tendido de sufrir de síndrome de descerebración del personaje. Por suerte, ni la pequeña es una sociópata a la que Netflix va a hacer una true crime docu series ni Sansa se va a quedar para Miss Invernalia 2017 teniendo problemas para discernir entre la obra de Confucio y la confusión. Slow learner, but learning. Nunca debimos dudar de Ellas.
Cae Meñique, por fin, una de las muertes más anticipadas después de estas siete temporadas. Una ejecución merecida, sin explicación de por qué tan tardía, pero más que satisfactoria para cualquier espectador con un mínimo de estómago. Poética, a manos de las hijas de la mujer que tanto amó acosó y, lo más importante, dejando en ellas todo su extenso legado de trucos de campeón de póker internacional. Te echaremos de menos, Petyr. Spoiler: no.
De vuelta en un momentillo (último chiste de continuidad, prometido) a Rocadragón, la carpeta se engrandece con los niveles de compenetración entre Jon y Dany. Para algo el episodio se titula “The Dragon and the Wolf”, no “The Dragon and the Pagafantas mirando con cara tristona cómo le levantan a su amor platónico”. Aunque para auténtico motivo para volver a hacer millas: Theon.
Theon, como una gran folclórica telecinquera, ha demandado su momento. Hay un problema: no le interesa lo más mínimo a nadie. No nos interesa que quieras el perdón de Jon, no nos interesa que sigas siendo un despojillo llorón y, sobre todo, no nos interesa que el punto álgido de tus dos escenas sea que te den tres patadas en tus no-huevos y no sepamos si reírnos o llorar. Con el simbolismo de ganar en el cuerpo a cuerpo gracias a la castración forzada, nos despedimos de Theon y su seguro que trepidante trama hasta el año que viene.
Capítulo 3: El Invierno. Por fin. Diez años coming el winter y hasta hoy no nos ponen un montaje con la sintonía versión balada navideña viendo los copos caer sobre la capital. Aprovechando el tono de epílogo Sam, otro raudo viajero, aparca el Ferrari en Invernalia para ver a Bran, que para ser un chavalín con capacidades omniscientes ha estado bastante discreto en todo el fregado. Entre Bran, portera discreta y Sam, ignorante que no deja hablar a las mujeres, llegan a la conclusión que ya se sabía desde hace un tiempecito, pero que los showrunners necesitaban reformular vía flashback en lo que se considera una adaptación de Giro de Guión para Dummies Vol. 2:
¡Nunca ha sido un bastardo! ¡Siempre ha sido el heredero del Trono de Hierro! ¡De cero a héroe! ¡En un pispás! ¡Él es el héroe! ¡Es todo un as! Mientras se empotra oficialmente a su tía en ultramar en el revolcón más esperado desde que a Jon le mandaron para El Muro. Arden las carpetas, entran en éxtasis genital las fangirls y los fanboys, con la total seguridad de que cuando un tío te deja caer que igual algo de útero hábil te queda todavía, es porque nueve meses después te quiere ver con la chirla abierta en canal. Qué bonita la consanguinidad en el Medievo. El auténtico leitmotiv de nuestra serie favorita. Jon Targaryen. Aegon Snow. Ay, no sé, You know nothing, Aegon Targaryen no suena igual. Lo siento.
Y como manda la tradición, terminamos una temporada rápida, ágil y para toda la familia, porque más mascadito no nos lo han podido dejar todo. Cae el Muro, habrá que ver cómo lo reflejan el año que viene en la cabecera, y la pregunta sigue ahí: ¿el Rey de la Noche dice “dracarys” también o le pone la banda sonora de Frozen al dragón para que ataque?
Fuerza, paciencia y especulen con avaricia, que este parón sí que va a ser más largo que el winter que nunca coming del todo. Con tanto otoño no veáis como tengo ya el .
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