Nunca entenderé qué le pasa a Netflix con sus series buenas. Parece que el presupuesto de publicidad sólo te toca si llevas antifaz o pasas coca, y los auténticos héroes de la plataforma se quedan en las sombras. Pasó en verano con Ozark, y la misma repercusión parece estar disfrutando American Vandal. Cero.
Sin un reparto estelar ni un presupuesto astronómico, American Vandal sólo contaba con su premisa para darle al play a su primer episodio: una sátira sobre los documentales de true crime que tan de moda ellos mismos pusieron con Making a Murderer. En este caso: Making a Pintapollas. Durante ocho episodios de media hora larga, un instituto se convierte en el epicentro de una investigación amateur que arroje luz sobre unos misteriosos falos grafiteados en 27 coches del claustro. Y lo mejor de todo: sin pixelar.
El caso goza de un tratamiento de un rigor tan apabullante que ya quisiera El programa de Ana Rosa. Estamos ante uno de esos ejemplos que llevan la estupidez tan al extremo que dan la vuelta completa al espectro y resulta un producto soberanamente inteligente. Según vas entrando en materia, es imposible no pasar del estado de coña absoluta a llegar a tomártela en serio. Porque no hay nada más serio que la nueva gran tragedia televisiva. Hasta luego, Laura Palmer.
Es incluso digno de reconocer que, dentro de la parodia, American Vandal y la deconstrucción del estereotipo llevan consigo un mensaje muy serio y terrible. Lo que parecía que sólo venía a hacer juegos y mofas de formato, termina reflejando los fallos del sistema educativo hasta el punto en el que no sabes si quizás deberías dejar de reírte de la ridiculez de la cuestión y darle tú mismo un par de vueltas al asunto.
¿Nos ha gustado? Claramente. ¿Es perfecta? No es infalible, pero sí sabe reciclarse dentro de su corta vida. El tema de la parodia y la recreación de los mecanismos clásicos del formato original hacen gracia una vez, quizás dos, pero llegados a mitad del camino hay cierta noción de estiramiento que invita más echarle un ojo a tus propios mensajes que a los que dan coartada en el caso. Y ahí, se transforma.
Sin ánimo de hacer spoiler ni alert, pero para daros una fuerza que seguramente necesitéis cuando veáis que las medias horas largas de cada episodio se redondean más en 130 que en 30 minutos, a media temporada American Vandal da un giro meta de esos que nos gustan: pasamos de ver un mockumentary básico a ver un mockumentary sobre el mockumentary, sus efectos en la realidad original y su uso sobre sí mismo como instrumento. Así de ininteligible todo. Una muñeca rusa metatelevisiva sorprendente cuando el ritmo y las vueltas a los sospechosos parecían empezar a decaer. El empujón que necesitábamos para involucrarnos en el caso y en el experimento narrativo definitivamente.
Tanto si la quieres ver por el brillante despropósito de su premisa, por encontrar tu hueco en la amplia gama de registros humorísticos que construyen capa a capa el falso documental o si realmente necesitas saber qué clase de desalmado falocentrista perpetraría semejante fechoría contra la santa institución educativa, American Vandal es la soberbia chorrada para todos.
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