¡El duelo de titanes ha llegado! El reencuentro imprevisto de Keating y Michaela era uno de los momentos más esperados del episodio. Ambas se reunen junto a Tegan Price (Amirah Vann) para apañar la vida de la decana Soraya Hargrove, esta mujer que también bebía, peleaba por recuperar a sus hijos, tocaba un poco las narices a nuestros muchachos y después los ayudaba o no, porque nunca supimos de qué pie cojeaba. La cuestión es que Annalise necesita dinero en efectivo para poner patas arriba Philadelphia y vengar a Wes (otra más) y considera que la manera más fácil es cobrarse favores antiguos. Es eso, caer en el vodka o aceptar el cash que Frank ganó hace décadas cuando intentó asesinarla y mató a su hijo.
Así que con un poco de manipulación, convence a Hargrove para participar en una especie de defensa conjunta y extraña de esas que solo ocurren en la ficción, para llevarse un porcentaje del dinero que le saquen al exmarido. Aquí entra en juego Tegan, a la que todavía no hemos mencionado porque pensábamos que sería efímera e insustancial. Nos están vendiendo a esta señora como la suprema de Caplan & Gold, lugar que cada vez gana más relevancia en la temporada. Y hasta va a ser más importante que Asher. Pobrecillo, dadle al menos una escena con diálogo.
Price es una Annalise de la vida, pero sin tanta intensidad o trauma. Es tranquila, sarcástica, mordaz y un nuevo ejemplo a seguir para Michaela. Finalmente, la lucha de titanes origina un curioso combate de egos con un resultado más positivo del que esperábamos. Eso sí, Pratt se lleva la pulla a casa igualmente y es acusada por Keating de intentar sustituir a su madre por ellas dos. En cualquier caso, y disputas aparte, nos anima el espíritu ver a tres mujeres negras en un despacho pensando cómo recuperar la dignidad de una mujer latina, cómo conseguir la custodia de sus hijos y cómo acabar con el exmarido y su chantaje. How to Get Away with Murder sabe pulsar las teclas adecuadas para regalarnos escenas memorables que quedarán grabadas a fuego.
¿Y qué ocurre con el resto de la muchachada? Bonnie se leyó nuestra crítica de la semana pasada y se ha apuntado al mismo psicólogo que su antigua amiga a la que ahora odia. También está intentando adelantarse a Annalise en la lucha contra el Turno de Oficio. Nate sabe que va a meter la pata, pero prefiere callar en favor de Keating porque el amor de estos dos no ha acabado. Podemos cortar la tensión sexual con un bisturí (el que Grey se ha olvidado esta semana) y aplaudimos con las orejas ante su futuro reencuentro tórrido. Por su parte, Laurel también está más caliente que el palo de un churrero y recae en viejos amores en la parte delantera de un coche. Solo faltaría que su hijo no fuera de Wes. Las carcajadas se escucharían desde la otra parte de Estados Unidos.
Pero nada de estas incomprensibles decisiones se compara con las de Connor, insoportable hasta la médula. Los creadores saben que le amamos demasiado y están llevándole a lo más oscuro de su ser para que le cojamos asco (y quién sabe si para que nos duela menos su posible muerte). Que si hago ejercicio, que si me despeloto en medio del salón, que si dejo de estudiar o que si me pongo de morros ante la llegada de mi padre o me dejo manipular por él para dudar del amor que le profeso a Oliver. Ay, si papá supiera lo que su hijo ha hecho para no ser el mismo muchacho que era antes...
Price es una Annalise de la vida, pero sin tanta intensidad o trauma. Es tranquila, sarcástica, mordaz y un nuevo ejemplo a seguir para Michaela. Finalmente, la lucha de titanes origina un curioso combate de egos con un resultado más positivo del que esperábamos. Eso sí, Pratt se lleva la pulla a casa igualmente y es acusada por Keating de intentar sustituir a su madre por ellas dos. En cualquier caso, y disputas aparte, nos anima el espíritu ver a tres mujeres negras en un despacho pensando cómo recuperar la dignidad de una mujer latina, cómo conseguir la custodia de sus hijos y cómo acabar con el exmarido y su chantaje. How to Get Away with Murder sabe pulsar las teclas adecuadas para regalarnos escenas memorables que quedarán grabadas a fuego.
¿Y qué ocurre con el resto de la muchachada? Bonnie se leyó nuestra crítica de la semana pasada y se ha apuntado al mismo psicólogo que su antigua amiga a la que ahora odia. También está intentando adelantarse a Annalise en la lucha contra el Turno de Oficio. Nate sabe que va a meter la pata, pero prefiere callar en favor de Keating porque el amor de estos dos no ha acabado. Podemos cortar la tensión sexual con un bisturí (el que Grey se ha olvidado esta semana) y aplaudimos con las orejas ante su futuro reencuentro tórrido. Por su parte, Laurel también está más caliente que el palo de un churrero y recae en viejos amores en la parte delantera de un coche. Solo faltaría que su hijo no fuera de Wes. Las carcajadas se escucharían desde la otra parte de Estados Unidos.
Pero nada de estas incomprensibles decisiones se compara con las de Connor, insoportable hasta la médula. Los creadores saben que le amamos demasiado y están llevándole a lo más oscuro de su ser para que le cojamos asco (y quién sabe si para que nos duela menos su posible muerte). Que si hago ejercicio, que si me despeloto en medio del salón, que si dejo de estudiar o que si me pongo de morros ante la llegada de mi padre o me dejo manipular por él para dudar del amor que le profeso a Oliver. Ay, si papá supiera lo que su hijo ha hecho para no ser el mismo muchacho que era antes...
En el futuro cada vez tenemos más sangre. Y ahora también en Caplan & Gold. Algo malo se cuece en la firma de abogados. El rostro de Bonnie lo dice todo: "a ver qué han liado ahora estos pánfilos y cómo vamos a barrerlo debajo de la alfombra". Oliver está metido en el fregado y no sabemos qué ha hecho o qué está escondiendo, pero Michaela y Laurel, que cada vez avanzan más en la aventura contra papá Castillo, le necesitan por una emergencia informática y sabemos que eso acabará de cualquier manera menos bien.
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