300 episodios más o menos de la misma serie, de nuestra Anatomía de toda la vida pero, de repente, un telefilme de Antena 3 de sobremesa dominical. Cómo está el prime time americano. Michael, ponnos base, que empieza el thriller.
En el maravilloso reino del imaginario estadounidense donde tu hospital es el centro del universo, el espíritu de Mr. Robot decide poseer tu guion en busca de un crossover multigénero. Un hacker aficionado a los tablones de anuncios sanitarios quiere la pasta del concurso de cirugía de Bailey y Avery, también conocido como el Aretha Franklin's Bisturí Race. Apagón informático en el hospital, teórica adrenalina y un festival de Richard Webber recordándonos que tiene 113 años en una incómoda oda contra el ageism. Dejad el ageism en paz, que para algo lo inventamos los millennials.
Deberíamos destacar el hecho de que usen la trama técnicamente semanal y la dejen a medias, pero les tenemos muy calados ya y se les ve a la legua que tenían que buscar una manera de enganchar a la audiencia de cara al parón cuando su cliffhanger gordo se lleva viendo venir temporada y media. La sutileza brillando siempre por su ausencia, como es habitual y tradición.
Hablaremos de ese revés del destino total y absolutamente impredecible con el que nos han deleitado más adelante. Rajemos de los becarios. De Jopelines Is the New Bailey —en sus más húmedos sueños— y la triste remesa de los cuales a saber quién podría trascender.
Todo el mundo les odia. Ciertamente cada tanda va a peor, no podemos culpar a Meredith por el profundo asco que siente al ver a los cervatillos desprovistos de dignidad alguna. Menos Gafas. Gafas es tierno. Gafas nos cae bien. Gafas, ese George O'Malley con la tristeza y la pusilanimidad puestas de esteroides. Gafas, bien. Resto, adiós.
Podríamos hablar de la aleatoriedad de volver a lo de Jackson y Maggie en ese homenaje a las películas slasher de clase B con el plano webcam desde abajo y la manguera de sangre rociándoles como una lluvia de billetes sexualmente (sexualmente, pero flojito, muy flojito) cargada. Pero es que ni eso. Podríamos hablar también de la hermana de DeLuca y su tour por debajo de las batas de las diversas especialidades del hospital, aunque tampoco nos inspira gran cosa. O podríamos acordarnos de Riggs, que tanta paz lleva como descanso nos dejó. O no.
La cancelación de la pedida de matrimonio de Alex a Jo pudo haber sido fácilmente hace 50 episodios. De ahí nace el ilustre cliffhanger, que hoy se materializa mágicamente en el mítico marido abusador, en todas las narices de Jopelines. El nivel de barateo visual del efecto de distorsión/mareo en ese primer plano es de juzgado de guardia. De los juzgados de guardia que gestionan los crímenes que cometen los estudiantes de primero de escuela de cine, para ser más exactos.
Con Meredith ya galardonada, Amelia mujer libre, el juguete de Bailey ya más allí que aquí y ninguna línea de calibre abierta, el reclamo para volver el 18 de enero es el número de hostias que le va a calzar Alex al profesor de Glee, entre siete y la docena. Sin ningún tipo de duda, el especial de la semana pasada debía habernos dejado con un buen sabor de boca estos dos meses de parón. Si esto es lo que nos deparan los próximos 16 episodios, así arda Shondaland antes de las Campanadas.
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