Qué metáforas más bonitas, qué simbología más apropiada, cuánta tensión y menudo giro de los acontecimientos. Qué pena que la mayoría de lo que hemos vivido en este episodio haya sido previsible. Son los pros y los contras de recapitular, atar cabos sueltos y explicar a la audiencia qué está ocurriendo. Nos han dejado satisfechos por un lado y fríos por otro. Aunque han respondido a muchas de las preguntas que cuestionábamos, la audiencia de How to Get Away with Murder ya está curada de espanto después de cuatro temporadas. Sabíamos desde el minuto uno que estábamos siendo engañados adrede y leíamos la verdad entre líneas. Las cazamos al vuelo.
De hecho, hay cierto aire de comicidad en todo lo sucedido, porque la sangre ha sido excesivamente aleatoria y consecuencia de una serie de catastróficas desdichas sin explicación. Nos hubiera encantado contaros que todo había sido una estratagema de papá Castillo, pero nos quedamos con un simple tropiezo de Simon en el momento menos oportuno. ¿Lo sabíamos desde el principio del episodio? Sí. ¿Pensábamos que sería tan patético? No. Es imposible no soltar una risa floja con todos los sesos esparcidos por la cristalera. Es lo que hay cuando creas a un personaje de usar y tirar con el que es imposible empatizar. ¡Ay, que es un refugiado! ¡Ay, que ahora sale del armario! ¡Ay, que se lo han cargado cuando ha intentado dinamitar la relación entre Oliver y Connor!
Cuando trabajas como abogado, y no como médico del Grey Sloan Memorial, es más complicado que las desgracias ocurran por desastres naturales, accidentes de avión, horrores automovilísticos o locos con pistola que van pegando tiros sin ton ni son. Pero la solución no pasa por recurrir a la sencillez para desmarcarse del tono habitual made in Shonda, porque entonces obtienes un insulso vodevil de bajo presupuesto. La esencia de How to Get Away with Murder es enfrentarse a la brutalidad, las pruebas, los sospechosos, la culpabilidad, la ilegalidad, la creatividad y los tejemanejes para salir del entuerto. Lo que hemos visto en el mid-season finale ha sido muy descafeinado con la evolución de toda la temporada. Pero todavía tenemos fe.
Por supuesto, este episodio no se ha emitido en balde ni vamos a quemarlo en la hoguera. Existen numerosas incógnitas que no serán resueltas hasta que la ficción regrese de su descanso, el próximo 18 de enero. Dudas que además han sido plantadas de manera muy sutil y de las que no nos hemos percatado con todo el ritmo del incidente en Caplan & Gold. ¿El matón de papá Castillo matará a Connor en casa de Laurel o solo está espiándoles? ¿Desde hace cuánto tiempo les persigue y cuánta información posee? ¿Por qué al comienzo de la temporada, en los flashbacks del hospital, Isaac y Frank actúan como si se conociesen desde hace tiempo? ¿Por qué se habla de que Laurel tiene droga en la sangre? ¿Por qué se está analizando el parto del ascensor como la escena de un crimen? ¿Por qué Asher está preso si solo ha sido testigo del accidente con la pistola? Sin misterios, esta serie lo perdería absolutamente todo.
Todo parece indicar que la situación que hemos vivido con el parón navideño es solo un aperitivo de lo que está por venir. No han querido amargarnos la festividad y han optado por algo más azucarado y light. O eso al menos dice nuestro optimismo. Parece ser que los Keating 4 y Annalise se van a ver envueltos, por primera vez, en una acusación judicial por numerosos delitos. Justo cuando todo el mundo es medianamente inocente y nadie ha matado deliberadamente a alguna persona con un trofeo. Dijimos que la cuadrilla necesitaría ayuda de Keating y que ella entraría en medio de la vorágine sin pedirlo. Estábamos en lo cierto. Su pasado, ese que les ha costado tanto dejar atrás, asoma la patita. Eso sí, toda esta situación no es fruto de la casualidad. Creemos que hay alguien tirando de los hilos por detrás del embrollo y no nos hemos dado cuenta de quién y de los niveles de gravedad que puede alcanzar. Con el episodio de esta semana se nos ha escapado la risa. Quizás con el season finale se nos escapa la lágrima.
Pero mientras se resuelve el jaleo, el episodio también ha sabido construir momentos interesantes como la declaración de amor de Bonnie, que evidentemente no se quedará en esa conversación a la puerta de la habitación de hotel, o las buenas migas que Nate y Winterbottom están haciendo por su adicción particular a Annalise. ¿Y Michaella? Pues la muchacha ha triunfado llevando las riendas de esa situación límite y teatralizando el shock llena de sangre para que el plan de destruir a Antares no se eche a perder.
Pero quienes han triunfado en este capítulo, como no podía ser de otra manera, han sido Viola Davis y su sufrimiento innato. Aunque Keating ha tenido una relevancia más pequeña en estos 40 minutos, en el tramo final ha sido dueña absoluta del parto prematuro de Laurel: espatarrada, con los taconazos, el cuchillo para abrir la puerta atascada y con el pelo casualmente recogido en modo médica para salvar el percance tan sangriento que se ha liado en un momento en el ascensor del hotel. No diremos que ha sido poseída por el espíritu de Grey, pero ese apaño para cortar el cordón umbilical con el cargador del teléfono ha sido un momento muy del antiguo Seattle Grace.
Y todo esto con los ojos empapados, mientras quiere impedir que Laurel pase por lo que ella pasó hace algunos años: perder a su bebé. Como decíamos al principio, todo muy simbólico y calculado. Lo que toca esta señora lo convierte en arte. Al final escuchamos un llanto. Imaginamos que con esto no nos habrán mentido, ¿no? Tendremos que esperar hasta después de Navidad, gordos por los mazapanes y los polvorones, para saber cómo continua el punto de inflexión de la pandilla asesina. Esta vez no se escaparán de lo que está por venir. La pregunta es, ¿a quién le cargarán el muerto?
Pero quienes han triunfado en este capítulo, como no podía ser de otra manera, han sido Viola Davis y su sufrimiento innato. Aunque Keating ha tenido una relevancia más pequeña en estos 40 minutos, en el tramo final ha sido dueña absoluta del parto prematuro de Laurel: espatarrada, con los taconazos, el cuchillo para abrir la puerta atascada y con el pelo casualmente recogido en modo médica para salvar el percance tan sangriento que se ha liado en un momento en el ascensor del hotel. No diremos que ha sido poseída por el espíritu de Grey, pero ese apaño para cortar el cordón umbilical con el cargador del teléfono ha sido un momento muy del antiguo Seattle Grace.
Y todo esto con los ojos empapados, mientras quiere impedir que Laurel pase por lo que ella pasó hace algunos años: perder a su bebé. Como decíamos al principio, todo muy simbólico y calculado. Lo que toca esta señora lo convierte en arte. Al final escuchamos un llanto. Imaginamos que con esto no nos habrán mentido, ¿no? Tendremos que esperar hasta después de Navidad, gordos por los mazapanes y los polvorones, para saber cómo continua el punto de inflexión de la pandilla asesina. Esta vez no se escaparán de lo que está por venir. La pregunta es, ¿a quién le cargarán el muerto?
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