La vuelta de The Flash ha venido transformada en uno de los capítulos más alejados de la imagen de superhéroe de Barry pero sin dejar de mostrarnos el héroe que verdaderamente es. La supuesta muerte de DeVoe ha puesto contra las cuerdas a Barry haciéndole parecer culpable de un crimen que realmente no ha cometido, convirtiendo esta segunda parte en una de las mejores tramas que hemos visto en mucho tiempo de la mano de Greg Berlanti y compañía.
Supone algo diferente y es gracias a una pareja de villanos muy distinta a los que hemos visto en las tres temporadas anteriores, más inteligentes, mejor preparados y con un amor que les mueve el uno por el otro de la misma forma que Barry se mueve por Iris.
Precisamente por salvar a Iris y el resto de sus amigos, Barry no es capaz de declarar ante el juez que él es The Flash y, como buen héroe, prefiere sufrir la penitencia que arriesgar a los suyos. En cierto modo, es un paso de madurez como persona el afrontar la realidad más allá de sus habilidades, de metahumanos, multiversos y la speed force. Pero deja a una ciudad llena de peligros sin su héroe principal, confiado en que sus amigos podrán con ello.
Recuerda vagamente al momento en el que Oliver decidió presentarse a la alcaldía de Star City, dejar de lado al héroe enmascarado e intentar hacer las cosas bien desde su perspectiva como seres humanos de a pie. Barry no tiene intención de ser reconocido como el héroe que es, nunca lo ha querido y ahora deberá confiar en que Central City podrá sobrevivir sin él, después de comprobar que es imprescindible a la hora de salvar la ciudad.
Aunque antes de finalizar la temporada le veremos fuera de prisión nuevamente (ya hemos dicho que es el héroe indiscutible), es interesante —todo lo interesante que puede ser una combinación CW/DC— ver algo diferente dentro de la tónica habitual de la serie y donde seguramente Iris haga las veces de defensora de su marido para acabar con DeVoe y su esposa.
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