Con Grey’s Anatomy y Ellen Pompeo dominando el panorama médico durante los últimos
Buscar a estas alturas un drama médico que aporte algo distinto es muy complicado. Y no solo porque tenemos 300 episodios de Shonda Rhimes, sino porque todos y cada uno de los intentos que ha habido en los últimos años han sido con los mismos casos, las enfermedades, los pacientes y hasta de personajes tipo.
Por el momento, este episodio se ha encargado de establecer claramente ante qué personajes estamos. Los protagonistas parecen estar sacados de algún molde y todos siguen patrones que más o menos ya hemos visto antes. El protagonista es Conrad Hawkins (Matt Czuchry), residente de cirugía con complejo de Dios, modernito, guapete y muy machito. A sus continuas referencias sexuales, sus soluciones médicas a lo MacGyver, también debemos añadirle unos comportamientos cuanto menos cuestionables hacia las mujeres. No sólo “vigila” los movimientos de su ex-novia en Tinder (recurso fácil últimamente), sino que se atreve a arrastrarla a una de esas salas de descanso que tanto juego suelen dar para reconquistarla gracias a su lengua y a su tubo de ensayo. Gracias a Dios que su ex es Emily Thorne y no hay quien le tosa. Previously on Revenge...
Precisamente, Emily Thorne, aka Nicolette Navin por estos lares, es la líder femenina de la serie y lo vuelve a hacer con un personaje femenino de los que gustan. Fuertes, independientes, competentes. Es un placer ver a una enfermera en una serie a la que se escucha y que incluso aconseja a los doctores. Su labor de momento ha estado marcada como personaje confidente, que nos ha servido para que el nuevo interno se queje y de paso nos ha facilitado la narración al explicarnos ciertas tendencias del hospital. Por cierto, cinco puntos menos por no ponerse ni una de esas gorrillas de usar y tirar o haberse hecho un simple moño en pleno procedimiento quirúrgico.
Si Hawkins tiene muchas papeletas para caernos mal hasta que los guionistas decidan mostrar su lado más achuchable y el mundo adore su relación con Navin (si llegamos hasta ese punto), el que se lleva toda la furia en el piloto es Randolph Bell, el jefe de cirugía perfecto, que suma la soberbia y la tozudez del Dr. Burke con la incapacidad para jubilarse del Dr. Webber. Sus manos no son lo que eran, probablemente haya sido muy bueno en el pasado, pero ahora parece que se carga pacientes como de oca en oca. Encima, su poder es tal que el resto del personal sanitario (a excepción de la pareja protagonista) le ayudan a cubrirse las espaldas con excusas de lo más absurdas.
Para cerrar el círculo de main cast nos encontramos con el interno de turno al que el súper doctor joven residente tiene que torturar y amenazar. Porque aquí todo el mundo sabe que manda más un tatuaje un tanto "cani" que un título de Harvard y Yale. Porque sí, amigos, el nuevo Dr. Devon Pravesh es el mítico personaje que es listo de libros pero que ahora se da de bruces contra una realidad que le supera. Realidad que empeora exponencialmente si te toca un capullo como jefe y no para de hacerte sentir pequeñito. Encima tiene una novia en casa muy maja y súper protectora pero, vistas las tendencias de estas series médicas, no creo que tarde mucho en dejarla por alguien del hospital. ¿O marcarán la diferencia en las relaciones hospitalarias?
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