¿Eres una de esas personas que apenas identifica la cara de Kerry Washington con Scandal, que no tiene ni idea de cómo se llama su personaje y que jamás ha visto un episodio de las siete temporadas del drama presidencial? Bienvenida al club; ve a Google y vuelve en cinco minutos con algo de información antes de ver el regreso de How to Get Away With Murder. Lo suficiente para que los primeros quince minutos del episodio no te desconcierten como si te hubieras equivocado de ficción.
Después del parón tan aleatorio de febrero, Annalise Keating vuelve a la carga. Esta vez en el Tribunal Supremo de Estados Unidos y al lado de Olivia Pope. La unión de Viola y Karry es sobresaliente. Se respira química, calidad, talento y experiencia. Ambas se comen las escenas, manejan los diálogos con ritmo y sus personajes no se dejan intimidar entre ellos. Su presencia es equilibrada y el espectador se siente cómodo a su alrededor. Quizás es la primera vez que Anna Mae se encuentra con una igual; otra mujer afroamericana que apaga fuegos (en esta ocasión, de manera figurada) con el único propósito de sentirse bien consigo misma. Porque ayudar a los demás está bien, pero subirte la autoestima está mucho mejor. Sin embargo, y aunque estas dos funcionan juntas como un reloj suizo, el crossover tan esperado nos lo podíamos haber ahorrado. O lo podían haber planteado de otra manera.
Entendemos que Shonda quería fusionar dos de sus universos más conocidos porque la trama encajaba perfectamente y porque sabía que iba a romper los audímetros, pero esto no es el Arrowverso o Hell's Kitchen. Mientras que en el mundo de los poderes sobrenaturales unas series se han originado dentro de otras y han interactuado desde el principio, Scandal y How to Get Away with Murder nacieron separadas y construyeron mitologías individuales y sólidas durante siete y cuatro temporadas, respectivamente. Las abogadas son dos grandes superheroínas, pero nos han recordado a aquella absurda moda que creíamos desaparecida y por la que surgieron aberraciones como Bones/Padre de Familia o Dos hombres y medio/CSI: Las Vegas.
Pope y Keating encajan, pero el resto de personajes deambulan por el episodio como almas en pena sin ningún objetivo claro, como si esa no fuera su serie y estuvieran allí para rellenar y servir al dúo dinámico. Incluso las interacciones entre los dos mundos resultan incómodas y forzadas. ¡Qué necesidad de resquebrajar la relación entre Michaela y Asher con lo que nos había costado aceptarla! Aunque ocurren algunas cosas importantes, todo queda eclipsado por los taconazos encima de la moqueta y el regreso de la botella de vodka. Olivia nos gusta, la admiramos, pero en uno de los grandes bajones profesionales, emocionales y existenciales de Annalise, lo que menos necesitaba la mujer era a una desconocida. Era tan esencial la escena que Bonnie, Laurel o su propia madre en un momento de lucidez podían haber aportado más a la catarsis que estaba viviendo Anna Mae.
Eso sí, aunque las tramas de la familia Castillo, la boda gay, las infidelidades o el despertar de Simon hayan sido marginadas a un segundo plano durante el episodio, el ninguneo ha merecido la pena solo por ver a Annalise dar un golpe sobre la mesa del Tribunal Supremo y dejar con los calzones en el suelo (también en sentido figurado) a un hombre blanco, heterosexual y con olor a naftalina que no recordaba lo que había sentenciado décadas atrás en contra del racismo. Un zasca elegante y embriagador. Y con esto nos deberíamos quedar: el gran imperio audiovisual de Shonda Rhimes alrededor de la denuncia social, el empoderamiento femenino y la diversidad que tantos años le ha costado construir y que ha servido de impulso e inspiración para otras historias y creadoras.
How to Get Away with Murder ha vuelto con un crossover muy descafeinado y mal planteado que ha pillado desprevenido a más de uno por no seguir Scandal (y no haber visto, por tanto, la primera parte). Como capítulo de la propia ficción no tenemos tantas quejas por el importante avance en la trama de la demanda colectiva, pero este dúo de divas se podría haber cocinado a fuego lento y sin tanto calzador. Ahora que Scandal está llegando a su fin, hubiera sido más lógico que los litigios de Olivia Pope se hubieran alargado durante más tiempo en el mundo de Annalise Keating, pero con una presencia mucho menor en cada episodio; algo lo suficientemente equilibrado para plantear un trasvase progresivo de personajes de una ficción a otra.
Entendemos que Shonda quería fusionar dos de sus universos más conocidos porque la trama encajaba perfectamente y porque sabía que iba a romper los audímetros, pero esto no es el Arrowverso o Hell's Kitchen. Mientras que en el mundo de los poderes sobrenaturales unas series se han originado dentro de otras y han interactuado desde el principio, Scandal y How to Get Away with Murder nacieron separadas y construyeron mitologías individuales y sólidas durante siete y cuatro temporadas, respectivamente. Las abogadas son dos grandes superheroínas, pero nos han recordado a aquella absurda moda que creíamos desaparecida y por la que surgieron aberraciones como Bones/Padre de Familia o Dos hombres y medio/CSI: Las Vegas.
Pope y Keating encajan, pero el resto de personajes deambulan por el episodio como almas en pena sin ningún objetivo claro, como si esa no fuera su serie y estuvieran allí para rellenar y servir al dúo dinámico. Incluso las interacciones entre los dos mundos resultan incómodas y forzadas. ¡Qué necesidad de resquebrajar la relación entre Michaela y Asher con lo que nos había costado aceptarla! Aunque ocurren algunas cosas importantes, todo queda eclipsado por los taconazos encima de la moqueta y el regreso de la botella de vodka. Olivia nos gusta, la admiramos, pero en uno de los grandes bajones profesionales, emocionales y existenciales de Annalise, lo que menos necesitaba la mujer era a una desconocida. Era tan esencial la escena que Bonnie, Laurel o su propia madre en un momento de lucidez podían haber aportado más a la catarsis que estaba viviendo Anna Mae.
Eso sí, aunque las tramas de la familia Castillo, la boda gay, las infidelidades o el despertar de Simon hayan sido marginadas a un segundo plano durante el episodio, el ninguneo ha merecido la pena solo por ver a Annalise dar un golpe sobre la mesa del Tribunal Supremo y dejar con los calzones en el suelo (también en sentido figurado) a un hombre blanco, heterosexual y con olor a naftalina que no recordaba lo que había sentenciado décadas atrás en contra del racismo. Un zasca elegante y embriagador. Y con esto nos deberíamos quedar: el gran imperio audiovisual de Shonda Rhimes alrededor de la denuncia social, el empoderamiento femenino y la diversidad que tantos años le ha costado construir y que ha servido de impulso e inspiración para otras historias y creadoras.
How to Get Away with Murder ha vuelto con un crossover muy descafeinado y mal planteado que ha pillado desprevenido a más de uno por no seguir Scandal (y no haber visto, por tanto, la primera parte). Como capítulo de la propia ficción no tenemos tantas quejas por el importante avance en la trama de la demanda colectiva, pero este dúo de divas se podría haber cocinado a fuego lento y sin tanto calzador. Ahora que Scandal está llegando a su fin, hubiera sido más lógico que los litigios de Olivia Pope se hubieran alargado durante más tiempo en el mundo de Annalise Keating, pero con una presencia mucho menor en cada episodio; algo lo suficientemente equilibrado para plantear un trasvase progresivo de personajes de una ficción a otra.
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