Cómo nos gusta un cajón de mierda con tanto polvo que parece una capa de rebozado de las croquetas de tu madre. Las rentas vuelven a dominar el hospital en plena crisis del Weinstein Avery recién llegadas de 2005 nada más y nada menos. Vuelve la enfermera Olivia, con más pelo, bastante bien conservada y más líneas de diálogo de las que tuvo en sus 18 apariciones previas en la serie combinadas. Y ha venido a darle cera a Alex. Maravillosa de cabo a rabo. Peor reputación que ella no tenía nadie allá por la primera y la segunda temporada tras su fugaz romance con George O’Malley, su escándalo sifilítico y básicamente ser fieramente juzgada por haberse pasado por el manguito de tomar la tensión a todo doctor que se le ponía por delante. En 2005 sería un putón verbenero, hoy es una mujer empoderada con pequeñas negligencias en cuanto a salud sexual se refiere. Con condón y con coco siempre, chicos y chicas.
¿Casualidad que le haya tocado lidiar con el nuevo George y la nueva Izzie? Cero negativo. Nos gusta cuando los guionistas le ponen empeño y mimo a la escritura. Con sus referencias, su nostalgia, su retrotracción y su todo bien puesto, que falta nos hacía para quitarnos el sabor de boca de este año. Olivia no sólo ve en Gafas al muy difunto George, sino que tarda cuestión de segundos en revolverle los intestinos a Katherine Heigl, y sin darle el gusto de pronunciar el nombre del personaje que le regaló sus cinco minutos de gloria en el mundo de la comedia romántica. Ése es el nivel de subtexto de este episodio. Nunca darle el gusto a la rubia de meter media pestaña de vuelta en la serie y así siga pudriéndose en cada fracaso televisivo que por algún motivo desconocido la CBS sigue permitiéndole. Shady, shady Shonda.
Más mala sangre es la que se hace Meredith con el pastel que tiene encima. Para una que no hace nada malo, se pone a devolver los trofeos suyos y hasta los de su madre, con lo bonitos que le quedarían en la repisa de su concurrido salón. Esa indignación que incita la limpieza de primavera se le pasa rápido en cuanto le ponen delante un tumor gigante de esos que tanto gustaban a nuestros internos cuando eran jóvenes y estaban vivos. De enemiga número uno de los Avery a salvadora de su campaña de relaciones públicas. Que, total, tampoco debería haberle sentado tan mal.
En todo el caos mediático de los Avery, la gran damnificada termina resurgiendo ágil de sus cenizas. Mama Avery se quita de encima el apellido, ella que puede, y opta por abrazar la fundación que le ponen a su nombre. Catherine Fox, señores y señoras, bienvenida a nuestras vidas. A ver si este lavado de cara también trae consigo un ascenso a miembro del reparto de pleno derecho después de siete temporadas como invitada recurrente. Mama Fox, mujer negra que no va a caer por los pecados del hombre blanco, te queremos.
Queda una pregunta en el aire respecto a esta trama: ¿han finiquitado la historia más interesante de esta temporada en tan sólo dos episodios de verdad o van a dejarla entretenernos al menos las tres semanas que quedan antes de las vacaciones?
Los líos familiares siguen por otras bandas. A Arizona le están colocando ya la alfombra para salir de la manita de su hija, a Alex ya le han puesto un viaje para ir a buscar a su madre cual Marco con o sin mono y, a Amelia, le han metido oficialmente en el embolado de la maternidad. Los niños en Seattle deben estar fáciles y baratos, euro y poco el kilo. A Hunt le dan un bebé monísimo de la muerte en menos que un crédito de esos que anuncian en la tele y ahora a Amelia le crece una teenager drogadicta como a la que le sale una cistitis de buenas a primeras. La velocidad de expansión familiar en esta serie está ya en nivel reproducción de conejos y nos da miedo. Con lo bonita que era la hermandad de las Destiny’s Child como máximo enrevesamiento genealógico.
Y, por último, el drama mundano de los internos. Los bajos fondos de la cadena trófica hospitalaria han tenido sus tres escenas de gloria. Contadas. Dos para DeLuca, una para el becario que se apretó Kepner. DeLuca, de nombre Andreíta totalmente reacio a comerse el pollo, se deprime y se vuelve emo en el sofá de Meredith guitarra en mano. Talento musical cero, pero tampoco es para echarle a patadas peleando en italiano. ¿Quién no querría llegar a casa y encontrarse al Bonito envuelto en una manta esperando amor? A Meredith le tienen puesta la enésima resurrección vaginal en bandeja y no la aprovecha. Mal, Marimerce, mal.
Queda pendiente el nuevo cisma judicial para Bailey con el despido improcedente y las secuelas de las galletitas 420. Esperamos que la repesca del interno dé para más entretenimiento que el regreso de Leah Murphy. ¿Os acordáis de Leah Murphy? Seguramente tampoco.
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