Como no tardan en contarnos en el piloto, los balls son reuniones de gente que no es querida en ningún otro lugar. El espacio seguro donde celebrar su eleganza y su extravaganza recibe una posición protagonista en Pose, y son los choques dentro de este microcosmos lo que detona la historia en este primer episodio. Aunque parezca que se desoriente a lo largo de sus 78 dilatados minutos de piloto.
Quien nos guía por esta intensa oda al camp es Blanca Rodriguez, una mujer transexual que abandona su "casa" para formar una familia nueva de fugitivos del heteropatriarcado bajo su tutela y valores. Las "madres" de estas casas, la primeriza y la zorra curtida en mil batallas, no tardan ni medio segundo en declararse la guerra. Depurarán sus rencillas en la pista de baile en unas riñas que distan mucho de a lo que RuPaul nos tiene acostumbrados, si es eso lo que te esperabas ver en Pose.
Los roces dinásticos entre la House of Abundance, la de you look like Linda Evangelista y las madres que parieron a las mothers se quedan en peleas de gatas triviales de fondo casi cómico para aligerar la carga dramática verdaderamente importante. Murphy juega al retrato global, al reparto de centenares como a él le gusta (y que ya veremos cómo hace malabarismos entre tanta gente) para enseñar las dos caras de la moneda de una sociedad marcada por el deseo, la represión y todo lo que sucede cuando estos dos conceptos se cruzan. Esa homofobia doméstica, cruel y desmedida que dejaba a tantos jóvenes en las calles, el clasismo rancio del que Trump hizo imperio y, cómo no, toda la materia tránsfoba que una historia como ésta viene a combatir.
Pose mezcla magistralmente, para poca sorpresa dado el firmante, la crudeza dentro del exceso. Pasa de un primer acto divertido, con gancho y exponiendo la frivolidad del universo ball a una brutal paliza de un padre a su hijo por ser bailarín y gay. No se hace esperar tampoco la cuestión del VIH que Murphy ya trabajó en su The Normal Heart para HBO y, cómo no, nos zambulle de lleno en las turbias aguas de la subsistencia de los colectivos de los que ha renegado la sociedad. La prostitución resulta un tema casi transversal, el robo se trasmite casi como un chiste y siempre queda resultón poner a Dawson ya crecido metiéndose una señora raya de coca y lamiendo bien el plato.
Son muy buenas las intenciones que trae Pose, hasta ahí estamos todos de acuerdo. La plataforma para su mensaje de justicia social por tantos años de voces negadas está perfectamente producida con la calidad clásica de Casa Murphy, pero fallos no le faltan tampoco. Esperemos que se deba sólo a los metrajes excesivos de los primeros episodios o al afán de querer llamar la atención por todos los lados más que de profundizar, pero Pose cae muy rápidamente en unos hábitos que recuerdan a cuando Glee se pasaba 30 minutos de videoclip y dejaba 12 para la acción. Eso al club de Rachel Berry le pesaba después de tres temporadas de prime time, no antes de los créditos como sucede aquí.
Juega a su favor que está en territorio prácticamente virgen a nivel temático y que eso previene la caída en estereotipos, pero apoyarse en el melodrama barato es una muleta que asoma la patita también ya desde la primera toma de contacto. Pose es pura fantasía, saben todos que es un patio de recreo que apela a que lo veas por simple y puro imperativo categórico, pero que puede desvariar en una Empire (o una Star incluso) en cuanto uno se despiste un momento.
La opulencia del nicho conquista de entrada, pero adormila tras disparar sus cartuchos más brillantes. Queda ver si sus tramas más atractivas mantienen el barco a flote o dan las luces y el voguing se termina rápido.
Desde hoy disponible en HBO España.
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