Me voy a poner personal e intransferible. La noticia del aborto de Heathers fue una patada en mi sufrida zona sur. Cosas que pasan cuando te enamoras irremediablemente de un piloto de esos que pocas veces se dan. Una criatura única, hecha con mucho odio, maldad y fuego valyrio para terminar de cargarnos el Amazonas si a algún iluminado le diera por poner el episodio en streaming colgado de una secuoya. Paramount Network, una cadena del cable básico que está en un proceso de lavado de cara, apostaba por esta adaptación en 2017. Lanzó el primer episodio online para cebar el estreno de manera más que acertada el pasado febrero y, con tan mala pata, tuvieron que posponerlo sine die por el típico detalle americano de retirar de parrilla contenido delicado cuando hay un tiroteo; vamos, un miércoles cualquiera.
Cuando por fin parecía que íbamos a ver la luz al final del túnel y las Heathers iban a amenizarnos el verano con nueva fecha de despegue, un visionario de la cúpula de Viacom suprime totalmente la emisión de la serie porque, ojo al dato, diez episodios que llevaban meses enlatados ahora resultaban demasiado peligrosos para la frágil mente del espectador yanqui medio. Esto deducido con un piloto circulando por el universo y nueve episodios más escritos, leídos, aprobados, grabados, editados y finiquitados. Porque en ninguna parte de esta cadena se vio venir que Heathers era echar lejía con gasolina en los sempiternos traumas de los ofendiditos de categoría global. Qué huevazos más gordos.
Total, Paramount se comerá sus pérdidas locales, pero queda todo el mercado internacional para su distribución. Bendito sea para ellos y para nosotros, la verdad sea dicha. Las decenas de países que tenían los derechos adquiridos —nosotros con HBO España entre ellos—, con más o menos retraso, por fin la hemos visto. Dando por descontado que será libre de spoilers, más que una crítica, vamos a reflexionar sobre los límites de la autocensura, la fineza de la piel y cuántas líneas se pueden o se deben pasar por el bien del entretenimiento y por la lucha social.
La frivolidad del suicidio
A partir del piloto, pensábamos que Heathers iba a decantarse más por los juegos psicológicos y los homicidios de cachondeo a lo Scream Queens. Y nos parecía maravilloso. Suponemos que a esos relajados directivos también. El suicidio se convierte en un tema más que recurrente y asunto de mofa y escarnio a partir del segundo episodio. Y sólo va in crescendo. Con musical incluido. ¿Nos sigue pareciendo fenomenal? Honestamente sí, porque ha sido tan surrealista todo que es imposible no reírse.
Entendemos el contexto en el que se encuadra Heathers: un territorio audiovisual donde 13 Reasons Why es criticada por hacer una supuesta apología del suicidio como la solución a las presiones del instituto. Este antecedente se suma a la ristra de obras tanto dentro como fuera de la televisión (llámalo echarle la culpa a los videojuegos, llámalo el El libro de cocina del anarquista) que siempre se achacan a las rutinarias tragedias que suceden en Estados Unidos, como comentábamos, un día sí y otro también, según como les dé el viento esa semana.
¿Existe un celebración del suicidio en Heathers? No. Por el simple hecho de que no hay por dónde coger la serie de una manera seria. Se trata desde una parodia carente de límites, tacto y vergüenza. ¿Es malo eso? Según lo que te guste ofenderte, ahí cada uno va a poner su vara de medir. Según la atención que prestes y las ganas que tengas que escandalizarte, verás en Heathers una constante falta de respeto al asunto. Al asunto y a todo, la verdad, no hay comentario positivo en los diez episodios sobre absolutamente nada.
¿El problema? Lo bien hecha que está. Heathers tiene unos valores de producción excelentes. La cinematografía, la puesta en escena, ese look de pantalla grande... Parece una dramedia de verdad. Tan poco chabacana en términos formales que invita a que el mensaje verbal inmediato se dé como bueno y ciertos ácaros de sofá no se vean capaces de mirar bajo sus numerosas capas de sarcasmo. Su error quizás radique en un showrunner que confíe demasiado en que la audiencia le va a dar la lectura adecuada: de parodia, no de modelo. Una audiencia, la estadounidense, que claramente no está preparada para discernir lo que es materia de chiste y lo que es sujeto a emular.
Los peligros del villanismo
En pocas palabras: en Heathers todo el mundo es un hijo de puta. No existe un personaje bueno, un pez fuera del agua intentando subsistir en las infestas lagunas del Westerburg High de Ohio. Todos participan del sistema de dominación subvertido de las Heathers: toda minoría tradicionalmente reprimida ahora es capaz de subirse al trono y todos van a querer pisar y abusar del resto. Este tono cómico, absurdo y descabezado de lo que es la pospopularidad es la vuelta de tuerca que proponen para la reinvención tanto de una película de finales de los ochenta como de todo un género, el teen, a estas alturas de 2018.
El resultado son un puñado de protagonistas que van virando en grado de digestibilidad de un acto a otro del episodio. Si ni sus moralidades o caracteres son consistentes a lo largo de más de veinte minutos seguidos, ¿cómo podemos escoger un personaje estable con el que empatizar? En el mejor de los casos vas a empatizar con un psicópata, porque hasta el menos malo va a ser un claro caso de megalomanía hiperdestructiva. Más o menos suicida, más o menos homicida, eso ya se irá viendo. Y que los pobres teenagers americanos se puedan ver reflejados en una tirana con sobrepeso o un guapo rebelde maltratador psicológico es algo que probablemente los padres de dichos teenagers no tengan ganas de tratar a la hora de cenar. Mucho esfuerzo, será.
La cuestión de las relaciones es otro melón que se presta peligroso visto desde los impresionables ojos de adolescentes ciegos de hormonas y manteca de cacahuete. Los noviazgos ultratóxicos se presentan como idílicos dentro de la tragedia. Es magnético ver a Veronica y JD retroalimentar sus parafilias. No ejemplificante, pero desde luego en ningún momento demonizado abiertamente. Es un planteamiento de romance bañado por crimen tan irracional y tan extremo que a ninguno nos cabría en la cabeza tratarlo como algo más que un gag, pero quizás esa capacidad de distanciamiento sea algo que aquel directivo de Viacom no ve tan claro que sus seguidores posean.
La crítica social
Pese a que Heathers ya ha entrado en la historia como la comedia que se pasó de cruel en la Era Trump, tiene todo un arsenal de mensajes constructivos para aquellos que realmente sean capaces de salir de la caverna y descifrar la ironía. Ya con el piloto caímos rendidos a los pies del empoderamiento de esos losers que Glee comenzó a pintar como interesantes hace nueve años. No sólo se quedan en defender la quizás utópica, quizás motivacional cadena trófica destruida, tienen candela para mucho más.
Muy duro hay que ser de mollera para no cogerle el truco y el tono a Heathers cuando llega un reparto de armas a los profesores del instituto para ponerle freno a la ola de violencia que asola el escenario de la serie. Como si las peleas a lo Kill Bill con palos de croquet no fueran suficiente surrealismo. La tremenda torpeza con la que cualquier estrato de la sociedad estadounidense gestiona la cuestión de la regulación armamentística es tan irrisoria como queda retratada en Heathers.
Un claustro de ineptos que no solamente facilita aún más el acceso a los revólveres, sino que se enreda en infinitos debates sobre la corrección política respecto a los pronombres de las personas de género fluido. Sí, el ofendidismo también se lleva su ración de hostias en una especie de secuencia metaofensiva que debería estudiarse en cualquier facultad de ciencias de la comunicación que se precie. Por repartir, le dan caña hasta al periodismo basura sensacionalista de unas Fox News que probablemente sean fans de su azote sin saberlo.
Según avanzan los episodios, Heathers asoma la patita al más puro estilo Murphy y deslumbra con su cariz de cajón de sastre en el que tampoco te da tiempo a aburrirte. Bien estructurada como tal no está, para qué nos vamos a engañar. Es un cubo de ponzoña corrosiva malamente organizada en base a personajes límite que van ardiendo mucho más rápido de lo esperado. La sucesión de monólogos vejatorios, los one-liners lapidarios que no podían faltar en este género y, cómo no, cualquier escena de violencia gratuita, sangría, carrera de coches o explosión nos bastan y nos sobran para ser felices. Nadie dijo que hacía falta perfección formal para crear un patio de recreo con luces de neón para los haters de la vida. Y lo agradecemos mogollón. De todo putrefacto corazón.
Heathers es, sin duda alguna, un arma de doble filo. Un producto de entretenimiento único, atrevido por no decir descarado, con dos buenos arrestos y cumpliendo todos y cada uno de los requisitos de una comedia negra como el tizón. La comedia negra tiene la negatividad como campo de juego en muchas ocasiones, y es una auténtica pena que por revolcarse en ella magistralmente sea catalogada como un exceso que no merece ver la luz siquiera.
Quizás en unos cuantos años la audiencia y las cúpulas estadounidenses entiendan que la solución a los problemas no es limitar lo que se puede decir, sino educar los oídos que puedan escucharlo. O quizás en unos cuantos meses, con una segunda entrega de la antología ya prometida.
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