No existe rincón del LGBT que no haya representado. Pocos escritores se han atrevido a orinarse en las restricciones de cuotas como él. Tanto incluso que se merece una R en la ristra de siglas del colectivo. Ryan Murphy es, dentro de su prolificidad, una apuesta segura en cuanto a representación de minorías sexuales y de género en las grandes ligas televisivas. Casi dos décadas de carrera como showrunner desde la restringida Popular, donde a duras penas se pueden intuir sus intenciones de demolición del canon, hasta Pose, ese mastodonte del exceso, el camp y la quema al conservadurismo y los límites de lo que las cúpulas permiten en clave retro.
Ryan ha ido transgrediendo esos cupos de "un amigo gay, graciosillo y que no se bese mucho" tanto en cantidad como en calidad, y por eso hoy repasamos el legado de iconos LGBT que ha ido regalándonos temporada tras temporada. Luces, sombras, más aciertos que fallos y, sin lugar a duda, mucha leyenda.
Nip/Tuck: el cable como liberación
La cara visible del dúo Murphy/Falchuk no conoció la carta blanca hasta 2003 en FX. Su primera andadura como guionista jefe comenzó cuatro años antes en The WB con una dramedia teen que con los años reconoceríamos como el germen de Glee. Popular ladraba mucha conciencia social, pero la ejercía poco. Todas esas ataduras del folletín VHS nos llevan a entender cómo, tres años después de su cancelación, Ryan se casa creativamente hablando con Brad Falchuk y dan pistoletazo de salida a una de las sinergias más personales de la televisión.
Nip/Tuck partía de ser un drama médico, con cierto cariz procedimental, pero una serie de elementos oscuros que la convirtieron en algo adictivo y de culto. Al menos hasta que se fue a la deriva, cosa que también es marca de la casa llegada la cuarta o quinta temporada, si no antes. La tensión homoerótica entre Sean McNamara y Christian Troy, el dúo protagonista, nunca llegó a liberarse de la manera que estamos seguros Ryan hubiera querido, pero el subtexto en esta curiosa y volátil amistad le daba un sabor diferente a todo el grueso de lesbianismo y trans que quedaba relegado a los personajes secundarios.
Una mujer que abandona al protagonista para explorar su sexualidad, la enfermera que sostiene la clínica siendo abiertamente homosexual y todo un plantel de transexuales que acudían a la clínica de los cirujanos en busca de su reasignación de género a cambio de altas dosis de conflicto, tanto interno como externo. Nip/Tuck fue un primer patio de recreo para las filias sombrías que posteriormente expandiría American Horror Story en sus horas eróticofestivas, y se cuidaron de repartirlas en cierto —pero no suficiente— modo entre el gremio.
Pretty/Handsome: la Transparent que no fue
Este piloto que fue abortado por una inmisericorde FX, y que muchas veces pasamos por alto al repasar la filmografía de Murphy, merece toda nuestra atención. Una hora de diez, liderada por un Joseph Fiennes que podría haber sido encumbrado a lo que a Jeffrey Tambor le dio tantos premios antes de caer en desgracia. El padre de familia trans que no puede seguir ignorando su verdadera identidad llegó, literalmente, demasiado pronto.
Un proyecto que ya gozaba de nombres amigos de la factoría Murphy, como Jonathan Groff y Sarah Paulson, además de una Carrie-Anne Moss que podría haber sido salvada de las garras de Marvel. La definición gráfica de una serie adelantada a su tiempo. Nos rompe el corazón que esta historia, rompedora en su momento, se quedara en el cajón el 2008, pero sigue mereciendo la pena echarle un ojo al piloto e imaginar hasta dónde podría haber llegado si no hubiese tenido que llegar Amazon a poner orden.
Glee: el acabose imbatible
Cuenta la leyenda que, al llegar la cuarta temporada de Glee, tardabas menos enumerando los personajes heterosexuales que los LGBT de la serie. Glee fue la fantasía que no nos merecíamos y el desastre que perpetuó los vicios de nuestro guionista fetiche. Ian Brennan se sumaba a Murphy y Falchuk generando una química ácida que atravesaba la pantalla en cada episodio de la primera temporada, algunos de la segunda y la tercera, y Dios sabe qué pasó de ahí en adelante.
Aún anclada en la visión de que los protagonistas tenían que vivir en el heteropatriarcado, por mucho que Rachel y Quinn fueran gasolina para los exacerbados fuegos desquiciados de Tumblr, Glee marcó un antes y un después en cuanto a números y negligencia respecto a sus personajes LGBT. Si había que hacer un montaje de flashbacks, sólo las parejas de diferente género se llevaban planos de los besos. Si erais dos tiernos bollos cheeleaders o la gay powercouple, con darse la manita tendría que bastar. ¿Hay que experimentar con la bisexualidad? Dejémoslo en un polvo offscreen a mitad de temporada y no lo volvamos a mencionar nunca más. ¿Bodas para estos? Dos en una, deprisa y corriendo y además quitando a las lesbianas de en medio según nos comamos la tarta.
Glee perdió la cabeza más veces de las que acertó a ritmo de 8 canciones por episodio. Pero, pese a todo, hizo mucho por trasladar la diversidad semana a semana a los conservadores hogares que vivían por y para mandar cartas incendiarias a la Fox por permitir episodios sobre la pérdida de la virginidad de Kurt y Blaine. Nos regaló a Santana, una secundaria florero que pasó de ser un chiste más o menos recurrente a una amenaza literal para la protagonista a base de orgullo y mala hostia. Y, cómo no, ¿qué sería de los gays sin una musa como Rachel Berry?
Ni podemos ni queremos obviar la parte trans de la historia. Uno de los pocos reemplazos tras la graduación que pudieron tener sentido era el de Unique. Unique, transexual y negra, se llevó sus buenos minutos de gloria a lo largo de las últimas temporadas con crítica al debate del uso de los cuartos de baño inclusive. Llegada la recta final de la serie, todo un episodio sería dedicado al concepto de la transición entre géneros de la mano del personaje de Dot-Marie Jones.
The New Normal: la otra adelantada
Con un poco más de suerte, pero tampoco mucha más, The New Normal prestaba a Murphy a la NBC durante 22 breves episodios. Esta comedia protagonizada por Andrew Rannells y Justin Bartha suponía el trabajo más autobiográfico del guionista, exponiendo en clave de media hora cómo fue su periplo por ese para nada controvertido mundo de la gestación subrogada. Una pareja de gays blancos, una mariliendre madre soltera y una abuela derechista con mucho malaje y mucho one-liner. Además de una Real Housewife. ¿Qué podía salir mal? Todo.
The New Normal en 2012 seguía siendo vetada de ciertas cadenas locales de las áreas más conservadoras de Estados Unidos, y no precisamente por sus vaivenes tonales. Por algo Modern Family no ha tenido spin-offs.
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Continuará en una segunda parte.
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