En el principio creó Matthew Weiner Mad Men, y dijo Weiner, sea la luz; y fue la luz. Y vio Weiner que la luz era buena, y separó la luz de las tinieblas. Y llamó a la luz Mad Men, y a las tinieblas llamó The Romanoffs. Y bendijo Matthew Weiner el día séptimo y lo santificó, porque en él reposó de toda la obra que había creado y hecho.
Después de darnos una de las series más influyentes de la última década, las expectativas son altas y todo el mundo está preparado para juzgar, observamos con lupa y comparamos porque es inevitable, no nos dejamos asombrar por los millones invertidos y por una producción magnífica, queremos más, porque a eso nos tienen acostumbrados, y nuestra exigencia no perdona. Sin embargo, The Romanoffs es un desfile con carrozas varias del que no podemos apartar la mirada. Amazon apuesta por algo inusual, una serie antológica con capítulos de casi 90 minutos estrenados semanalmente. Aunque el título pueda engañar, no estamos hablando de un drama histórico sobre la célebre familia real rusa, sino sobre los actuales descendientes de éstos. Gente mundana con aires de grandeza que se aferran a una reputación de la que no poseen ningún mérito.
Se nos ocurren demasiados adjetivos para explicar cómo es The Romanoffs, pero quizá el más adecuado sería "fascinante". El aparente lujo, la extravagancia y la exageración mezclada con los personajes más irónicamente ordinarios nos muestran historias diversas en cada episodio que tienen la intención de autoestudiarse y hacer un análisis sobre el egocentrismo humano y el privilegio en una sociedad que tiene mucho más que enseñar. No vamos a negar que los capítulos son técnicamente demasiado largos y que hay parte de ellos que no aporta demasiado a la trama, pero consiguen camuflarse en una presentación tan buena que hace que no nos importe tanto.
Por otro lado, la calidad del drama es indiscutible, pero quizá la inmensa ambición de The Romanoffs es uno de sus mayores errores. El marco está tan bien elaborado y es tan seductor que el cuadro corre el riesgo de no estar a la altura en ocasiones. La pintura no es mala ni mucho menos, pero se puede llegar a perder entre tanta pretensión. La producción de la serie es envidiable y las interpretaciones son espectaculares, destacando a Christina Hendricks e Isabelle Huppert en el tercer capítulo: House of Special Purpose. Ambas con personajes esculpidos perfectamente para tener su lugar en los próximos premios Emmy.
Asimismo, el hecho de que el drama se presente como una antología y que cada episodio tenga actores y personajes nuevos aporta una frescura y una oportunidad de oro para reinventar e innovar. En cuanto a nosotros como espectadores, esto nos resulta cómodo, ya que siempre podemos ver el siguiente capítulo porque no hay ningún tipo de relación directa. Eso nos quita la "obligación" de ver capítulos largos que pueden no interesarnos. Esta técnica blackmirroriana funciona bien para dramas intensos con una carga dramática importante.
Habrá que ver qué más tiene que dar The Romanoffs, ya que de momento sólo han salido tres capítulos de ocho que van a formar la temporada, pero tanto con sus defectos como con sus virtudes en innegable que nos va a seguir seduciendo y cada vez será más complicado apartar la vista de esta cabalgata de ostentación profana.
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