Antes del boom de Wild Wild Country, existió un documental en Netflix que constituyó uno de los pilares de la fortaleza actual de la plataforma norteamericana, Making a Murderer. Fue en el año 2015 cuando las guionistas Moira Demos y Laura Ricciardi se unieron para documentar el caso de Steven Avery, un hombre que estuvo 18 años en la cárcel por un crimen que no cometió y que volvió a ser encarcelado a los pocos años por el asesinato de Teresa Halbach.
Aunque la primera temporada de Making a Murderer fue criticada por su estética comercial y una intención claramente sensacionalista, la gran particularidad del caso Avery junto al enorme trabajo de documentación llevado a cabo, provocaron el éxito casi inmediato del documental, tanto que incluso se llegó a presentar una petición en change.org pidiendo la liberación del protagonista al entonces presidente de Estados Unidos, Barack Obama.
Tres años después, parece que la llegada de la nueva temporada del que fue el documental del año no ha causado demasiada sensación. ¿A qué se debe?
Esta segunda parte de Making a Murderer empieza con un capítulo muy interesante en el que las creadoras recogen los momentos posteriores a la emisión del documental y el impacto de éste en los ciudadanos norteamericanos y en la vida de los propios implicados, Steven Avery y Brendan Dassey, reabriendo el debate sobre la fiabilidad de la justicia norteamericana y de ciertos departamentos estatales. En torno a la mitad del capítulo, se presenta un “personaje” bastante curioso (con estilazo además) llamado Kathleen Zellner, una abogada conocida por ser especialista en revocar condenas, quien nos promete ser capaz de sacar a Steven Avery de la cárcel.
La temporada empieza con muy buen pie, sin embargo, la ligereza del primer capítulo no tiene nada que ver con la del segundo y el contraste es bastante brusco. En este segundo episodio, las creadoras nos meten ya de lleno en el caso. La abogada explica su estrategia y empieza a reinvestigar todo el caso paso a paso con la intención de desmontarlo. Es decir, de repente pasas de un capítulo casi recopilatorio a estar midiendo el grosor de las marcas de sangre en el coche de la víctima. El cambio es tal que no nos cabe la menor duda de que la mayoría de la audiencia ya dejó la serie en este segundo capítulo.
El resto de los episodios de la temporada siguen la historia con la misma intensidad que la del segundo y se centran, principalmente, en Katheleen Zellner y en su exhaustivo trabajo para reabrir el caso, una trama casi policial que, a no ser de que te guste mucho la criminología se te hace bastante pesada; y, tiene por subtrama, el caso Brendan, el supuesto cómplice de Avery cuyos abogados intentan demostrar que su confesión fue obtenida de forma ilegal, otra historia que a no ser de que te encante el derecho también cansa. Que el documental es exhaustivo es algo indudable pero, desafortunadamente, el material de esta temporada no es tan fascinante como la de la anterior, y las creadoras han cometido el error de mantener el formato de diez capítulos de una hora de duración (una hora del espectador de ahora es más que la hora del espectador de 2015) y alargar el contenido, cayendo en la repetición, en vez de valorarlo en conjunto y ajustarlo a algo más atractivo para el espectador actual.
La historia de esta temporada no es tan estimulante como la anterior en parte porque no cuenta con el factor de la novedad pero también por sus personajes. Aunque en esta ocasión, el documental cuenta con dos superheroínas de mucho nivel, las abogadas Katheleen Zellner y Laura Nirider, y el relato de éstas logra ser realmente inspirador, sí que no posee ese número de personajes tan llamativos como los de su primera temporada, como los abogados de Avery, dos señores que sufrieron hasta el último instante para salvar al protagonista, o los fiscales del estado de Wisconsin, esos personajes malvados que se relamían en las ruedas de prensa contando los detalles más morbosos del asesinato.
Ver la segunda temporada de Making a Murderer supone un ejercicio de entrega total a la historia y un interés, no solo por el caso, sino también por ciencias muy específicas relacionadas con él. Por mucho que te haya gustado la primera temporada, la segunda es fácilmente atragantable, tanto porque la historia ya no es tan reveladora como por el estiramiento y la constante recreación de ésta en detalles que no resultan tan interesantes.
Igual que la primera entrega del documental fue toda una revelación, la continuación de esta tragedia ha pasado desgraciadamente desapercibida por no saber reinventarse y adaptarse a un nuevo escenario televisivo. Una pena para Netflix, para Moira Demos y Laura Ricciardi pero, sobre todo, para Steven Avery y Brendan Dassey.
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