El universo de Westworld alcanza nuevos horizontes al visitar el mundo humano, incluida la siempre preciosa Valencia, un mundo digitalizado al que llega Dolores en esta nueva temporada buscando vengarse de toda la humanidad por las atrocidades que vivió y sufrió durante sus años en el parque temático. Un escenario en el que estaba obligada a vivir una y otra vez el mismo arco narrativo y a morir una y otra vez. Ahora nos toca verla haciendo uso de su autorregalada libertad en la tercera temporada, que llega a HBO España el próximo 16 de marzo. Nosotros hemos podido disfrutar de los primeros cuatro episodios y lo que nos espera es asombroso. Seguimos.
Uno de los motores de la serie es la constante búsqueda de libertad. Hemos visto en las dos temporadas anteriores que una vez los androides se hacían con el control de su mente y de sus acciones, lo que más entusiasmo les producía era poder decidir. Ser "conscientes". Un poder de decisión difuso que les genera un espejismo de libertad. Dolores, Maeve y el resto de robots "liberados" no toman decisiones basadas en su propia capacidad de decidir, deciden porque ellos mismos se han reprogramado para hacerlo pero no dejan de ser esclavos de la tecnología creada por el hombre.
Aunque la guerra de robots contra humanos es un enfrentamiento habitual en la historia del cine y la televisión (Blade Runner, Yo, Robot o Terminator) y está claro que nos toca experimentarla de nuevo, existen, como otras tantas veces, excepciones que confirman la regla, y ahí encaja el nuevo personaje de la serie Caleb (Aaron Paul), llamado al parecer a mostrarle a Dolores que los humanos no son tan libres como puede creer. Tenemos leyes, tenemos mercados, tenemos poderosos y ninguneados. Existen élites que dominan el mundo y una gran mayoría que tratan de sobrevivir. Que luchan por adaptarse como lo está haciendo ella. Todos luchan por escalar, por ganar libertad. Humanos y robots son, en el fondo, dos caras de la misma moneda.
En términos de estructura narrativa, esta temporada vuelve a jugar con las "revelaciones robóticas", pero cuando son tantas pierden un poco el efecto que generaban al principio. Cuando vimos a Bernard revelarse como androide nos quedamos a cuadros, ahora no deja de parece un recurso sencillo y manido de darle una gira de tuerca a la trama. Un catalizador que se consume rápido y que no nos ayuda a avanzar demasiado. Por lo demás, esta tanda parece haber encontrado el equilibrio y las dosis de acción, sumadas a los dramas corporativos, consiguen enganchar desde el principio.
Las que nunca nos fallan son ellas, Dolores y Maeve. Cada una en su escenario, cada una dominando un arco argumental, vuelven a ser el alma de la temporada y de la serie. Dos mujeres líderes de una serie que empezó siendo un poco western y que ha terminado por ser una joya de ciencia ficción. Y sin importar el género, siempre cumplen dominando la acción.
Esta nueva temporada nos hace olvidarnos de la difusa segunda temporada. Una tanda demasiado intrincada y demasiado claustrofóbica porque los muros de Westworld, por mucho que nos enseñaran otros parques, se nos quedaban pequeños. ¡Qué bien le sientan los cambios de aires!
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