Muchos dirán que no ha pasado absolutamente nada en esta temporada de La casa de papel. Y tienen un poco de razón. El modelo de producción de Netflix provoca que la continuidad se vea mermada en pro del hype, el cliffhanger y la conversación masiva en redes sociales y medios. No es lo mismo tragarse de golpe ocho episodios que dieciséis. Pero no os dejéis engañar; aunque la trama no ha dado pasos de gigante, los sentimientos y las dinámicas de poder han revolucionado el tablero de ajedrez de Sergio Marquina. La cuarta temporada es el desarrollo del que adolecía una Parte 3 de presentación y, a su vez, la intrigante antesala de un desenlace que llegará en los próximos años. Nos encontramos con una nueva configuración que no ha necesitado demasiados artificios para calar hondo en la narrativa y hacerla avanzar de forma muy interesante.
Sentimientos en su máximo esplendor
La casa de papel ha utilizado las emociones como motor de la temporada, evitando que sus protagonistas se encasquillen en un simple atraco más y engrandeciendo la lucha contra el sistema y el poder. Incluso Berlín, desde el pasado y con una elegancia terrorífica, consigue ser una pieza imprescindible y no repetitiva para entender la dinámica de Palermo con sus compañeros y el miedo del Profesor a dejarse nublar por el amor a su familia de delincuentes.
Pero sin duda, la muerte de Nairobi ha sido el catalizador de una serie de sentimientos básicos (amor, sufrimiento, rabia, desahogo, redención o duelo) que sirven como punto de inflexión para la banda. Esto también debería ser un toque de atención para poner fin a las chirriantes conversaciones sobre Maseratis o a las pataletas de niño pequeño que tanto debilitan a una serie que brilla más cuanto más se aleja de Élite. El entierro de Ágata duele, pero permite que personajes como Estocolmo o Helsinki tomen la delantera desde la templanza o la tristeza, que El Profesor recupere su chispa desde el cariño y que Sierra y Gandía se confirmen como villanos ejemplares desde el rencor absoluto. El equipo de Álex Pina ha movido las fichas justas y ha plantado las preguntas suficientes para posicionar a esta cuarta temporada como el inicio ideal de una traca que promete un desenlace de infarto.
La empatía como arma de doble filo
Es muy divertido conectar con la parte más cañí de La casa de papel. La empatía con elementos de la cultura popular ayuda a que los espectadores españoles se deleiten con mineros asturianos, toros bravos, coros religiosos cantando 'Ti Amo' (que ya versionó en su día Sergio Dalma), paellas y cervezas. Sin ser nada de eso nosotros. Además, no hay mayor fantasía a nivel político que alguien tire de la manta y los mayores secretos de Estados sean revelados en mitad de una crisis.
No obstante, mientras que la identificación cultural es un alivio cómico eficaz para desengrasar la tensión generada por su trama más policíaca, los elementos más sociales están dibujados con brocha gorda. Resultan torpes y no acaban de funcionar a pesar de las buenas intenciones. Es importante desarrollar el empoderamiento a través de la visibilidad de ciertos personajes y diálogos, pero caen en saco roto cuando se construyen como tramas paralelas sin repercusión en el núcleo central. La trama de Arturo como violador, las frases de Nairobi o el personaje de Manila son necesarios, pero también son pegotes contradictorios que nunca se convierten en elementos estructurales de la ficción. Cansa decir que el feminismo no es ningún complemento y cansa pedir oportunidades reales para actores y actrices trans.
A pesar de algunos elementos que hacen resoplar y rechinar de vez en cuando, es imposible resistirse a una cuarta parte cargada de emoción, tensión y adrenalina. El dedo pulsa automáticamente el botón de "Siguiente capítulo". La ficción de Vancouver Media sabe cómo dejarte la miel en los labios para que no puedas parar. Los engranajes, incluso con sus defectos, funcionan igual de bien engrasados que aquellos con los que la banda funde el oro. Los montajes de encadenamiento para explicar los planes, el ritmo o las cuentas regresivas son recursos conocidos y completamente adictivos, pero es su fusión con unos sentimientos a flor de piel lo que aporta algo diferente y nada repetitivo a otras temporadas. La casa de papel sale airosa por saber cómo venirse arriba y exprimir sus virtudes al máximo. Ni las críticas más negativas nos impedirán esperar con ganas otra temporada más de este confinamiento en el Banco de España.
COMENTARIOS